Casa-museo donde Catalina vivió con Cervantes en Esquivias
Casa-museo donde Catalina vivió con Cervantes en Esquivias - abc

Catalina de Palacios, una mujer ejemplar

Se cumplen 450 años de la muerte de la esposa de Miguel de Cervantes

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Con motivo de cumplirse próximamente el 450 aniversario del nacimiento de Catalina de Palacios y Salazar (1565-1526) en Esquivias, en la cuna de esta mujer, esposa y musa del escritor Miguel de Cervantes, menudearán los homenajes que, como muestra de cariño hacia su persona, se van a llevar a cabo.

Ya el 11 de junio, el Ayuntamiento esquiveño la proclamó Hija Predilecta y para hoy la Coral Polifónica y el Ayuntamiento de Esquivias han organizado un acto que contará con la colaboración del Grupo Escénico, encargado de la representación de las «Estampas Esquiveñas». Otro nuevo reconocimiento en el que los pilares serán la música y la escenificación bajo el título «Música para una biografía».

Tratando de aprovechar la coyuntura que brinda este aniversario, es quizá un momento oportuno para dar a conocer algunos aspectos de la personalidad de esta enigmática mujer, que tanto influyó en la vida y obra del genial novelista.

Hipótesis y cábalas

A Catalina de Palacios y Salazar, la joven que a sus diecinueve años no dudó en unir su destino al del genio de las letras, Luis Astrana Marín la describió así en su obra «Vida Ejemplar»: «Menuda, delgada, morena, más bien baja que alta. Bella, graciosa y desenvuelta, con fino ingenio…». Como es obvio, esta reflexión del erudito conquense, el más completo biógrafo cervantino, no pasa de ser una semblanza fruto de su imaginación, que con alguna cautela consentimos, pues, a día de hoy, nadie ha facilitado otro criterio ni noticia más cierta que pueda desdecir tan categórica opinión.

Cierto es que, en torno a esta gran mujer, se han formulado muchas hipótesis y cábalas, algunas de ellas con poca objetividad y menos fundamento, por haber sido formuladas desde un conocimiento muy superficial, y a veces equivocado, debido principalmente a un total desconocimiento documental de la biografía de esta hidalga, que un buen día enamoró a Cervantes, un hombre ya de vasta experiencia mundana, novelista, entonces de poca fama y mucha desventura, a quien la suerte parecía resistírsele hasta los límites más insospechados.

Doña Catalina era descendiente de una familia esquiveña en la que convergían dos de los linajes blasonados de mayor abolengo y alcurnia de entre las numerosas estirpes de hidalgos que en el siglo XVI poblaban este lugar: «los Salazares» y «los Palacios». El notable cervantista toledano Navarro Ledesma afirma a cerca de estos linajes que: «Los Salazares son gentes de rancia hidalguía, que han vivido en Toledo… los Palacios son toledanos avecindados en Esquivias desde muy antiguo, son gente seria, ordenada y devota».

De la infancia y de la adolescencia de esta notable hidalga existen pruebas en los archivos parroquiales de esta villa toledana, alusivos tanto a su bautismo (12 de noviembre de 1565) como al de su confirmación, sacramento que, según Astrana Marín, parece que llegó a recibir en dos ocasiones: una siendo muy pequeña, en 1566, y otra el 13 de febrero de 1584. De época posterior es el testimonio más singular por su incuestionable valía, ya que es el que la encumbra a una celebridad mayor, la fecha memorable de su matrimonio con el «Príncipe de las Letras» (12 de diciembre de 1584).

Dos influencias

A quienes la curiosidad ha guiado a profundizar, estudiar y analizar con meticulosidad su apasionante biografía, se ha podido comprobar que la personalidad de esta mujer se forjó bajo dos influencias muy acusadas: una, la que la del aristocrático ardor belicoso del que se vanagloriaban los Salazares y la otra, la religiosidad y la nobleza que caracterizaban a los Palacios… «Las hembras (dice Navarro Ledesma refiriéndose a las Palacios) son muy mujeres de su casa, calladas, ahorrativas, saben poco de amor…».

Su profundo sentir religioso fue una constante a lo largo de toda su existencia, una vida salpicada de frecuentes obras y labores pías. Llegó a formar parte de las principales cofradías de Esquivias (Santísimo Sacramento en 1590) y, ya en Madrid, acabó profesando en la Venerable Orden Tercera (8.6.1609), siendo una de las primeras mujeres que tomaron el hábito en esta orden.

La herencia genética de los Salazares dejó marcado en su personalidad el arrojo y la gallardía necesarias para poder hacer frente a las adversidades que la vida le fue poniendo desde su juventud.

