el reto de ser padres

Tener hijos, cambiar de vida

Aprender a ser madre es una de las tareas más difíciles y duras a las que se enfrentan las mujeres, pero se supera

Médico y psiquiatra español Actualizado: Guardar
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Una de las claves para alcanzar un adecuado nivel de bienestar emocional consiste en tener capacidad para adaptarse a los cambios que se producen a lo largo de nuestra vida.

Desde que nacemos, cambiamos. De hecho, el cambio más traumático por el que hemos pasado todos los humanos ha sido el trance que supone el parto. Del útero materno a la cuna, existe la mayor diferencia que se pueda experimentar. Pero este acontecimiento produce también grandes cambios en el otro protagonista del parto: la madre.

Nacemos y crecemos a un ritmo vertiginoso, aunque no lo parezca. Un bebé deja de serlo, habla, camina, juega, molesta, sonríe, satisface y alegra la vida de los seres que conviven con él. Todo ello sucede de manera tan sutil, que el entorno apenas se percata del cambio enorme que supone ir viviendo de manera cada vez más autónoma.

Hace apenas unas décadas, el nacimiento de los hijos era una consecuencia directa de la convivencia entre un hombre y una mujer. Hoy no sucede así. Si bien suele plantearse en el contexto de la pareja establecida, está aumentando el número de mujeres que sienten la necesidad de ser madres al margen de los deseos de su pareja. También pasa a quienes no la tienen.

Sabemos que el instinto maternal es una realidad femenina que suele desarrollarse a partir de cierta edad. Es entonces cuando una mayoría de mujeres, que no han sido madres antes, se plantean la posibilidad o tienen la necesidad de serlo.

La racionalidad permite que aparezcan dudas por los inconvenientes razonables que se intuyen, pero suele vencer el deseo de ser madre o padre.

Después de semanas de espera, llega el día del parto. Salvo situaciones excepcionales «todo va bien». Pero a la madre le invaden temores en los que no había pensado tales como: «¿Sabré salir adelante?» Una mujer que puede ser una alta ejecutiva, una profesional reconocida o una persona capaz de desarrollarse en la vida sin temores, de pronto se tiene que enfrentar a una tarea que se le antoja mucho más difícil de lo que había pensado.

La tristeza maternal

Al temor se une un estado de ánimo completamente sorprendente. Ella había deseado ser madre, había imaginado estos momentos como extremadamente felices y, sin embargo, se siente triste.

No me refiero a la denominada depresión posparto, que es más excepcional y aparece solo en un 10% de los partos, sino a esa tristeza sutil que aparece en más de la mitad de las mujeres después de dar a luz y que le impide disfrutar de un momento destinado a ser feliz.

Los americanos, dados a bautizarlo todo, lo denominan ‘maternity blues’. La vida de una mujer cuando es madre sufre un cambio importante, lo sufre su cuerpo, las hormonas han de volver a su habitual estado de ‘no gestante’, y la vida debe adaptarse a convivir con un ser dependiente de ella.

La tristeza incomprensible después de tener un hijo produce, casi inevitablemente, un sentimiento de culpa: «¿Seré mala madre?» «¿Acaso no quiero a mi hijo?», son algunas de las preguntas que hieren, a veces de manera obsesiva, a la mujer en esta situación.

Se trata de sentimientos difíciles de compartir. Alrededor, los demás están contentos y centran sus miradas en el recién nacido. Mientras la madre se encuentra cansada después del parto, triste por la recolocación de sus hormonas y asustada por el futuro que le espera atendiendo a un bebé que, por el momento, es un desconocido para ella.

Si sabe que esta situación es común a una gran cantidad de mujeres, que ella no es única ni culpable de sus sentimientos y emociones y, sobre todo, si tiene la certeza de que se trata de una situación pasajera que se resolverá en pocas semanas, a veces en pocos días, lógicamente lo vivirá con más alivio. La certeza de estar pasando por algo normal y frecuente hace mucho más llevadera la situación.

Pero cuando se percibe más contundentemente el cambio que supone tener un hijo es en el traslado del Centro Hospitalario Maternal al hogar. La pareja se da cuenta entonces de la gran cantidad de enseres que va a necesitar para desplazarse de un lugar a otro y de los cambios reales que supone criar y cuidar al recién nacido.

La alimentación de un bebé, la atención a sus defecaciones, las interrupciones del sueño, los cambios de pañales, la cantidad de ropa que necesita y muchas cosas más son novedades que aparecen, de manera súbita, en una vida que tenía unas rutinas, unas costumbres y una aficiones establecidas: ya nada va a ser igual. Y lo más complicado: los cambios se suceden rápido.

Crecimiento rápido

La lactancia es más corta de lo que parece en un principio. Los pañales, que parecía iban a formar parte del paisaje doméstico, dejan de usarse a los pocos meses. De pronto, aparecen los primeros dientes y, sin darnos cuenta, el bebé ya habla, camina, va al parvulario y se despierta de noche sobresaltado.

La velocidad del paso del tiempo tiene dimensiones distintas vistas desde la maternidad que desde la paternidad. Se deseaba tener un hijo. Se ha gozado y se ha sufrido con él. Pero, sobre todo, lo más importante es que se ha aprendido a quererlo, a aceptarlo, a valorarlo y a demostrarle que es algo importante para cada uno de los padres.

Algunos piensan que ese sería el momento, cuando el niño o niña empieza a entender lo que se le dice, de comenzar a educarle. Pero no es así. La educación, la formación de la personalidad de cada uno de nosotros, empieza en nuestro primer llanto, en nuestra primera hora de vida. Desde entonces es fundamental la existencia de un clima de amor, de estima y de buen humor que no es incompatible con las tristezas de las que hemos hablado, ni con los momentos de tensión habituales en un hogar totalmente normal.

Educar consiste en un gran sí y muchos pequeños noes. Que el educado se sienta querido y aceptado de manera indiscutible es importante. Junto al amor, también es importante ser capaz de negar, de impedir, de prohibir o de limitar todo aquello inconveniente que pueda hacer el niño o niña en su proceso de crecimiento y aprendizaje. Desde el cariño y el amor se puede. Y se debe.