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Cádiz muestra la peor cara en su mejor perfil

El frente urbano que discurre desde La Caleta hasta las murallas de San Carlos acumula edificios en mal estado

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El ‘mirador de las Américas’, desde el que los gaditanos de hace dos siglos se asomaron al mundo y mostraron lo que tenían que ofrecer. El mirador desde el que todos quisieron mirar y a partir del que configuraron sus casas, sus países, sus ideas. El mirador fue espejo y hoy, cuando debería resplandecer más que nunca, se ha roto. Según las teorías esotéricas después de siete años de mala suerte, o mejor dicho, de abandono a su suerte, se tendría que haber soldado la grieta, pero no, han pasado siete años, en algunos casos más, y si nadie lo remedia, el reflejo de esta ciudad, de Cádiz, puede quedarse mellado para siempre.

Ese mirador, ese gran balcón al mar, es la postal que cada persona que visita Cádiz debería llevarse a su casa. La foto tomada desde el océano, para reforzar el carácter insular de la ciudad, como las que han hecho famosos los paisajes urbanos de Nueva York, con el ‘skyline’ de Manhattan, o Estocolmo, con esa espléndida vista de las fachas coloreadas y perfectamente conservadas de Gamla Stan. Siempre con el agua en primer plano. Esa estampa es la que configura, en visión panorámica y a todo color, todo el frontal ‘noble’ de Cádiz, el que recuerda sus momentos dorados, desde el antiguo hospicio, hoy Valcárcel, recuperado y perdido, hasta las murallas de San Carlos. En ese tramo se concentra buena parte de la historia y las aspiraciones de futuro de Cádiz. Sus edificios son muestra de la mejor arquitectura que se ha hecho en esta ciudad, cualquier guía especializada así lo dictamina. Del neoclasicismo más refinado se pasa a la corriente funcionalista del siglo XX, paseando en medio por las casas de comerciantes, de burgueses liberales en las que se fraguó la leyenda de esta ciudad que algunos siguen definiendo como culta y cosmopolita, con las torres miradores como corona de un modelo urbano que, sin ser patrimonio de la humanidad, ha sido copiado en medio mundo. Sin embargo, todo esto no ha sido suficiente para conservar un legado único, que si se pierde no se podrá imitar, mucho menos recuperar, por mucho que algunos se empeñen. Porque desde Valcárcel a la plaza Argüelles hay demasiados ejemplos de dejadez, de irracionalidad, de vergüenza para una ciudad que quiere hacer del turismo y la cultura su motor de desarrollo.

El recorrido que nos ocupa, y que debiera ser imperativo legal para todo el que quiera, más que conocer, sentir Cádiz, empieza en el mágico enclave de La Caleta. Frente a la playa en la que se hunden más prófundas las raíces de la ciudad se encuentra el edificio de Valcárcel. Después del laberinto en el que entró hace más de una década como centro educativo para convertirse en un gran hotel de lujo, resulta que no aún no ha encontrado la salida. Sabe donde está, pero un juez no le deja ver la luz. El litigio que mantienen la empresa que compró el inmueble para darle uso turístico, Zaragoza Urbana, y la Diputación Provincial, que será de nuevo la propietaria en cuanto le sean devueltas las llaves, impide que se actué en la recuperación de esta joya del neoclásico español. Desde que los miembros del colectivo Valcárcel Recuperado fueran desalojados del antiguo hospicio apenas se ha hecho nada en el edificio. Y ya se sabe que las puertas cerradas terminan por pesar tanto que se rompen los suelos, techos y paredes que las rodean. Eso es lo que está pasando. Apenas se han intentado tapar con algunos parches los evidentes desperfectos de la fachada, pero las filtraciones en la cubierta y los problemas estructurales empiezan a ser tan graves que hasta uno de los mejores conocedores de la arquitectura de la ciudad, Julio Malo de Molina, advierte de que «o se actúa de inmediato o Valcárcel se cae».

