Las salas de degustación de caldos se pueden confundir con galerías de arte o casas de decoración./ MG
Ruta por el pacífico verde

Healdsburg, la Toscana yanqui

Para acercarse a la comarca del vino que hizo famosa la película ‘Entre copas’ conviene ir al volante de un deportivo

HEALDSBURG Actualizado: Guardar
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Desde la costa de Oregón hasta la Autopista de las Secoyas, ya en California, las bandas de Harley Davidson han salpicado el camino con sus aires bohemios y rockeros, pero desde que acabaron los viejos bosques y empezaron los nuevos viñedos los descapotables europeos han sustituido a esas motos genuinamente americanas.

Hay cierto aire de libertad en eso de ponerse al volante sin rumbo y dejar que la carretera decida tu agenda. O al menos eso es lo que enseñan las películas. La realidad es que, por lo menos en verano, la ingenuidad se paga.

El Best Western de Healdsburg acaba siendo el alojamiento más caro de esta aventura, en uno de los pueblos más pequeños. Y ya es la segunda noche consecutiva que esta corresponsal se lleva la última habitación del último hotel disponible. Claro, hemos dejado atrás el paraíso hippie y ahora estamos en el Condado de Sonoma, ese que puso de moda la película ‘Entre copas’ y se ha convertido en el Ampurdán de San Francisco. ¿De dónde si no iba a ser toda esta gente elegante que habla con los desconocidos como si fueran sus vecinos? La primera vez que uno de ellos saluda efusivamente uno cree que lo han confundido con alguien. A la tercera se acuerda de que estamos a solo 200 kilómetros del Golden Bridge, donde la amabilidad llega a extremos descabellados y la gente le cuenta su vida al primer extraño con el que se cruza en el semáforo.

Healdsburg no estaba originalmente en nuestro itinerario, pero el director del Instituto Solar que hemos dejado atrás ha insistido en que en Hopland no hay ni donde cenar, y éste, sin embargo, es «el pueblito más bonito que hayas visto en tu vida». Ejem, en esto de los pueblitos en Europa tenemos más referencias, pero cierto es que ni los de la Costa Brava alcanzan el grado de sofisticación de Healdsburg.

Viñedos 'acicalados'

Los estadounidenses tienen la habilidad de copiar las tradiciones europeas y sublimarlas a un grado de parque temático que nunca se nos habría ocurrido en el viejo continente. Hasta la cadena de moteles de carretera en la que nos hemos registrado se ha visto obligada a remozar sus instalaciones, poner bañeras de hidromasajes y colgar albornoces en el baño. El pabellón ha sido bautizado como ‘Toscana’ y eso da una buena idea de en qué espejo se miran los pueblos del Valle de Sonoma.

Aquí parece que los viñedos han pasado por la peluquería, todos perfectamente acicalados, dotados de regadío que salpica con mimo las hojas de parra, lo nunca visto. Las vallas de las fincas están decoradas con rosales y en lugar de los polvorientos cortijos a los que estamos acostumbrados en España, sobre estos cerros se alzan hermosos palacetes que compiten con los ‘hoteles boutique’ que rodean la plaza de Healdsburg. Una adición plagiada, porque este pueblo de 10.000 habitantes no tenía zócalo ni herencia mexicana.

Por mucho que el Best Western se haya esmerado le separa una gran distancia de esos hotelitos con encanto en los que los progres más sofisticados de San Francisco paladean el atardecer con queso y vino. Distancia física –un kilómetro desde la autopista– y escénica, porque la decoración modernista, la arquitectura sostenible y los restaurantes con dos estrellas Michelin que exhiben los hoteles del pueblo dejan en pañales los esfuerzos de cualquier cadena hotelera. Afortunadamente la distancia también se refleja en el precio, lo que uno no sospecha hasta que tiene la oportunidad de comparar las tarifas con sitios como H2Hotel o el mismo Hotel Healdsburg, donde en esta época las habitaciones empiezan a 400 dólares la noche y pueden pasar fácilmente de los 800. Todos con spa, diseño ‘eco-chic’, sábanas ecológicas y serenidad japonesa en la piscina.

Ser un hotel sin más está pasado de moda, aquí lo que se lleva es ser hotel restaurante, hotel galería u hotel spa. Y no como un apéndice escondido en alguno de los pasillos, sino como la primera realidad que se encuentra en el lugar de moda. A partir de ahí habrá que buscar la entrada del hotel como parte del juego para modernos.

Si sofisticados son los alojamientos y refinados los institutos culinarios, las salas de degustación de caldos suben varias veces el listón. Al principio uno no tiene claro si son galerías de arte o casas de decoración, como tampoco se entiende si las tiendas de ropa son salas de conciertos o es que los diseñadores buscan la música, porque aquí se cruzan todas las fronteras tradicionales y se hace lo imposible para entrener a la clientela.