MUNDO

Mis hijos

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El 70% de los jóvenes franceses padece un empleo precario y el 28% se halla en paro. Como mis hijos. El 90% pertenece a una burguesía acomodada. Pretenden ser como su padre: ganar lo suficiente y vivir bien. Como mis hijos. Ninguno de ellos ha tenido una infancia difícil o pasado lo que se dice necesidades. Como mis hijos. Y todos ellos padecen, como recordaba en estas mismas páginas el filósofo francés Luc Ferry, el síndrome de Piter Pan. Ninguno quiere crecer y celebran la edad de jubilación en la casa paterna. Como mis hijos. Sólo existe una pequeña diferencia con los de mi generación, ni el Capitán Trueno evitó que pasáramos calamidades. No hicimos la guerra, ciertamente, pero salimos de ella para darnos de bruces con la dictadura franquista, en la que poca cosa tenían que hacer los adolescentes como no fuera mirar los escaparates de las pastelerías, jugar a las canicas e imaginar que debajo de los vestidos fundamentalistas de la época podía ocultarse el cuerpo de una mujer. El amor no era una práctica, sino un ejercicio de la imaginación y se aprendía en el campo, viendo follar a los carneros.

La cuestión no es que los chicos franceses estén mal, que acuden a las manifestaciones con teléfonos móviles y MP3, sino que remotamente pueden vislumbrar una vida peor. En realidad, no sólo es su problema, sino el de Francia en general. Acostumbrada a una vida de bonheur, con una cohabitación política inhabilitadora y saltos en el vacío, de la izquierda a la derecha. Un zapping social insoportable que impide reformas estructurales y una contestación alimentada desde la toma de la Bastilla, no hay quien admita dos millones y medio de parados y una marea negra o sencillamente islámica que hace albergar los peores temores. La intervención del presidente Chirac es el mejor ejemplo de una sociedad inquieta (e inquietante) que no sabe hacia dónde se dirige. Promulga la ley de Contrato Primer Empleo y al mismo tiempo exige a su Gobierno que la cambie. El mismo zig-zag que le lleva a votar hoy negro donde ayer votó blanco, a repudiar la Constitución europea habiendose considerado el paradigma del europeísmo, la madre de la loba que amamantó a Rómulo y Remo. Los chicos no son, pues, un lunar en el culo social, forman parte de esa noble y desviada posadera, que no sabe dónde asentarse. Tienen miedo del miedo. Y viven bajo el techo de sus padres por si se produce lo que Bush y Aznar anuncian siempre: la guerra nuclear. Como mis hijos. Y creen en los derechos sin contrapartidas.

Pero no son culpables del materialismo delirante que les lleva a la revolución con gomina y corte de Dior. Creo que era Shortouse quien decía que «todos los credos y todas las opiniones no son más que meros resultados de la oportunidad y el temperamento».