Arquitectura contemporánea

Y no es lo único que corre peligro. A poco metros hay otros dos edificios de titularidad pública, la Escuela de Náutica y El Olivillo, que acumulan años de abandono y papeletas para el derrumbe. La protección urbanística de ambos es su único flotador. Pero sin el aire de los proyectos que le den contenido su futuro no pinta bien.

Los dos inmuebles están en manos de la Junta de Andalucía, y forman parte del paquete de edificios y espacios públicos que la Delegación del Gobierno andaluz está negociando con el Ayuntamiento de Cádiz. Desde el ente municipal son constantes los requerimientos de obras de seguridad en estos dos equipamientos sin uso, magníficos ejemplos de la arquitectura contemporánea perfectamente integrada en la trama de la ciudad (a diferencia de otros grandes edificios que, según los expertos, no hacen sino romper la uniformidad visual del casco histórico, como los bloques cercanos de ‘Hollywood’ o el propio Parador Atlántico).

La Junta ha tenido intención de derribar ambos inmuebles, llegando incluso a presentar los correspondientes expedientes de ruina. En el caso de Náutica el Ayuntamiento ha informado negativamente al mismo, por lo que obliga a mantenerlo en pie. No obstante, lo que reclaman arquitectos del peso de Malo de Molina o el propio decano del Colegio Oficial de Cádiz, Víctor Manuel Gómez, es que no sólo se respeten los elementos catalogados, en este caso la fachada y el puente de mando, sino la estructura en su conjunto. «Otra cosa sería reírse de la arquitectura», afirman.

La esperanza del Olivillo está en la oportunidad de que la UCA le de uso. Ha tenido decenas de proyectos y ninguno ha fructificado. Así, hasta convertirse en un esqueleto al que ahora se le quiere poner traje universitario. Ha sonado como sede del Campus de Excelencia del Mar, pero no hay nada definido al respecto. El principal escollo: el dinero para adecuarlo.

Lo más grave en este caso es que, afirma Malo de Molina, se ha llegado a una situación de extrema gravedad en ambos casos «de forma intencionada. Han sido abandonados a un arruinamiento premeditado».

El autor de varias guías arquitectónicas de Cádiz continúa haciendo el paseo analítico por el entorno de La Caleta y no pasa por alto otra edificación emblemática: el Balneario de la Palma.

Hace sólo unos días el Ayuntamiento anunciaba que asume la ejecución subsidiaria de las obras de seguridad necesarias para garantizar la seguridad de los usuarios de la playa después de que se hayan producido una serie de desprendimientos en los bajos del mismo y que la Junta de Andalucía no haya realizado los trabajos que se le habían reclamado al respecto.

Malo de Molina opina que, aunque es un edificio bien conservado, tiene el handicap de estar infrautilizado. Después de salvarse del derribo que promovió el Gobierno local de Carlos Díaz, actualmente es el Centro Andaluz de Arqueología Subacuática, pero su actividad es bastante limitada. Lo ideal según el arquitecto, sería recuperar el uso ciudadano del balneario como espacio lúdico.

Continuando el paseo hacia la avenida Gómez Ulla, es la Universidad de Cádiz la que se convierte en titular de un patrimonio que ofrece tantas luces como sombras. Mientras que la Facultad de Filosofía y Letras, el edificio Constitución de 1812 (antiguos Cuarteles de La Bomba) y la Facultad de Ciencias Económicas y Empresariales –esta aún en el entorno de La Caleta– se muestran contundentes, bien conservados, evocadores de los tiempos en los que Cádiz mantenía intacta su vocación de ciudad universitaria, hay otros edificios que huelen a decadencia.

