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Gadafi, el loco del bótox

Extravagante, presumido y aficionado a los uniformes de fantasía, el coronel no ocupó cargo alguno en los 42 años en los que gobernó Libia con mano de hierro

MADRID Actualizado: Guardar
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Sentado en el diván del psicoanalista, el coronel Gadafi (Sirte, 1942) hubiera tenido problemas para definir su verdadera personalidad. Desde 1969, año en que derrocó al rey Idris I de Libia, fue consecutivamente panarabista, socialista, anticomunista, prosoviético, islamista, terrorista y pacifista. Pasó de financiar atentados, como el de Lockerbie (1988), a condenar los bombazos de Al Qaeda. Dejó de vestirse con sobrias casacas militares para adornarse con alegres túnicas de vivos colores. En el año 2003 renunció al uso de cualquier arma de destrucción masiva y desde entonces se lanzó a recorrer el mundo con el entusiasmo de un excursionista. Pese a su fobia a sobrevolar el mar, en los últimos tiempos plantó su pintoresca jaima en ciudades por las que poco antes ni se asomaba (Bruselas, París, Roma, Madrid, Nueva York) y estrechó las manos de líderes como Silvio Berlusconi, Nicolas Sarkozy o José Luis Rodríguez Zapatero.

Ante tantos y tan bruscos vaivenes ideológicos, el psicoanalista de Gadafi haría bien en olvidar sus discursos políticos para centrarse en lo que parece constituir el meollo de su personalidad: le gustaba mandar, no toleraba la discrepancia y era terriblemente presumido.

Muammar Muhammad Abd as-Salam Abu Minyar el Gadafi tenía 68 años y dos enemigos: su pueblo y la vejez. Contra ambos parece haber perdido la batalla. Las repetidas inyecciones de bótox convirtieron su rostro en una máscara deforme y, lo que quizá fuera peor para él, la ciudadanía libia pareció haberse cansado de su "líder fraternal" que les había gobernado durante los últimos 42 años.

Nacido en una jaima

Gadafi nació al aire libre, en una tienda de la tribu beduina gaddafa plantada en Sirte, en la región de Tripolitania. Su abuelo y su padre, de sangre bereber, le contagiaron la pasión política: ambos lucharon contra los colonos italianos, que habían ocupado este hermoso pedazo de desierto en 1911 y que acabaron por marcharse poco después de la Segunda Guerra Mundial, en 1951. Pero el joven Muammar no se conformó con la independencia. Graduado en Leyes por la Universidad de Bengasi, Gadafi ingresó en el Colegio Militar y pronto comenzó a luchar secretamente contra el rey Idris, que había impuesto en el país una monarquía muy proclive a las potencias occidentales. Gadafi completó su preparación castrense en algunas academias del Reino Unido. Cuando regresó a Trípoli, en 1966, obtuvo el grado de capitán y retomó sus aficiones conspirativas, alimentadas por el éxito del nacionalismo árabe de Nasser en Egipto. Finalmente, el 1 de septiembre de 1969, a los 27 años, encabezó el golpe de estado pacífico que derrocó al rey Idris, mientras el monarca seguía una cura de reposo en Turquía. Hasta entonces, muy pocos libios habían oído hablar de Muammar el Gadafi.

Aquel mismo día, el capitán Gadafi se puso al frente del Consejo del Mando de la Revolución, integrado por doce miembros, y se hizo ascender a coronel. En sus primeros años, hizo una constitución, creó un gobierno civil, promovió algunas nacionalizaciones y prohibió en todo el país el consumo de alcohol, los prostíbulos, los casinos e incluso el pelo largo en los hombres. Pero Gadafi se cansó pronto de la compañía: primero encarceló a los opositores y luego fue destituyendo a sus compañeros golpistas. En 1977, se convirtió en el líder absoluto de Libia. A secas. Durante más de treinta años, gobernó el país sin un título oficial: ni era presidente ni jefe militar ni siquiera consejero. "Era el sistema del desorden, la organización del caos", resume Idris Erdiwah, portavoz de la Casa Libia en España: "Al no ejercer ningún cargo, no había nada ni nadie que pudiera limitar su poder o hacerle sombra".

Por Youtube circula una de las primeras entrevistas que concedió cuando accedió al poder. Gadafi habla en un inglés esquemático y pone caras raras, como haciéndose el interesante. Es un tipo apuesto, pero hierático: tiene el pelo ensortijado, el rostro moreno, las arrugas marcadas y ojos de zorro. Viste uniforme militar. Cuando el entrevistador le pregunta por su sistema político, Muammar mira para otro lado y sonríe a medias. Parece muy tonto o extremadamente listo. Y dice: "El socialismo es diferente de un país a otro. Nosotros implantaremos el socialismo que sea bueno para el pueblo".

La empanada mental del coronel Gadafi se cocinaba con unas gotas del comunismo maoísta, una pizca de cultura islámica y una buena porción del panarabismo de Nasser. "Al poco de llegar al poder, dio un giro hacia la megalomanía", asegura Erdiwah. No contento con dirigir el país africano, se puso a filosofar. En 1975, publicó el 'Libro Verde', una compilación de su pensamiento político que se divide en tres volúmenes: 'La solución del problema de la democracia: el poder del pueblo'; 'La solución del problema económico: el socialismo'; y 'El fundamento social de la Tercera Teoría Universal'. Tantas soluciones, sin embargo, no han servido para llevar la prosperidad a Libia: un país que flota sobre un mar de petróleo y que solo tiene 6 millones de habitantes. En pleno centro de la capital, Trípoli, se levanta hoy una horripilante escultura en la que un monumental Libro Verde de Gadafi se alza triunfante sobre un Libro Rojo y un Libro Azul, obvias metáforas del comunismo y del capitalismo.

Convencido de su envergadura política, Muammar el Gadafi cultivó en su país una imagen de líder austero, sobrio y místico. De vez en cuando, abandonaba el palacio presidencial de Trípoli y viajaba con su familia al desierto. Plantaba la jaima, paseaba por las dunas, comía dátiles y leche de camella, rezaba y observaba las estrellas. Luego regresaba a su despacho y ordenaba, por ejemplo, el atentado contra el avión Pan Am 103, que estalló a la altura de Lockerbie (Escocia) y en el que murieron 270 personas de 21 naciones distintas.

Tras ejercer como demonio titular de Occidente durante casi 30 años, Gadafi decidió de pronto cambiar de piel. Indemnizó a las víctimas de Lockerbie, se unió a la lucha global contra el terrorismo de Al Qaeda y empezó a visitar otros países. Los ciudadanos occidentales pudieron así asombrarse en directo de los vestidos del líder libio y de su peculiar cohorte de seguridad: siempre viajaba con 200 vírgenes, a las que llamaban 'amazonas', expertas en artes marciales. Cuando salía de Libia, despreciaba los hoteles e insistía en instalarse en su jaima, como si fuera un nómada bereber, y de vez en cuando tenía iniciativas curiosas. Al llegar a Roma, contrató a una agencia para que le suministrara 500 muchachas italianas, todas de muy buen ver. Las juntó en un palacio y les dio un discurso sobre el Corán. "Gadafi siempre ha utilizado la religión a su servicio. Pero solo se quiere a sí mismo", concluye Idris Erdiwah.