Italo Calvino. / Efe
LIBROS

Los derroteros de la memoria

La editorial Siruela entrega un nuevo título en su proyecto de recuperar las obras completas de Italo Calvino

MADRID Actualizado: Guardar
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Con una nueva entrega, en este caso ‘El camino de San Giovanni’, la editorial Siruela da un paso más en la recuperación de la obra completa de Italo Calvino. El nuevo título es una muestra del empeño por experimentar y de la insobornable libertad con que Calvino concebía el ejercicio de la literatura.

El libro recién publicado estaba destinado a formar una serie de “ejercicios de la memoria”. De las ocho historias que el escritor pensaba escribir, en ‘El camino de San Giovanni’ figuran cinco, alumbradas entre 1962 y 1977. Un paisaje, una situación o un pensamiento desencadenan en el novelista el recuerdo de un hecho o una idea cuya existencia pasada no interesa demasiado a Calvino. Lo que de verdad le importa es el desarrollo que un acontecimiento puede desatar en la memoria, esto es, su incidencia en el presente. De esta manera, la senda que su padre recorría todos los días, cuesta arriba hacia los campos y bosques de San Giovanni, desata en el hijo el deseo de seguir cuesta abajo, el camino hacia la ciudad, una trocha que conduce irreversiblemente al campo de la literatura.

La costumbre de sacar a la calle todas las noches la bolsa de la basura le induce a acometer toda una serie de espléndidas variaciones sobre el asunto de la purificación de las escorias y las decantaciones de los recuerdos. El autor de ‘Las ciudades invisibles’ tenía la intención de desarrollar otros ‘ejercicios’, que llevarían por título ‘Instrucciones para el sosias’, ‘Cuba’ y ‘Los objetos’, pasajes que llevarían al fin último de componer una autobiografía.

Hasta bien mediada la década de los cincuenta, Calvino fue un escritor preocupado por una noción de la novela que conciliaba el neorrealismo y el sentido de lo racional. Procuraba así dar un sentido a la irracionalidad imperante. Conforme transcurrían los años fue despojándose de su costumbrismo y su compromiso ideológico para embarcarse en el terreno de lo fantástico y lo alegórico.

Quebrantó a menudo las convenciones de la literatura y la política. 1957 es un año crucial en su vida, pues a raíz de la revolución húngara que reclamaba la emancipación de la URSS abandonó el partido comunista.

Sentido del humor

Su desbordante imaginación y el uso recurrente de la fábula y la alegoría le convirtieron en una figura singular y descollante de las letras, sin renunciar a un acendrado sentido del humor. Calvino entendía que la realidad no es siempre lo que parece. Por eso siempre mantuvo que la verdadera literatura revolucionaria había sido siempre de corte fantástico. Al revisitar las fuentes más antiguas de la literatura vivificó una tradición que, anclada en el realismo, empezaba a dar síntomas de agotamiento.

Sin embargo, la intención crítica y comprometida de Calvino no se diluye ni mucho menos con la fábula alegórica. Antes al contrario, no se puede acusar a ‘El barón rampante’ de ser menos incisiva que las obras que bebían del realismo. Las zozobras del hombre contemporáneo, la dilución de la conciencia, la carencia de explicación de unos actos alejados de cualquier lógica están presentes tanto en el Calvino realista como en el Calvino fantástico.

Fruto de esta indagación en lo fantástico es la trilogía ‘Nuestros antepasados’, integrada por ‘El vizconde demediado’ (1952), ‘El barón rampante’ (1957) y ‘El caballero inexistente’ (1959).

Casado con la traductora argentina Esther Judith Singer, en 1967 el matrimonio se marchó a París, donde viviría hasta 1980, cuando el escritor vuelve a Italia para instalarse en Roma. El periodo parisino es uno de los más fecundos del escritor. Allí escribe una de sus obras maestras, ‘Las ciudades invisibles’ (1972), además de ‘El castillo de los destinos cruzados’ (1973) y ‘Si una noche de invierno un viajero’ (1979). En su estancia parisina entró en contacto con el grupo Oulipo. Mientras el surrealismo desertaba de la razón y abrazaba el inconsciente de modo que el artista podía crear sin ningún tipo de restricciones, los oulipianos apostaban por todo lo contrario, imponerse limitaciones, lo que supone un motor de la escritura.