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Los documentos olvidados

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Era otoño en París cuando a Philippe (alto, elegante, viajero y cultivado) le cortaron la cabeza.

El pueblo aplaudió a rabiar el golpe limpio de la guillotina. Dicen que no era un mal tipo, pero era duque. Y la turba, ya puestos a hacer limpieza, no pidió referencias personales. Se limitó a estudiar su árbol genealógico y a dudar de su ambigua condición de patricio antiguo y de revolucionario joven. Dictó sentencia: otra aristócrata cabeza (la boca abierta, las mejillas empolvadas, la frente ancha, turbia, color ceniza), que acabaría rodando por la tarima. Un segundo antes, Louis Philippe Joseph era un hombre. Un instante después, aquella mañana del 6 de noviembre de 1793, el primo rebelde de Luis XVII comenzó a ser historia.

Murió dignamente (no negó los cargos, ni pidió clemencia), pero no sin apurar todos los privilegios que el Antiguo Régimen reservaba a los suyos. Tuvo una sola mujer (oficial) y 200 amantes (entre semioficiales y clandestinas). Se batió en duelo. Discutió de política, con unos y con otros. Bebió y bailó hasta caerse –literalmente– al suelo. Viajó cuanto quiso. Y, por supuesto, visitó Cádiz.

La crónica epistolar de su paso por la provincia (escrita por su amigo Jean Rivet), es uno de los textos («la guinda del pastel») que la Sala Balclis sacará a subasta los próximos 21 y 22 de octubre. La cita está plagada de incentivos, tanto vanales como estrictamente académicos. Expertos, coleccionistas, inversores o simples curiosos pueden pujar por más de cuarenta lotes de documentos inéditos históricos que saldrán al mercado, entre los que brillan algunos escritos tan insólitos como una carta de José Bonaparte, o la proclama en la que el Duque del Parque invitaba a las tropas francesas a la deserción. La inmensa mayoría de los textos están datados entre finales del XVIII y principios del XIX. Es lógico entonces que Cádiz, con sus asedios y sus Cortes, su ánimo liberal y su jaleada promesa de irreductibilidad, acabe apareciendo (o protagonizando) algunos de los textos más sugestivos.

Es el caso de la singular crónica de la visita a la zona de Philippe Égalité (Felipe, El Igual, como lo llamaban con sorna el resto de las criaturas de Palacio, burlándose de su rectitud).

El Duque de Chartres llegó al puerto de Cádiz con nombre falso. Harto de las prebendas propias de su título, se había rebautizado como Conde de Joinville. «Ha querido evitar que le hiciesen los honores que le corresponden como miembro de la casa de Borbón», explica Jean Rivet. «Los autóctonos le han obedecido al pie de la letra, pero los franceses, que nunca pierden la ocasión de demostrar su fidelidad a la sangre de su Rey, le organizaron una fiesta». Así que cuando Philippe regresaba de estudiar «las fortificaciones que convierten Gibraltar en una plaza inexpugnable», en mitad de un pinar de Chiclana, se topó con «varias carpas» dispuestas para acoger a 800 selectos comensales.

«El texto es curiosísimo», afirma Enric Carranco, especialista de la Sala Balclis. «Abre una puerta a un mundo de riqueza y despilfarro que tenía sus días contados, porque el Antiguo Régimen estaba en franca decadencia, aunque pocos de los presentes en aquella fiesta podían imaginarlo».

En los dos salones que la comunidad francesa en Cádiz improvisó para su Alteza, se habían dispuesto «10.000 luces, una cocina y una cuadra para los hornos, donde se preparaban los distintos manjares que se servían».

Guiños

«No sucedió nada en la cena que fuese digno de contaros (...). A las nueve se abrió el baile, y una hora después se bailó el minuet». Hasta la una se bailaron varias contradanzas francesas en el salón del príncipe, que poco más tarde se retiró. Varias damas lo siguieron; pero había tanta gente que su ausencia no se notó...».

