tradiciones

La pasión de los borregos

LOGROÑO Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

Nadie sabe casi nada. Ni cuándo empezó la tradición ni a qué viene su nombre ni cómo se inventaron las reglas. «Mi padre me tenía contado que su padre, de joven, ya recordaba haber jugado a los borregos». José Franco, secretario del Casino Principal de Calahorra, remonta la antigüedad de esta insólita ceremonia pascual, que se verifica sobre una mesa de billar, hasta un punto impreciso del siglo XIX. Desde entonces, todas las madrugadas del Jueves y del Viernes Santo, cuando las procesiones se retiran y las imágenes sagradas regresan a la penumbra de la catedral, decenas de calagurritanos y bastantes forasteros se citan en dos locales de la ciudad (el Casino Principal y la Unión Calahorrana) para jugarse los cuartos a los borregos.

Ni siquiera en los años más oscuros de la posguerra franquista, cuando en Semana Santa se prohibían el baile, el cine o las comedias, aflojó la pasión apostante: «Se hacía un poco la vista gorda. Con la excusa de que Jesús había muerto y aún no estaba resucitado...». La debilidad teológica de esta explicación no arredraba a los participantes, que llegaban en tropel de todas las regiones limítrofes a jugarse gruesas cantidades de dinero. «Y hasta fincas. Una vez, a uno se le acabaron las pesetas y se apostó su dormitorio. Lo perdió y tuvieron que ir a por él», recuerda uno de los parroquianos del Casino Principal. Y José Franco apostilla: «En tiempos, venía gente de Bilbao o de Pamplona, empresarios de la construcción, con maletines enteros llenos de billetes. En otra ocasión, un vecino de Calahorra ganó tanto dinero que les dio miedo que saliera a la calle con todos los billetes abultando en los bolsillos o sujetos con gomas al cuerpo... Tuvieron que llamar a la policía para que lo escoltara hasta su casa, no fuera a ser que lo atracaran».

Junto a la mesa de billar a tres bandas del Casino Principal, retocada por el carpintero para ajustarla al juego de borregos, José Franco, David Ripalta, César Fernández, Pablo Alegría y José María Beisti explican los pormenores de una competición sencilla, que requiere una cucharadita de habilidad y un garrafón de suerte. Con un rodillo, el tirador golpea ocho bolitas colocadas en línea, apuntando hacia un foso situado en la esquina opuesta de la mesa. Si mete un número par de bolas, hace buena. Por el contrario, hace mala si caen en el agujero una, tres, cinco o siete. En caso de que ninguna bolita llegue al foso, la tirada se declara nula. Al tercer nulo, el jugador pierde el turno.

Apuestas sin límite

Pero el asunto quedaría bastante soso sin dinero por medio. En una zona de la mesa, acotada por una línea blanca, el tirador coloca lo que desea envidar. No hay límites. Ni por abajo ni por arriba. Uno puede apostarse un céntimo o dos millones euros, pero con una condición: alguien debe cubrir su apuesta. Luego se tira. Si el jugador hace buena, coge el dinero que hay sobre la mesa y vuelve a apostar: «Suele ser costumbre empezar por una cantidad y luego doblarla. En tres buenas, se puede ganar dos o tres mil euros». Pero no es tan fácil. «Estadísticamente, se hacen más malas que buenas», resume José María Beisti.

La tradición de los borregos mantiene otras peculiaridades, extrañas en el tercer milenio: las mujeres no pueden entrar al recinto de juego, ni siquiera como espectadoras; y solo se juega durante esos dos días al año. Cuando acaba la Semana Santa, vuelve el carpintero, repara el tapete y la mesa queda lista para su oficio habitual: el billar a tres bandas. «En otros tiempos, había gente que incluso se preparaba un artilugio semejante en sus casas para entrenarse; pero eso ya no se hace», indica José Franco. Tampoco las apuestas son ahora tan gruesas como antes: «La gente de hoy es más recatada. Más prudente. Pero yo he llegado a ver cómo se vaciaban los cajeros automáticos de la ciudad y cómo tenían que venir en seguida los directores de las sucursales a rellenarlos», sonríe Franco.

No solo el tirador apuesta; también se toleran los envites «por fuera»: espectadores que se retan entre sí y que arriesgan su dinero a favor o en contra del hombre que ha cogido el rodillo y que se dispone a embocar las bolas. Al contrario que en otros juegos de azar o vagamente deportivos, la banca no se lleva nada de las apuestas cruzadas, salvo los tres euros que cuesta cada tirada.

Las puertas del Casino Principal y de la Unión Calahorrana volverán a abrirse hoy, día de Viernes Santo, a las cinco de la tarde para el juego de borregos. La entrada es libre. Luego se detendrá la partida durante las procesiones y a eso de las diez se reanudará... hasta que los apostantes aguanten. «Hemos llegado a salir de aquí a mediodía», se asombra el secretario de la institución.