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El alma de Roma, en siete plazas

Trevi, Spagna, Navona, Venezia o del Popolo: los foros imprescindibles para conocer la Ciudad Eterna

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Piazza del Popolo

Las iglesias gemelas de la Piazza del Popolo A la izquierda Via Babuino y en el centro Via del Corso- Wikimedia Commons
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A Roma hay que entrar por la que durante milenios fue su principal acceso al resto del continente europeo: la Piazza del Popolo. Situada al norte de la ciudad, desde ella partía en tiempos del Imperio la Vía Flaminia, que se mantuvo durante siglos como principal calzada de acceso a la ciudad.

La configuración actual de la plaza se debe al arquitecto Giusseppe Valadier. Entre 1811 y 1822 Valadier dirigió los trabajos para dotar a la plaza de dos semicírculos, en un diseño que recuerda a la Plaza de San Pedro, obra de Bernini. El centro de la plaza lo ocupa un obelisco dedicado a Ramsés II. La pieza, en buen estado, fue trasladada hasta su ubicación actual por orden de Sixto V en el siglo XVI, cuando fue desenterrada entre los restos del Circo Máximo.

Detrás del obelisco, al sur de la Piazza, se alzan las iglesias gemelas (chiese gemelle) de Santa María dei Miracoli y Santa María in Montesanto, obra de Carlo Rainaldi, Carlo Fontana y Bernini. En contra de lo que indica su nombre y de lo que parece a simple vista, ambas iglesias no son totalmente idénticas. Un examen detallado revela pequeñas diferencias, lo que delata la inspiración barroca de su factura, ya que la asimetría es una de las señas de identidad de este estilo.

De la base de ambos templos parte el Tridente, las tres calles que conectan la plaza con las zonas más emblemáticas de la ciudad: la Via di Ripetta, que se extiende hasta las cercanías de la plaza Navona y la Ciudad del Vaticano; la Via del Corso, que continúa hasta la Piazza Venezia y el entorno del Coliseo; y la Via del Babuino, que conecta la plaza con la Piazza di Spagna o Plaza de España.

Piazza di Spagna

Piazza di Spagna, con la Fuente de la Barcaza en primer plano y la Iglesia de Trinitá dei Monti al fondo- Wikimedia Commons / 2pi.pl

Tan recta como si hubiera sido trazada con escuadra y cartabón, la Via del Babuino fluye desde la Piazza del Popolo hasta la Piazza di Spagna. La arteria, habitualmente repleta de turistas, debe su nombre a la extraña escultura que adorna una fuente que adorna una zona de la calle. La fontana fue instalada en 1571 por orden de Pío V y la figura que la adorna tiene un vago parecido a un mono. Su forma —o más bien la falta de ella— motivó cierta sorna de los romanos, que acabaron popularizando el apelativo con el que empezaron a nombrarla y que, por extensión, acabó abarcando a la calle entera.

El flujo de turistas se dirige hacia la Piazza di Spagna, uno de los rincones más hermosos y visitados de la ciudad. La Piazza debe su nombre a la embajada de España ante la Santa Sede, que se alza en uno de sus extremos. El edificio, un palacete del siglo VII que luce los escudos de España, del Vaticano y de la casa de Saboya, alberga la representación diplomática permanente más antigua del mundo, y no debe confundirse con la Embajada de España en Italia, que se alza en el Palacio Borghese, a pocas calles de distancia.

En frente de la legación diplomática se encuentra el rincón más turístico de la ciudad: las escaleras que llevan hasta la Iglesia de Trinitá dei Monti, cuyos 135 escalones son difíciles de ver, atestados, de nuevo, por cientos de turistas. La vista desde ellos, sin embargo, merece la pena. En primer plano, la Fuente de la Barcaza, obra de Pietro y Gian Lorenzo Bernini, que rememora la (supuesta) llegada de una barcaza a la plaza tras la crecida del Tíber en la Navidad de 1598; y más allá, la Via Condotti, la calle donde se han instalado las tiendas más lujosas de la ciudad, bien merecen el esfuerzo.

