Monumento en recuerdo de Agustín Lara. / Miguel Lorenci
ruta quetzal

Melodías del 'reflaco' en el río de las mariposas

Fuego y tamales en la colorista patria chica de Agustín Lara

enviado especial a TLACOTALPAN (MÉXICO) Actualizado: Guardar
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Las aguas del caudaloso Papaloapan son terrosas. Es el río de las mariposas, el anchuroso cerco fluvial de la villa de Alvarado. En sus riberas se alza la ciudad de Tlacotalpan. Es toda una sinfonía de colores escrita bajo un calor infernal en las fachadas de las casas españolas de este hermoso pueblo declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco hace 12 años. Aquí nació Agustín Lara, un desconocido para muchos de los jóvenes de la Ruta Quetzal BBVA 2010 que recorrieron bajo un asfixiante calor sus calles. Pero muy familiar para su padres y abuelos, que tiene en su memoria colectiva las canciones de este compositor y cantante de fama universal.

En este preciso pueblo siempre achicharrado por un sol inclemente, se fraguó el talento musical del 'reflaco', un dotado compositor y vocalista de voz aflautada que cantó a Madrid, Granada, Valencia, Toledo o Sevilla antes de poner el pie en ninguna de esta ciudades. El mismo Lara que contó y cantó como nadie el alma mexicana y que encandiló a la dama entre las damas mexicanas, 'la Doña', María Félix.

Los esforzados ruteros y sus habitantes, como los de la Comala de Rulfo, libran un extenuante combate contra el fuego que baila en el aire y se aquieta hasta derretir los tuétanos aliado con la humedad. Su mejor arma es la inactividad, a la que se aplican con la eficacia de los lagartos y en la que sólo son superados por esos perros tan 'Pedro Páramo'. Se ayudan los tlacotalpeños en la batalla contra el aire de fuego con al excepcional cerveza azteca, que ofrecen con prodigalidad al visitante. Se protegen con parasoles en su lento caminar y se ponen a refugio en unas casas coquetas y acogedoras decoradas con todos los colores del arco iris, siempre abiertas a la curiosidad del viajero y exponentes de la idiosincrasia del país.

Paleta

La paleta de Tlaclotalpan va del verde lima al fucsia, pasando por el amarillo, naranja, lila, bermellón, ocre o salmón que lucen en las fachadas de su casas y sus iglesias. La población -20.000 almas- cuenta con algunas casas venecianas y un millar de viviendas de 'españoles' construidas por sus descendientes que alzaron a aquí las casonas con arcadas y balconadas que quisieron tener en la Granada, Valencia, Sevilla, Toledo o el 'Madrid' al que cantó con tanto tino el omnipresente Agustín Lara.

Su museo, una casona feúcha decorada de cenefas de un verde chillón, alberga mas polvo que brillo. Partituras, piano, maletas, manuscritos, la cama del maestro, y fotos, muchas fotos del 'flaco reflaco' compositor, 'la Doña' y todas las figuras que buscaron su proximidad en un tiempo dorado por el que se interesan muy pocos visitantes. Su música tampoco suena y parece haber perdido la batalla fente a las rancheras y narcorridos que atruenan desde los puestos de los vendedores ambulantes de material pirata.

Pedro de Alvarado fue el primer español que plantó el pie por estas tierras aluviales abrasadas sin piedad por el astro rey. Además de dar su nombre a la ciudad Alvarado, navegó el río más largo de México con casi 900 kilómetros el mariposero Papaloapan. Fundó San Cristóbal, hoy Tlacotalpan, recuperada su denominación náuhatl -en la tierra de las jarillas o varas. Fue refugio de filibusteros y piratas cuando las coronas británica y española guerreaban por el dominio del Caribe.

En su fortín, y apoyados en los cañones, sestearon unos ruteros sudorosos para dar cuenta de los tamales - "dulzón y picantote"-, preparados por habilidosas manos indígenas que fueron su plato del día. Ninguno de los jovenzuelos/as lleva en su iPod canciones del maestro Lara, a pesar de que casi todos habrán tarareado alguna vez las dulces melodía que nacieron al borde del río de las mariposas. De vuelta a Veracruz, a refugio de la abrasión solar en el bus con aire, recepción del alcalde John Rementería Sempe, sesión de bailes jarochos, foto de familia con todas la banderas en esta ONU ambulante, para celebrar otro chaparrón de sudoroso jolgorio. La ruta, y el fuego, continúan.