José Javier Amoros - PASAR EL RATO

La dolorosa

Susana Díaz no pudo reprimir la lágrimas en la batalla de Ferraz. Hubiera sido más prudente venir llorada de casa

José Javier Amoros
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A Susana Díaz le duele el PSOE. Un tuit antes, le dolía también a Patxi López. Quién iba a suponer en ese hombre sensibilidad suficiente para plagiar una figura literaria tan refinada. Yo no digo que sea Unamuno, pero sí que lo parece. López, la imagen misma de la vulgaridad, del anonimato intelectual, nada en su comportamiento llama la atención; uno podría pasar con él toda la tarde, y al volver a casa tendría la sensación de haber estado solo. Pues la Díaz, como López. Y además, lloró. Ahí se diferencia de Unamuno. Cuenta este periódico que el sábado, en la batalla de Ferraz, la presidenta de la Junta de Andalucía «no pudo reprimir las lágrimas». Hubiera sido más prudente venir llorada de casa.

En las grandes conmociones —recordemos a Racine— hay que tener el pensamiento y el sentimiento puestos en orden por el lenguaje. El lenguaje, he ahí todo.

En el drama socialista, la primera víctima ha sido la palabra. Ni un solo rasgo de ingenio durante meses, ni un pensamiento para pasar el invierno, nada que recuerde al pueblo votante que sus líderes tienen algo que enseñarle cuando se pelean. El mensaje político de Sánchez, el resumen de su personalidad y de su paso por la historia, la inscripción para el epitafio es este axioma sonrojante: «No es no». Espolvoreado con insultos de botellón al PP y al tristemente previsible Rajoy. Nuestra Susana, que ha traído a la política un aire zarzuelero, desgarrado y racial, no ha logrado todavía con sus discursos mejorar el silencio. Le duele el PSOE, sí, pero, además, quiere coserlo, que no parece una metáfora para triunfar en Cosmopoética. Es probable que sea la Penélope del partido, y cosa por la mañana lo que ella misma descose por la noche. Así es fácil no decidir. En la calle y en las redes sociales, los gritos especializados no lograron elevar el nivel del Comité Federal: «Pedro sí, Susana no», «fascistas», «sinvergüenzas», «traidores», «pucherazo», «golpistas», «mafiosos». A ese nivel se ve reducida la gramática en un partido político que ha sido —y debería volver a ser— decisivo para los últimos cuarenta años de convivencia y progreso en España. Hablar bien del prójimo amigo está al alcance de cualquiera. Lo difícil, lo meritorio es hablar mal del adversario con elegancia y estilo. Ahí reside la prueba mayor del ingenio y la grandeza moral del orador.

Si el PSOE no está perdido, por lo menos, ha perdido. Todo él. En su «Diccionario filosófico», escribió Voltaire que «la debilidad de las dos partes es el lema de todas las disputas». Ahora sólo les queda aguardar a que pidan austeridad y sacrificio los que esperan que los demás se sacrifiquen por ellos. Eso hizo el esforzado Rajoy para salvarnos.

A uno le parece que hay que colocar en el estercolero de la historia a quienes manchan la convivencia con desplantes de matón, con zafiedades de taberna. La política, ya se ha dicho, por lo menos lo ha dicho uno, tiene que ver con un uso determinado del lenguaje. El debate político no es una sublimación de la colitis, y quienes no pueden llegar a más con su cabeza, deben ser excluidos de un oficio que tiene mucho de espejo para la sociedad. Vuelva el PSOE al lugar que le corresponde. Vuelvan tantos hombres y mujeres inteligentes y honrados a hacer admirable y artístico el ejercicio de la coincidencia y de la discrepancia.

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