ISABEL PALOMEQUE | BAILARINA

«Vivía con una bomba de relojería entre mis orejas»

Sufrió un ictus con 24 años, pero sobrevivó tras 14 días en coma. Convive desde entonces con secuelas que no le restan un ápice de vida. Antes era enfermera.

MADRID Actualizado: Guardar
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Viernes, 24 de febrero de 2004. Isabel Palomeque cena en casa de unos amigos, todos enfermeros, como ella. Son casi las dos de la madrugada. Bromas y risas son la calefacción perfecta a aquella fría y húmeda noche de invierno en Barcelona. Una reunión de jóvenes alegres con casi toda la vida por vivir. Acaban de iniciar su carrera laboral y los sueños no dejaban de sobrevolar aquella mesa presidida por un pandemónium de felicidad. Nada ni nadie podría presagiar la tragedia que estaba a punto de suceder. «Llegó inesperadamente. Bloqueo del habla, dolor de cabeza, los músculos de mi cara se destensaron, unos segundos de angustia y después solo un vacío negro durante 14 días y 14 noches». El caprichoso destino se la jugó a Isabel en contados segundos. Sufrió un ictus, «un accidente vascular cerebral. Una interrupción en el flujo sanguíneo del cerebro. Puede ser un taponamiento de los vasos (isquemias) o una rotura de los mismos (hemorragias). En mi caso fue una hemorragia y muy extensa. Me hicieron una craneotomía y una angiografía y estuve 14 días en coma». Casi ocho años después, Isabel conserva los recuerdos muy presentes. Según los médicos, su ictus fue culpa de una malformación congénita de algunos vasos sanguíneos de su cerebro: «Vivía desde mi nacimiento con una bomba de relojería entre mis orejas y lo desconocía», asegura la afectada.

Isabel sobrevivió. Pero no siempre el final de la historia es feliz. Las estadísticas son severas. Solo en España, el ictus afecta a una persona cada seis minutos. De hecho, uno de cada seis españoles sufrirá uno de estos episodios a lo largo de su vida, o lo que es lo mismo, en el año 2025, 1.200.000 españoles habrán sufrido un ictus. Aún más estremecedor resulta este otro dato: es la primera causa de muerte entre las mujeres. Afortunadamente, la joven barcelonesa no forma parte de esta lista negra, aunque su vida cambió de golpe: «Era una chica normal. Deportista, una carrera de enfermería terminada hacía tres años, trabajando en la UVI de un hospital y con muchos planes de futuro. Es cierto que me salvé y recuperé la vida, pero no mi vida. Al menos mi vida anterior. No queda prácticamente nada de lo que fui y para lo que pensaba que estaba preparada. Ha habido que recomponerlo todo: amistades, aficiones, ilusiones…».

La importancia del calor humano

Al despertar del coma, Isabel «sintió frío. Mucho frío. Y la angustia de no poder moverme ni comunicarme». Pero el calor de su novio y de sus muchos amigos que estuvieron a su lado le ayudaron a renacer. Aunque con condiciones. Muy duras: «Tuve que rehacer mi vida a mi medida actual. Evidentemente han quedado amigas y amores por el camino. La vida es dura para todos y a veces parece que no he podido cubrir las expectativas que un día tuve para con otras personas».

Isabel no solo tuvo que soportar el egoísmo y la indolencia de algunos de los que hasta entonces formaban su círculo de confianza. Tuvo que afrontar un tremebundo proceso de rehabilitación del que casi prefiere olvidarse: «El inicio fue durísimo. A pesar del apoyo de la familia, es difícil asimilar el cambio que ha experimentado tu vida en medio de la confusión y de la incomprensión que genera la falta de comunicación. Después, la realidad se abre paso a patadas. Asimilas tus carencias y te pones a mirar hacia adelante y olvidar el infierno que has pasado».

De las secuelas que le han quedado, la peor, sin duda, es la afasia motora: «Es una maldición. De repente, no puedes hablar. Es terrible para una persona extrovertida como yo. Solo aciertas a decir una o dos palabras inconexas. Tampoco puedes leer. No solo artículos o libros, tampoco simples carteles. Pierdes las lenguas aprendidas. Te desesperas y, cuando pruebas escribir con la mano no afectada por la hemiplejia, solo haces garabatos. Después de siete años de logopedia he mejorado un poco pero me sigue costando hacerme entender».

Danza, un nuevo reto

Pero Isabel sabe luchar. Aunque pasó de enfermera a pensionista, en cuanto pudo se lanzó a por nuevos retos. Gracias primero al esfuerzo del bailarín y coreógrafo Jordi Cortés, director de la compañía Alta Realitat, y, actualmente, al denuedo de su coreógrafo José Galán, ahora es toda una bailarina de danza y de flamenco.

«Hace un par de años llegó a mi mano un folleto que me ofrecía participar en un taller de danza integrada, bailando junto con otros profesionales no discapacitados. Acepté y descubrí un campo insospechado donde me encuentro muy a gusto. Siempre hay algo en lo que, a pesar de tu discapacidad, puedes ser útil. Creamos obras artísticas, emocionamos a un público, trabajamos al límite de nuestra capacidad física y lo pasamos estupendamente. ¿Qué más puedo pedir?».

Pero no solo baila. Isabel también imparte clases de danza a personas con síndrome de Down y ejerce voluntariado un día a la semana en el Hospital Clínico de Barcelona. Hace un año publicó un libro titulado ‘Alta Sensibilidad’ con su historia, que ha inspirado un documental que se estrena el próximo mes. «Narro en primera persona mi experiencia, pero también cómo he luchado para buscar una luz en la recuperación y un lugar en la sociedad. La reinserción es el único modo de salir de la desesperación, de la amargura y del resentimiento con todo y con todos. Hay mucha vida después de un ictus». Y es que como le gusta decir a Palomeque, el espectáculo debe continuar.