manuel caballero

Un autor con lenguaje propio

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El Campo de Gibraltar forma un destacado núcleo de creación artística, entre los otros que conforman el ámbito gaditano. Ahí, en San Roque nace, hace ya algunos años, el pintor que ahora nos ocupa. A través de una dilatada y fructífera carrera, Pepe Barroso se nos muestra hoy como creador con un lenguaje propio, destilado y perfectamente identificable, cuyos más notorios caracteres formales son la acumulación de signos plásticos y lingüísticos, una sorprendente dedicación al dibujo de la anatomía masculina, y cuando así lo precisa la obra que elabora, un oficio pictórico que marca un notable contraste entre los dos polos entre los que su obra gira: tradición y contemporaneidad.

Todo ello se ve en la serie presentada en la Sala Rivadavia, recogida bajo el título ‘Ciencia y Fe’. El renacer tras un largo periodo alejado y «penitente» del quehacer artístico, «…la idea surge de la comunión, de adentro, de navegar en el eclecticismo, absorbiendo lo que queda de la espuma que flota en los rastros de la historia». El propio título de la exposición plantea una antinomia, al parecer irresoluble. Qué nos compite o salva mediante lo irracional de la Fe, y qué intenta respondernos a través de la Razón y la Ciencia. Ese conflicto avanza por senderos indeterminados , y aquí habría que hacer una somera, al menos, alusión a los descubrimientos de la Mecánica Cuántica: Indeterminación y/o imposibilidad de un espacio «humanista» euclidiano, donde las partículas, y por ende, Todo, gira, se altera y transforma como en un infinito Caos…aquí mismo en la propia materia que forma la punta de nuestros dedos. ¿La ciencia no es ya, en definitiva, la razón sosegada, la segura herramienta para explicar lo visible y lo subyacente? ¿Se unen ahora los contrarios…?

Un poco de ello trasmite la obra del artista. En sus cuadros coexisten fragmentación de los soportes, superposiciones y alusiones antes señaladas, elementos dispares, unos provenientes de la tradición científica, otros de la religiosa. Rostros de ‘madonnas’ sobre los que se proyectan dibujos técnicos o de anatomía animal, que desde luego tienen la raigambre surrealista de las «imágenes automáticas», aquellas que se forman sin concurso de la lógica, y que surgen de repente como chispa iluminadora del pensamiento del artista. También estos «depósitos» de imágenes tienen que ver con la hiper-comunicación icónica de nuestra sociedad. Millones de imágenes, transferidas a nuestras retinas, sin pausa, sin solución de continuidad. Podría decirse que el autor congela una milésima parte de todo ello y lo fija en el cuadro. Pero en este caos, formado por aspiraciones, recuerdos y palabras que quieren ser escritas, Barroso encuentra una figura-personaje al que otorga un papel de conductor. Icaro. El Temerario. El hijo de Dédalo. Fabrica unas alas para escapar del Laberinto del Minotauro. Logran huir. Dédalo le advierte que no se acerque demasiado al Sol, pues el artilugio de cera puede fundirse. Icaro desobedece, y todos sabemos como concluye el mito. El pintor retiene su primer momento: la construcción del elemento volátil, que convierta al hombre en ángel o pájaro ; de ahí un nuevo cúmulo de referencias a las maquinarias, más o menos afortunadas que se inventaran para cumplir el deseo de volar, de transgredir la naturaleza terrestre del bípedo racional. Símbolo del deseo de acceder al más allá y advertencia misma de los peligros que ello conlleva, la figura de Icaro, hombre, pájaro y Ángel, tiene en esta exposición un curioso e inquietante paredro: Dionisos. Representado a través de un estupendo dibujo (ya referimos antes la calidad de los dibujos del artista…) y que enfrentado con el proceso «racional» de conocimiento y trabajo de Dédalo-Icaro, suma en su figura y significado todo de cuanto irracional puede albergar el espíritu humano. Dionisos, al que Euripides en ‘Las Bacantes’ desenmascara fijando su real naturaleza tan frívola como asesina y demente, es «debacle» del Caos. La huida a ninguna parte…..a lo sumo el «gracioso» patrón de los borrachos. Que incita al dudoso éxtasis y, enemigo del silencio, también lo es de la Alquimia. Dos palabras finales para señalar al espectador la belleza de dos obras: son dos grandes trípticos, cuyos paneles centrales son dos espléndida marinas. Una de ellas un océano verde-dorado, otra, las nubes que sobre las olas dejan ver y transportan a un avezado ïcaro que esta vez no caerá.