Piazza Venezia

Piazza Venezia, con Il Vittoriano al fondo- ABC.es
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Siguiendo por la Via Condotti y girando a la izquierda en la Via del Corso, llegamos a la Piazza Venezia. Carece de la belleza de las plazas anteriores, pero merece la pena por la vista del Monumento a Víctor Manuel II. El edificio, inaugurado en 1911, luce como una gigantesca máquina de escribir, apodo que de hecho le otorgaron los soldados aliados que liberaron Roma del yugo de Benito Mussolini en 1944 y que permaneció tras el final de la Segunda Guerra Mundial. También conocido como Altar de la Patria o Il Vittoriano, rinde homenaje al primer Rey de la Italia unificada, Vittorio Emanuele II.

Tras rodear sus muros de blanco inmaculado —tanto que en días de mucho sol hasta puede dañar la vista mirarlo fijamente—, aparece la Columna Trajana, un monumento conmemorativo erigido en Roma por orden del emperador Trajano, que sirve de mojón indicativo de la cercanía del mayor campo de restos de la Roma Imperial: el Foro Romano, el Palatino, la Domus Augustea y la Basílica de Majencio.

Piazza di Trevi

La Fontana de Trevi, de noche y antes de las obras de renovación a las que está siendo sometida actualmente- RoyFokker / Wikimedia commons
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La plaza que alberga la fuente más famosa de Roma, y quizás, del mundo, debe su nombre a la confluencia de tres vías (tre vie) en el punto en el que terminaba el Aqua Virgo, uno de los antiguos acueductos que suministraban agua a la ciudad en tiempos del Imperio Romano.

La fuente, la más grande de Roma, es obra de Nicola Salvi, que se encargó del proyecto por encargo del Papa Clemente XII. El Pontífice quería construir una nueva fuente en lugar de la existente, una sencilla pila que databa del siglo XV y que servía de homenaje a la costumbre de la Antigua Roma de construir una fuente al final de cada acueducto.

Los trabajos de construcción empezaron en 1732 y terminaron en 1762, diez años después de la muerte de Salvi, quién no obstante logró dejar el diseño final atado y bien atado. El resultado fue una fuente impresionante, que destaca aún más por el pequeño tamaño de la plaza. Lo más reseñable de ésta es la estatua de Neptuno, de Pietro Bracci, y los dos hipocampos, uno calmado y otro claramente revolucionado, que simbolizan las dos facetas del mar: calmado y agitado. En la actualidad la fuente está inmersa en un proceso de renovación y mejora, por lo que permanecerá sin agua y cubierta de andamios hasta finales de año.

Como curiosidad, cabe recordar que existe una leyenda según la cual solo volverá a Roma quién arroje una moneda a la fuente. El origen de la leyenda se atribuye a la película de Frank Sinatra «Tres monedas a la fuente» (1953) y ha supuesto el inicio de una costumbre muy lucrativa para las arcas de la ciudad, ya que, según sus estimaciones, los turistas arrojan hasta tres mil euros al día, un dinero que se destina a proyectos benéficos.

Piazza Navona

La Piazza Navona- Abc.es
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Otra de los principales foros públicos de la ciudad y uno de los mejores exponentes de arte urbano del barroco. La característica forma de la Piazza Navona se debe al gigantesco edificio que se alzaba en su solar hace dos mil años: el Estadio de Domiciano, donde se celebraban los juegos atléticos y un certamen en honor al dios Júpiter.

En la actualidad el mayor punto de interés de la plaza lo ofrece la Fuente de los Cuatro Ríos, situada en su mismo centro y obra de Gian Lorenzo Bernini. La fuente representa los cuatro grandes ríos del mundo entonces conocido: el Nilo, el Ganges, el Danubio y el Río de la Plata, y se identifica fácilmente por el inmenso obelisco que la corona: el obelisco de Domiciano, de 176 metros de altura. Otras dos fuentes completan los adornos de la plaza: la de Neptuno, del siglo XVI, y la del Moro, de la misma época, en cuya construcción participó Bernini.

Además de las fuentes, merece la pena visitar la iglesia de Santa Inés de la Agonía, construida en el lugar en el que se levantaban las gradas del estadio de Domiciano, y admirar la fachada del Palazzo Pamphili, donde se sitúa la embajada de Brasil. Las tres fuentes, junto con el ambiente de la plaza, habitualmente poblada por artistas callejeros, hacen que sea un buen lugar para descansar antes de seguir caminando, rumbo a la cercana Piazza della Rotonda, hogar del Panteón.

