UNA FÁBULA

La plataforma quiso ser delfín

Imaginen un otoño en el que las máquinas se matan a sí mismas. Como esa plataforma gigante que encalló en la playa de la Barrosa. Porque Mar del Teide, que así se llama el dique flotante, no se soltó por culpa del temporal en el Estrecho, sino que le entró un ataque de saudade y se dejó llevar hasta que ya no pudo más, hincó sus rodillas en la arena y se convirtió en paisaje extra de los pocos turistas que anden ocupando los pocos hoteles abiertos de Chiclana. Se suicidó, como dicen que ballenas y delfines pierden la orientación y mueren panza arriba o abajo, según la fuerza de la última ola que les escupiera.

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Aseguran los listos (o los que aseguran saber de esto) que los mamíferos del mar son víctimas del cambio climático. Claro: tanta polución les arrebata el sentío y lanza a los animalitos contra los bloques. Vale, aceptamos cambio climático como culpable de todo. Total, uno puede desgañitarse a gusto contra la lluvia, que ya nos borrará las lágrimas como recuerdos en la nada.

¿O era al revés? Bueno, el caso es que el gigante de hierro no aguantó más. Desconozco (la entrevista se está fraguando) si su arrebato autohomicida se debió a un despido directo, a un expediente de regulación de empleo latente, a una hipoteca imposible de pagar, a una suspensión de pagos o a una situación insostenible en la empresa, que aprieta las tuercas (nunca mejor dicho) y da más carga de trabajo porque nadie se va a ir en estas circunstancias. Que se atreva, vamos, que hay cerca de 150.000 parados a la cola del INEM a la espera de coger tu mismo puesto.

En fin, a Mar del Teide ya le han devuelto a su origen de acero y aluminio, en el muelle de la Cabezuela, y en breve retomará su actividad laboral reparando puertos de toda condición. Pero durante siete días protestó por todos nosotros y, de paso, se sintió tan viva como un delfín muerto.