Las palabras de Rivet, obviamente, están impregnadas de un cierto deje irónico. A través de una serie de guiños medidos a su interlocutor cuenta lo que no se atreve a contar: «A las cinco todo el mundo regresó a su casa... Aquí acaba mi relato. Aún así advierto que he olvidado contar muchas cosas...». El aristócrata abandonó Cádiz «con viento favorable» después de que su barco se despidiera de la ciudad con «quince salvas de cañón». Poco sabía entonces de la suerte que lo esperaba en París.

El más importante y curioso de los textos que saldrán a subasta es una carta secreta del rey José Bonaparte, llamado despectivamente Pepe Botella por su supuesta afición al vino. Tan supuesta que no hace mucho que los investigadores confirmaron que el hermano de Napoleón era abstemio, dijeran lo que dijeran las malas lenguas fernandistas. En el documento, el circunstancial rey de España ordena a uno de sus generales que reúna todas sus tropas y vaya a Madrid urgentemente. El monarca temía por su vida: el Duque de Wellington acababa de ganar en una batalla decisiva para la Guerra de la Independencia (1808-1814), la de Arapiles. De hecho, pocos días después de escribir esta orden tuvo que abandonar la capital para refugiarse en Valencia. José Bonaparte no puede evitar que su miedo y sus peores presagios se intuyan en la urgencia de sus palabras. Le pide que se reúna con él «en cuanto lea la presente, con todas sus tropas, sean cuales sean las órdenes que haya recibido (...) en nombre del honor, el deber y la obediencia que usted me debe y que no le permiten quedarse en Cuenca mientras marchan hacia aquí los ingleses».

Las cartas del soldado

«Es un texto excepcional –explica Carranco– que está llamado a revalorizarse, dada la fiebre que hay entre coleccionistas, historiadores y aficionados por todo lo que tenga que ver con el 12 y la Guerra de la Independencia». Tiene un precio de salida de 900 euros, «muy asequible», afirma el especialista, que no tiene reparos en considerar la pieza como «otra de las joyas documentales» de la subasta.

Por otro lado, las cartas de Karl L. Von Bachmann (Näfels, Suiza, 1683-1749), sargento mayor del ejército de Luis XV, son un testimonio único e inédito para los historiadores de otra invasión en que participaron las tropas francesas, la que tuvo lugar durante la Guerra de la Cuádruple Alianza (1718-1720). Las dieciséis hojas que escribió este militar suponen, además de un rico testimonio personal, «una fuente valiosísima para conocer las circunstancias de los asedios de San Sebastián y Roses por las tropas del Duque de Berwick». Fechadas entre el 28 de octubre y el 18 de noviembre en el campo de batalla de Roses, «hace una prodigiosa relación de los detalles de la vida castrense de la época, en una campaña que además fue brutal».

El final de Philippe

Al estallar la Revolución francesa, Philippe Égalité, el distinguido aristócrata que tanto disfrutó de su tour gaditano, se unió rápidamente a los revoltosos. Durante la reunión de la Asamblea que decidió la suerte de la monarquía, votó a mano alzada por el ajusticiamiento del Rey, aún sabiendo que la decisión incluía el martirio de su familia. Aunque no ha podido demostrarse, es posible que su voto fuera el que sentenciara definitivamente la suerte del monarca. Y no le tembló el pulso. Varios de sus contemporáneos se preguntan en sus crónicas por el origen del odio que guardaba al Rey. La leyenda dice que sonrió, incluso, cuando la turba arrastraba, en señal de triunfo, los restos de la varias veces mancillada Princesa de Lamballe, íntima de Luis. Quizá pensó que podría manejar la situación, dominar a los exaltados, hacerse con el poder y, por fin, hacer realidad el que, a decir de sus enemigos, fue su sueño dorado: ceñirse sobre la frente la Corona de Francia.

Pero resultó que, en uno de los despiadados contragolpes monárquicos que se sucedieron tras la revuelta, Philippe fue arrestado, juzgado y finalmente guillotinado el 6 de noviembre de 1793, frente a la misma multitud confusa, manipulable e interesada que, meses antes, había celebrado su gesta de aristócrata rojo.

Ocurrió exactamente 21 días después de la ejecución de la Reina María Antonieta, una mujer «espléndida y tierna» de la que, según se murmuraba en los corrillos de palacio, siempre estuvo perdidamente enamorado.

dperez@lavozdigital.es