Piazza della Rotonda

La Piazza della Rotonda- ABC.es
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Albergar el único edificio de la Antigüedad que se mantiene intacto no es éste el único encanto que guarda la Piazza della Rotonda, aunque sin duda es el más impresionante. En uno de sus extremos se alza desde el año 125 después de Cristo el Panteón de Agripa, conocido popularmente como «la rotonda», un edificio que dos mil años después de su concepción sigue impresionando al visitante.

Concebido inicialmente como templo para honrar a todos los Dioses, el edificio ha podido llegar en tan buen estado hasta nuestros días gracias a su transformación en iglesia en el siglo VII, siendo el primer caso de un templo pagano convertido al culto cristiano. Lo más sobrecogedor del edificio es su cúpula, la más grande jamás construida —mayor incluso que la de San Pedro— coronada por una linterna que ilumina el interior pero, curiosamente, no deja pasar la lluvia. Una linterna que ayuda a admirar las tumbas del rey Víctor Manuel II, su hijo Humberto I y su esposa Margarita, pero que también es el mejor aliado de los ladrones que pueblan el edificio, y que aprovechan la mirada al cielo de los turistas para echar mano a lo que no deben. ¡Mucho ojo!

Fuera del templo, impresionan las inmensas columnas que sustentan el pórtico y que ocupan el espacio en el que se levantaba un templo anterior, que fue destruido por un incendio en el año 80. La sombra que proyecta el techo que sustentan supone un buen lugar para tomarse un pequeño descanso siempre, eso sí, que logremos esquivar el enjambre de vendedores de «paloselfies» que en los últimos meses se han adueñado del recinto.

Sin embargo, habíamos dicho que el Panteón no era el único encanto de la Piazza y ahora toca justificarlo. Y es que justo enfrente del edificio se alza el hotel más antiguo de Roma y uno de los más antiguos del mundo, el Albergo del Sole, inaugurado en 1467 y en el que se han alojado celebridades como Ariosto y el filòsofo Jean Paul Sartre.

Plaza de San Pedro

La Plaza de San Pedro, abarrotada por una multitud en 2005- Reuters
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Aunque no pertenece a Roma, ni siquiera a Italia, sino a la Ciudad del Vaticano, ninguna reseña de las plazas de la ciudad podría dejar de incluir a la Plaza de San Pedro, obra de Gian Lorenzo Bernini. Todo en ello impresiona: desde sus gigantescas medidas hasta la enormidad de la cercana Basílica de San Pedro, epicentro del catolicismo, o la simetría de la columnata que la rodea, rematada por las figuras de ciento cuarenta santos de la Cristiandad.

La principal vía de acceso a la Plaza y a la Basílica, y ideal para poder apreciar poco a poco su grandiosidad, es la no menos sensacional Via della Conciliazione. La amplia avenida, construida por orden de Benito Mussolini, arranca desde las cercanías del Castel Sant’Angelo y conecta la Ciudad vaticana con el corazón de Roma.

La plaza en sí, como explica el corresponsal de ABC en El Vaticano, Juan Vicente Boo, «bien merece una mañana». Boo recomienda entrar a la plaza no por la Via della Conciliazione, sino por la aledaña «Via dei Corridori», siguiendo el muro del pasadizo de fuga de los Papas hacia Sant’Angelo. «De ese modo el viajero se acerca a la plaza y a la Basílica sin llegar a verlas hasta que se cruza un frondoso bosque de altísimas columnas de travertino. En ese momento aparece, como una epifanía, todo el esplendor y el efectismo del barroco. Es el efecto que buscaba Gian Lorenzo Bernini cuando levantó la columnata en el siglo XVII», detalla.

Elegida la entrada que se prefiera —lo mejor es optar por las dos—, el viajero se adentra en una inmensa llanura que destila barroco por sus cuatro costados. La plaza, cuyo centro está ocupado por un inmenso obelisco de 25 metros de alto y 327 toneladas, es tan grande que puede albergar a más de 75.000 personas. Su tamaño, sin embargo, empequeñece con la Basílica que aparece detrás, tan grande como una montaña, y cuya silueta domina el horizonte de la ciudad.

Desde la plaza se aprecia perfectamente su cúpula que, en contra de lo que pueda parecer, es ligeramente más pequeña que la del Panteón. También la fachada principal, que mide 115 metros de ancho y 46 de altura y cuya factura corresponde al arquitecto Carlo Maderno. En ella destaca el «Balcón de las bendiciones», lugar desde donde el Papa imparte la bendición «Urbi et Orbi», y las gigantescas columnas que jalonan la fachada.

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