opinión

No tan diferentes

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Este ha sido un fin de semana duro. Las aguas del Estrecho han engullido la vida de varias personas. Sus sueños y sus ilusiones se quedaron en el mar, un mar al que seguramente llevaban tiempo dirigiendo sus miradas, preguntándose si serían capaces de llegar al otro lado, si conseguirían alcanzar su objetivo vital.

Han sido cuatro los hombres que han perdido la vida. Uno de ellos, con una vida diferente, trabajador de un ferry que une los dos continentes, pero que entendió que ante el vuelco de la pequeña embarcación en la que viajaban sus ocupantes no podía pasar de largo. Con valentía intentó socorrerlos pero perdió el equilibrio y cayó al agua. El desenlace ya es de sobra conocido.

Lo triste de esta historia es que mientras aquí algunos nos quejábamos el sábado porque el viento, que muchas veces, y como decía Almudena Grandes en ‘Los tiempos difíciles’, puede volverte realmente loco, no nos hiciese volar como a Dorothy, ellos se embarcaron en una travesía con trágico final. Subieron a una patera, que seguramente pagaron a precio de oro, y emprendieron el viaje que acabaría con sus vidas en un mar embravecido.

Cuanto más escuchas una tragedia como esta más se acostumbra uno. Dicen que el ser humano es capaz de convertir en natural algo que antes le espeluznaba, debido a la repetición. Al final, y aunque la mayoría no lo quiera reconocer, seguimos viéndoles como personas que nada tienen que ver con nosotros, que pertenecen a otro mundo e incluso en ocasiones no entendemos cómo son capaces de subirse a una barca inestable y arriesgar así sus vidas.

Pero eso era antes. Ahora empezamos a estar mal, no tanto como en el continente vecino, pero mal. Y es entonces cuando entra la desesperación y uno empieza a pensar de otra manera, el ‘no estaría dispuesto a hacer’ se convierte en ‘estaría dispuesto a cualquier cosa’, ya no nos parece tan descabellado aceptar si alguien nos convence de que pagando miles de euros podremos recuperar nuestra dignidad y la vida en otro lugar, aún a riesgo de morir en el intento. Porque al fin y al cabo, aunque no vivamos en la misma tierra todos somos hijos de alguien, hermanos, maridos, esposas... y queremos comer todos los días y que no nos falte lo básico para ser felices.