ANÁLISIS

Conde se inhibe y El cordobés se entrega

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D ieron juego cuatro de los seis toros de la amplia y potente corrida de Moisés Fraile. El primero de los seis, de la línea Lisardo y el hierro de Moisés, apuntó noble tranco de salida, se escupió de la segunda vara y empezó abrirse con elocuente desgana muy pronto. Esplá renunció a banderillear. No invitaba el toro, que al cabo sacó son mansote. Siguió una faena de torero inteligente: de darle en tablas adentros al toro, que se acostaba un poco, y de sujetarlo sin forzarlo ni dejar que se fuera. El ingenio de dos pases de costadillo previos a la igualada: un detalle. Y otro: media lagatijera con el toro aculado en tablas. A toro sin descubrir, tres descabellos.

Era la última tarde de Esplá en Sevilla. Su despedida. Un precioso terno violeta y oro, cargado de bordados a la antigua, muy escotado el chaleco, rosas la faja y la pañoleta. De modo que iba muy bien vestido de torero. Lo sacaron a saludar al tercio después del paseo. Saludó con natural torería. Le brillaban las pulidas sienes con sus entradas de torero antiguo. Treinta y tres temporadas de alternativa sin parar ni una. Pero no estaba de lado de Esplá la suerte. El único de los toros de la línea Raboso de El Pilar que no se prestó fue justamente el cuarto. Basto y badanudo, grandullón, al trote desde la salida, sacó con genio astillas de un estribo. Desmontó poderoso en una vara y metió los riñones en otra, pero se echó para atrás entonces y, a la salida, se le puso por delante a Paco Senda, que lidiaba, y protestó. Esplá, descubierto por el viento, dibujó un quite de sólo dos lances de costadillo. Desairados pero originales. Más que por Esplá y el toro de su adiós, la gente estaba por un monosabio que había defendido heroicamente un caballo desmontado. Esplá se sacó al toro casi a los medios. No agradeció el detalle el toro, que no sólo no descolgó sino que adelantó por las dos manos y se frenaba.

Como Esplá usa avíos pequeños, una muleta mínima, no hubo ni opción de castigar. Era lo único que cabía. Uan estocada muy fácil en apariencia. Una coz del toro antes de caer el telón.

De los cuatro toros buenos de Moisés, el de más calidad fue el tercero: el porte, la postura, la fijeza, el son, la formalidad. Sin embargo, segundo y quinto se emplearon más. Tal vez porque El Cordobés les dio a los dos más cuerda y más aire. Javier Conde, pasivo, despegado y estático, sólo dibujó líneas sueltas con el notable tercero. Poco generoso el trato. El Cordobés hizo dispendio de su conocido repertorio, que resuelve las embestidas codiciosas con muletazos cortos y sin soltar, como un continuo o una cinta sin fin. Por ella se deslizó sin tropezar la muleta el segundo, que se llevó de premio una tanda final de saltos de rana. El quinto, picado al relance empezó reculando, pero, puesto de largo y de rayas afuera, atacó con ritmo. Con barba de varios días, el sexto era el más serio de toda la corrida. Su aparatoso poder en dos varas largas lo puso a la defensiva.