El Tour de Francia, su puesta de largo, lleva ya mucho tiempo, desde 1998, otro año que promete convertirse en mágico en asuntos de dopaje, en que se ha convertido en un escenario ideal para sacar a relucir todo tipo de historias sobre personajes que tras realizar un fraude a lo largo de toda su carrera se permiten el lujo, ahora, cuando les han descubierto y están cargados de dinero, de criticar el sistema, la ‘operación Puerto’ y lo que haga falta. Todo vale.
En el caso de Armstrong, una vez que le pillaron con el carrito del helado, de la sangre mejor dicho, habla de la ‘operación Puerto’ para decir que para sistema sofisticado, el de Eufemiano Fuentes. Una de dos, o lo conocía muy bien, o no se sabe qué tenía de más sofisticado que el suyo, porque al parecer utilizaban las mismas prácticas.
Y Armstrong, que lo hizo a lo largo de toda su carrera, implica a muchos de sus compañeros de equipo –de hecho fueron ellos, al menos una parte, los que le delataron–, por lo que no se sabe muy bien qué le importa la ‘operación Puerto’.
Cuando ganó el Tour en siete ocasiones no dijo que había que estar dopado para hacerlo, y mira que se lo preguntaron veces. Ahora para salvar no se sabe muy bien qué, afirma que un Tour no se puede ganar sin estar dopado.
De momento, parte de los que lo han ganado no han tenido problemas, no han dado positivo, aunque igual hay que esperar unos años para esperar a nuevas técnicas de detección de dopaje para conocer si han hecho algo, el dopaje genético, por ejemplo, un método para el que hay que tener mucho dinero.
No hay nada mejor que la época del inicio del Tour para ver cómo se empieza a poner en marcha el ventilador para esparcir, con perdón, mierda que en su momento ninguno de los implicados fue capaz de descubrir.
Aquí, en todos los órdenes de la vida, todos hablan, se arrepienten y confiesan cuando el famoso carrito del helado, de la sangre helada, claro, aparece ya descompuesto.
