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Rafa Nadal jamás había perdido en su debut en un torneo de ‘Grand Slam’. Nunca lo había hecho hasta que llegó Steve Darcis, el 135 del mundo, que se puso el disfraz de Lukas Rosol, sorprendió al español como nunca nadie lo había hecho y le ganó en tres mangas. Sin embargo, pese a la contundencia del resultado (7-6 [5], 7-6 [8] y 6-4), hubo una diferencia respecto a esa derrota de 2012: en este caso fue más demérito del manacorense que mérito de su rival. Darcis no le fulminó a base de ‘palos’ o de un tenis excelso. Este lunes fue un problema suyo: fue cosa de la rodilla, de su dificultad para apoyar correctamente, de falta de confianza y de la ausencia de partidos sobre hierba. Fue esa cojera que apareció especialmente al final del duelo la que le limitó todo el partido. Todo eso derivó en un juego inocuo que no sirvió para superar su primera prueba sobre hierba.
En la segunda pista del All England Tennis Club, con mil dudas y malas sensaciones, el número cinco del mundo perdió uno de los peores partidos que se le recuerda. Sufrió todo lo que pudo y más. Estuvo inseguro, débil físicamente y visiblemente sin forma. A eso hay que añadirle que durante buena parte del choque, Darcis estuvo en su sitio, muy correcto. Sin grandes alardes, pero confiado en sí mismo.
La movilidad del balear fue escasa. No arriesgó ni dañó al belga. No pudo. Fue incapaz de apoyar bien la rodilla con el revés. Por ello, subsistió en vez de atacar y presionar. De repente, el Nadal intratable de Roland Garros se había transformado en humano. Estaba atenazado y falto de confianza. Así es imposible. Y así fue posible que el número 135 del mundo completase la hazaña.
Cojo
Durante todo el primer set, Nadal jugó para evitar riesgos. Su visible incomodidad sobre la pista chocaba con la facilidad con la que Darcis encontraba los puntos débiles del balear, sobre todo con el servicio del campeón de Roland Garros. Solo en los tres primeros juegos al resto, Darcis dispuso de siete bolas de ‘break’.
Muy comedido en sus desplazamientos, el quinto cabeza de serie sufría con el cortado del belga. Un sufrimiento que no fue aminorando con el paso de los juegos. Al contrario, se fue incrementando hasta que, al final, en el ‘tie-break’, el belga fue más regular. Finalmente, Nadal empezaba el partido como en Roland Garros: perdiendo el primer set en su debut.
El problema era que cada bola que golpeaba el español con su revés era un sufrimiento. Su juego de fondo no funcionaba y su servicio era aún peor. Con los papeles cambiados, Darcis dominaba mientras Nadal a duras penas se mantenía en pie. Aun así el español fue capaz de levantar cuatro bolas de set, que realmente eran puntos de partido. Sin embargo la quinta fue ya demasiado. Ahí se acabó el partido del campeón en 2008 y 2010.
Con dos sets a cero en contra, visto como caminaba, parecía imposible la remontada. Físicamente, Nadal no era Nadal. El balear empezó a ponerse hielo en su rodilla en los descansos. Cojeaba ostensiblemente. Sufría en los desplazamientos hacia su izquierda. Se movía lento, sin confiar en su pisada. Las carreras largas acababan en cojera. Todo ello provocó algo impensable: que Nadal huyese de la pelea. No podía; no era su día; no estaba bien físicamente. El bicampeón de Wimbledon ponía punto y final a su participación en el torneo inglés. Se había consumado una de las mayores sorpresas de los últimos años.
