hoja roja

Horror en el hipermercado

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Y usted que creía que lo tenía ya todo visto, que lo de las barbacoas y la reserva anganga en la playa eran cosa del pasado y que ya bastante habíamos sacado a pasear al Berlanga que todos llevamos dentro como para dedicarle ni un solo homenaje más. ¡Qué equivocado que estaba! porque jamás pensó que la inflexible realidad sigue ahí, dispuesta a revalidar su record olímpico y a superar a la veleidosa ficción. Si pensábamos que Mr. Marshall se iría para siempre con el Bicentenario, ya tenemos a Sánchez Gordillo, al alcalde de Espera y al ex alcalde de Alcalá preparados para recordarnos que en estos tiempos que corren, la escopeta nacional es más nacional que nunca.

De la fantástica antología del disparate que entre todos estamos confeccionando me resultaría muy complicado quedarme con sólo uno, y eso que lo están poniendo fácil. «Ley de la selva», «franquista de tomo y lomo», «por este motivo entraré en la cárcel una y mil veces», parecen frases apropiadas para Sazatornil en plena cacería con los marqueses de Leguineche, pero no para ministros y diputados nacionales, aunque a estas alturas ya no es conveniente meter la mano en el fuego –ni siquiera en una barbacoa- por nadie. Asaltar un supermercado –propiedad privada y no economato del Estado– con cita previa y mucho ruido, sobre todo cuando se tienen demasiados privilegios políticos, no le ha salido al mártir de Marinaleda como él esperaba. Ni los bancos de alimentos, ni Cáritas ni la Cruz Roja reparten comida «robada» a quienes la necesitan, que lo de jugar al Tempranillo ya no se lleva y mucho menos cuando el Robin Hood de turno vive a costa del erario público. Y encima se meten en Mercadona y en Carrefour sembrando el pánico en los paraísos del mileurista y dando una imagen que no se podría describir ni con cien mil palabras. La imagen de un país en completa decadencia, un país desaforado que intenta batir su marca de tirar la piedra y esconder la mano. «Maniobra de distracción», ya lo dijo Sánchez Gordillo, desde su condición de aforado.

Es el «yo no ha hecho» y el «tú lo has hecho antes» que presiden las salas de lo contencioso donde se juzga nuestro futuro. El alcalde de Alcalá se queja de no poder pagar las nóminas de sus empleados porque el anterior edil gastaba el erario público en los álbumes de fotos de comunión de sus afines y en alquilar colchonetas y castillo hinchables para los fastos eucarísticos del vecindario, «simpatizantes socialistas» como ha dicho Julio Toscano. Otro episodio más de Berlanga. Un episodio que no ha hecho más que empezar porque Arsenio Cordero se defiende acusando al actual alcalde de ceder el autobús municipal –¡hay un autobús municipal en Alcalá!– con chófer incluido para trasladar a los invitados de una boda y de utilizar al personal del programa PECES –esa cosa de los acrónimos- para instalar «sistema de fontanería de sus viviendas» en domicilios de «simpatizantes del PP». Vaya con los simpatizantes de unos y de otros.

Porque al final, todo se reduce a lo mismo. Es lo que pasa con los castillos hinchables, que uno puede saltar y saltar hasta que se desinfla por sí mismo. Y así estamos todos, totalmente desinflados. Asfixiados por la marea que sube, como las barbacoas de esta noche, que han ido desinflándose poco a poco, nadando contra corriente para al final morir en la orilla. Y usted que creía que lo tenía todo visto.