opinión

La catarsis de cada procesión

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Tiene la Semana Santa siempre algo de catarsis. Marca un antes y un después en el curso cofrade, la meta a alcanzar. Tiene, por tanto, un gran porcentaje de penitencia pero otro por ciento de expiación. En el cortejo se quedan atrás alegrías y penas, enfrentamientos y momentos de compañerismo, en una intensidad barroca que se vive hasta en las vísperas. Tal es la tensión acumulada en el año, que si no existiese Semana Santa, las cofradías no sobrevivirían el devenir de los años, décadas y siglos. Y no es porque perderían uno de sus fines, el culto externo, sino porque, como grupo humano que son, se consumirían en dimes y diretes. En guerras internas sin trinchera ni cuartel, pero igualmente cruentas. Y en toda esta escalada de tensión, empujada por los roces propios de toda asociación de personas y por los nervios de los preparativos; llega la Semana Santa. Se abren las puertas de los templos y la bocanada de aire fresco parece llegar hasta el interior de los libros de reglas. Porque tras la Semana Santa, la expiación continúa, pero ya motivada por este soplo fresco.

Es el antes y el después de la estación de penitencia. El curso cofrade acaba y comienza ese día, aunque queramos buscarle a veces otras temporalidades. Solo hay que fijarse en los movimientos: tras la Semana Santa llegan las dimisiones o sustituciones, los agradecimientos y las enhorabuenas. Y vuelta a empezar, el Ave Fénix ha ardido y nace de nuevo. De hecho, estoy seguro que si no fuera por esta catarsis, la Semana Santa moría víctima de su propio éxito, embriagada de sus ganas de más y más.

Venimos de un curso cofrade especialmente duro, lleno de dimisiones y comisariados que germinaron aquí y allí, como no podía ser de otra forma, tras la Semana Santa de 2013. Triste es ver que esta estacionalidad cofrade estalle en guerras de poder que acaban aireadas a los cuatro vientos y con necesidad de mediación externa. Quizás sea por las ansias de una vara dorada, quizás por desavenencias, quizás por la persistencia de un grupo de hermanos muy dispuestos a reventar un cabildo pero no tan entusiasmados con hacerse con las riendas de una hermandad. Los motivos son muchos y variados, sin personalizar en casos concretos. Todos ellos, igualmente tristes.

Resulta difícil querer ser ejemplos de algo, si cuando la plata no fulgura, cuando las flores se secan, cuando el incienso se consume; no queda nada. Es decir, cuando detrás de esa capa externa, deliciosamente atractiva y bella, hay un interior corrupto a base de luchas sin fin. De poco sirve ese cuidado cortejo si a los meses los cofrades ocupan titulares por desavenencias que acaban siendo más externas que internas. Sin duda, cada casa de hermandad es un mundo, partiendo de la base de que en todas hay roces. Sin embargo, el trecho entre las tensiones lógicas entre hermanos y la lucha fratricida va una distancia como de la Cruz de guía a la banda de música.

¿Quien tendrá la llave para que apaciguar las mesas de las juntas de gobierno? Todos y nadie, quizás. En este especial, el obispo hace un llamamiento al fin de las crisis internas. No es mal comienzo un toque de atención del pastor de la Diócesis. Habrá que acompañarlo de algo de examen de conciencia personal y colectivo. Tampoco estaría mal sazonarlo con un mucho de humildad, con un tanto de arrepentimiento. Bien sea por la coexistencia pacífica entre hermanos, bien por dejar en buen lugar el nombre de una hermandad que se ve arrastrado por los adoquines cuando las crisis salen a la luz. Y luego viene la segunda pata de la mesa: la coordinación ‘supracofrade’. Que esos responsables nombrados para velar por las hermandades cuiden porque la sangre no llegue al río. Más que instituciones preocupadas por ser una cofradía de las cofradías o por mantener el ‘status quo’ de la poltrona personalista, nuestras hermandades merecen personas preocupadas por su buen devenir. Y no es que este que escribe pretenda dar lecciones de moralidad cofrade. Más bien es que la Semana Santa se acerca y siente ya la catarsis de su estación de penitencia.