La marcha en cuestión de meses de la Escuela Superior de Ingeniería al Campus del Río San Pedro no sólo deja vacía su sede actual, cerca de la plaza Fragela, sino que también va a dejar casi sin actividad a otros centros, como son la antigua Escuela de Enfermería y el Aulario de Simón Bolívar. Dos edificios que tampoco están en su mejor momento estético. Pero lo que más preocupa es el estado del Colegio Mayor Beato Diego José de Cádiz. Cerrado a cal y canto desde el año 2002 por su estado de deterioro, hace aproximadamente un año la Universidad de Cádiz y el Consorcio de la Zona Franca firmaron un protocolo de actuación para impulsar la recuperación del edificio. Su objetivo era conseguir la financiación de los Fondos Estructurales Europeos (FEDER) en el Marco Comunitario 2014-2020, por los que se podría conseguir un 70% del coste de las obras, quedando por concretar el origen del 30% restante. A día de hoy no se sabe nada ni de los FEDER ni de los planes de actuación.

Continuando el recorrido, y obviando los problemas estructurales del Colegio Carlos III, en vías de solución, el paseante se encuentra con dos antiguos edificios militares completamente restaurados y recuperados para la cultura, como son el Espacio de Creación contemporáneo y el Centro Cultural Reina Sofía. Son quizá los mejores ejemplos de recuperación arquitectónica de la zona, junto con la ejemplar rehabilitación del Castillo de Santa Catalina y la que se ha llevado a cabo, de forma parcial, en la Avanzada de Santa Isabel y las casamatas del Castillo de San Sebastián.

Casas señoriales

Hasta el momento todos los edificios mencionados son de titularidad pública, pero al llegar a la Alameda Apodaca comienzan a sucederse las casas señoriales, de grandes fachadas, todas diferentes, todas bellas –al menos algún día lo fueron–. En este caso los edificios siguen siendo viviendas. Se mezclan aquí las fincas perfectamente conservadas con las restauradas que han cambiado de imagen en los últimos años, perdiendo algo de encanto pero respetando las líneas de fuga que dibujan sus cornisas y que cualquier pintor hubiera pensado para darle a Cádiz las proporciones perfectas. Algunas excepciones hay, tampoco hay que obviarlo, pero son las menos. Estos edificios están en manos de particulares, en muchos casos de familias que han ido manteniendo su patrimonio durante siglos.

El problema es que hoy en día algunas de ellas tienen cada vez más problemas para conservarlo en óptimo estado. Fachadas con desconchones, que piden a gritos una mano de pintura, balcones cerrados a cal y canto, ventanas tapiadas o con cristales rotos se mezclan con la piedra ostionera y los cierros de madera de sus vecinos.

Hay en la Alameda hasta media docena de fincas cerradas, inhabitadas, algunas que amenazan ruina. «La única inquilina de una de las más grandes y a la vez con más historia por la importancia de quienes allí vivieron no hace tanto, portadora aún de un ilustrísimo apellido en la ciudad, pero que no quiere aparecer en estos papeles, comenta entre puntales y humedades que «no paran de requerirnos que hagamos obras, pero es que las administraciones no se pueden hacer una idea de lo que cuesta mantener esto. Yo desde luego no puedo hacer nada, y me duele como nadie se pueda imaginar».

No es la única en esta situación. La presidenta de la Asociación de Vecinos Virgen del Carmen del Mentidero, Almudena Ortega, explica que en la Alameda, donde el metro cuadrado sigue cotizándose a precio de oro, «hay muchas viviendas vacías». Algunas porque se han puesto en el mercado como viviendas «de lujo» en un momento en que esa palabra suena a películas de Romy Schneider, y otras porque se han ido abandonando hasta convertirse en infraviviendas. «Es muy difícil y costoso no ya restaurar, sino mantener estas fincas, y encima están muy cerca del mar, y eso perjudica mucho», comenta Ortega.

Y aún así, es una de las zonas más buscadas por los turistas y los amantes de la historia. Más de uno pasará por alto las manchas del tiempo en las fachadas cegado por la belleza del entorno. Pero para el que pasa todos los días, para el que vive allí, para el que debe velar por su mantenimiento, la situación, desde Valcárcel a Argüelles, tiene que quitarle el sueño.