análisis

Agonía iraquí

Hace unas horas nada menos que 32 personas murieron en un barrio shií de Bagdad, Zafaraniyah

MADRID Actualizado: Guardar
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Los shíes de Iraq están sufriendo una verdadera cacería a manos de terroristas en Iraq, nos decía el miércoles en Madrid el profesor Pere Vilanova, uno de los españoles mejor informados sobre la situación allí, y hace unas horas nada menos que 32 personas murieron en un barrio shií de Bagdad, Zafaraniyah.

Ayer, sin embargo, en el barrio sunní de Yarmuk hubo un atentado con 11 muertos en lo que parece una reacción shií por los 17 muertos de tres días antes… y así sucesivamente. La novedad es que las milicias shiíes, más o menos inactivas desde que sus factores centrales entraron en el combate político y parlamentario, han sido reactivadas y al-Qaeda puede esperar que sus ataques tendrán respuesta.

Pero será ciega porque si al-Qaeda es estricta y radicalmente sunní y odia literalmente a los shiíes –presentados como infieles, locos, renegados y despreciables– no todos los sunníes simpatizan con ella y es una torpe simplificación, por tanto, convertir la ecuación acción-reacción entre las dos comunidades en un factor estable y atendible de la evaluación política de la situación.

Tras la retirada americana

Algo es claro, sin embargo: al-Qaeda esperó al primero de enero, cuando no quedaban fuerzas operativas americanas, evacuadas según lo previsto, para cumplir su amenaza de noviembre pasado: “lanzaremos cien ataques” (….) “el Estado islámico de Iraq triunfará”. Dicha pretendida entidad es el nombre pomposo de la franquicia local de al-Qaeda que lejos de quedarse sin trabajo con la evacuación americana no ha hecho sino reforzarse.

Tal vez el reproche mayor que los iraquíes expresan cuando hablan de la invasión de 2003 es el de haber importado a al-Qaeda, que no tenía ni un militante en un país donde, como en la Siria de los Assad, la omnipresente y temible seguridad del Estado no lo permitía y recurría los métodos más expeditivos para conseguirlo.

Ahora al-Qaeda ha vuelto a una estricta clandestinidad y a medios terroristas porque está por completo al margen de la decisión estratégica de los sunníes de hacer política vía “Al-Iraqiya”, el partido con más diputados en el parlamento y parte del gobierno de coalición vigente. Los problemas que vive tal gobierno y su fuerte división interna son resultado de viejas incompatibilidades, pero ni explican ni justifican los atentados, obra de meros terroristas.

La parálisis institucional

El espectáculo poco edificante del proceso político-institucional, sin embargo, no ayuda al combate social anti-terrorista. El primer ministro, el shií Nuri al-Maliki, sensible a la influencia regional iraní, es un hombre autoritario, aunque honrado y diligente, obsesionado con lo que parece una equiparación enfermiza entre sunní y partidario de Saddam Hussein, quien, también sunní, dirigió el país como un dictador y, ciertamente, reclutó entre su comunidad todo el aparato estatal mientras humilló y persiguió a los shiíes y combatió sin tregua a los kurdos.

Maliki actúa un poco como si la situación no fuera otra y el vicepresidente de la República, Tariq al-Hashemi, no fuera un sunní responsable, (como un kurdo, Yalal Talabani, es presidente) aunque razonablemente desconfiado sobre la deriva del ejecutivo. De hecho ha sido acusado, sin prueba alguna, de inspirar un complot y atentados contra el gobierno y ha debido abandonar Bagdad y refugiarse en el Kurdistán, una región semiautónoma donde no tiene autoridad real el gobierno. Hace tiempo que Iraq es, de facto, una confederación…

En este escenario caótico, acelerado con la salida norteamericana, una al-Qaeda crecida aprovecha la debilidad institucional de la situación, pero corre a su vez un riesgo: si las veteranas milicias shiíes, empezando por el “ejército del Mahdi”, de Moqtada al-Sadr, deciden una política de represalias, la red terrorista y su biotopo sunní sufrirán lo indecible. Eso será una guerra civil larvada, a cuyo abismo se acerca ya el país…