opinión

El Carnaval podrido

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Como ocurre cada año por estas fechas, todavía no hemos empezado a comer polvorones y ya estamos envueltos en polémicas a causa del Carnaval, que realmente está a la vuelta de la esquina. Y las polémicas, como casi siempre, tienen que ver con el dinero. En esta ciudad presumimos de tener un arte horroroso, de un ingenio sin igual, de una gracia exquisita. Así lo vendemos al resto de España y parte del extranjero y, siempre, nos ‘compran’ la moto. Sin embargo –y siendo muchas veces cierto– en cuanto se rasca un poco, empiezan a emerger las vergüenzas, la cara oculta de la fiesta.

En realidad, no tanto de la fiesta en sí. Más bien del concurso de agrupaciones del Falla. La diversión en la calle sigue siendo pura, como en sus raíces, jovial, desinteresada, alegre, del pueblo. Pero el COAC, ahí donde lo ven, es un hervidero de intrigas, críticas, puñaladas y malos rollos. Los protagonistas del concurso –autores e intérpretes–, o al menos muchos de ellos, hace tiempo que dejaron de pensar en divertir, sorprender o emocionar al público y centran todos sus esfuerzos en ganar dinero. La antítesis exacta del espíritu con el que nació esta fiesta hace siglos.

Bien está que los que pegan un ‘pelotazo’ recojan los frutos de su esfuerzo en forma de contratos para actuar allá donde les llamen. El problema es cuando todos, absolutamente todos, se creen con derecho a hacerlo, aunque en el Falla hayan pasado inadvertidos. A tal punto llega, que algunas agrupaciones que en su día fueron punteras, hayan decidido no participar este año en el COAC ante el temor de quedarse fuera de la final y perder la posibilidad de obtener buenos contratos a posteriori. Prefieren ir a lo seguro y ofrecer sus repertorios allá donde les pongan la ‘pasta’ por delante. El espíritu del Carnaval de Cádiz se ha prostituido. Tanto salir en la tele, tanta foto con fans enfervorizadas que los idolatran como a Messi, les ha hecho perder el norte. Quizá lo mejor sea replanteárselo todo, hacer una purga para volver a los orígenes. Para que la fiesta vuelva a ser lo que fue: diversión desenfadada y grupos de amigos que se reúnen para reírse y hacer reír, sin más pretensiones.

Menos mal que siempre nos quedará la calle, porque cuando empiece el Falla arrancaremos con ganas, pero al tercer día recordaremos que para ver una buena agrupación, hace falta tragarse quince birrias, que encima exigirán su parte del pastel, como si aportasen algún ingrediente.