Cuando solamente contaba dieciocho años, hubo de soportar la ignominia del legado paterno; cuando aún no había cumplido los veintitrés, el fallecimiento de su madre, quedando a su cargo la responsabilidad de administrar su ya menguada hacienda y la educación de dos hermanos, uno de once años y otro de siete. Por entonces, su esposo había decidido ya tratar de ganarse la vida a muchos kilómetros de distancia…

El amparo de su tío, el capellán Juan de Palacios, fue lo que quizás suavizó algo tan arduas tareas. Y, a pesar de todo, le sobró brío y decisión, para desde Esquivias aliviar algún contratiempo económico de su esposo.

Enamorarse de un soñador

Culta e inteligente, casi todos los estudiosos cervantinos coinciden en subrayar que una mujer vulgar no se enamoraría de súbito de un soñador como Cervantes, quien, cuando llegó a Esquivias en septiembre de 1584, la única gloria de la que podía alardear era de una merma física producida en la «más alta ocasión que vieron los siglos» y de un anhelo: su afán por poder vivir del teatro y de la poesía…

Su profundo sentir religioso fue una constante a lo largo de toda su existencia

Escribe Manuel Fernández Álvarez, que «Catalina tendría la gracia y el atractivo de su juventud y poseía el encanto de la natural espontaneidad propia de una lugareña, tan lejos de la artificiosa compostura de las que vivían en la Corte… además, era guapa a buen seguro, porque otra cosa era imposible, dado el culto que Cervantes rendía a la belleza de la mujer».

La afirmación de este catedrático de Historia resulta fácil de entender porque Cervantes, con casi treinta y ocho primaveras a sus espaldas, ya era un hombre que había conocido más de lo habitual y no iba a enamorarse de una mujer burda y ordinaria.

El sorprendente y desigual matrimonio adoptó la decisión de establecerse en Esquivias, quizá porque Cervantes juzgó factible la posibilidad de poder llevar en este lugar una vida apacible y tranquila con la ventaja añadida de no tener que renunciar a las oportunidades de poder asistir a las reuniones de los círculos literarios de Madrid, dada la proximidad geográfica de la Corte…

Al final, lo cierto fue que Miguel de Cervantes pisó por primera vez suelo esquiveño en septiembre de 1584 y, a partir de esa fecha, no se desvinculó jamás de este lugar que él mismo bautizó con gracejo y desenfado como el de «los ilustres linajes». Para Emilia Pardo Bazán, «Esquivias fue el único punto de la tierra donde el autor del Quijote conoció la calma y la ventura».

Pero otro criterio no menos razonable y prudente que aducen algunos biógrafos, para explicar tan inusual avenencia matrimonial, es el del generoso sentido de responsabilidad que, a pesar de su corta edad, adornaba ya a la joven hidalga. Compromiso con el deber que no le permitió entonces dejar a su madre, mujer de edad avanzada, sola y con sus dos hermanos de muy corta edad a su cargo.

En Esquivias, como en casi toda España en aquel tiempo, dos estamentos sociales, aristocracia y trabajadores copaban las posibilidades laborales y sociales. Eclesiásticos y terratenientes eran fundamentalmente quienes formaban la élite ciudadana, mientras que artesanos, labriegos y la llamada pequeña burguesía que eran los encargados de configurar la clase trabajadora.

Nuevos horizontes

Miguel de Cervantes, a pesar de que desde que se instaló en Esquivias no había dejado nunca su ocupación principal (la de escribir), en determinado momento debió de sentir la necesidad de explorar nuevos horizontes literarios, o tal vez de encontrar una nueva ocupación más acorde con su capacidad intelectual que la que le ofrecía este lugar (volcarse en la elaboración y venta de sus celebérrimos vinos). Por esas o por otras razones que se escapan a los estudiosos de su vida, el deseo de un futuro más prometedor acabó por alentarle a poner tierra de por medio.

Novedosos apuntes biográficos de Doña Catalina, hallados en diversos archivos parroquiales sugieren que se añadan dos nuevos rasgos a su perfil personal: abnegación y fidelidad.

La renuncia a separarse de su esposo llegó al extremo de rehusar a una inhuamación de privilegio

Tras el brusco distanciamiento del matrimonio, lo más natural era que la joven esposa, desolada quizá, llegara a sentirse extraña ante las repentinas aspiraciones del hombre a quien amaba y admiraba… ¿Quedó tal vez Catalina frustrada en su deseo íntimo de maternidad y prisionera de sus propias circunstancias familiares?

El alejamiento de los cónyuges al final resultó más prolongado y tedioso de lo que en principio debieron presagiar, ya que, a lo largo de casi quince años, tuvieron muy pocas ocasiones de compartir sus vidas. La prueba evidentemente debió de resultar muy dura para la hidalga, que no dudó en buscar refugio y consuelo en su profunda catolicidad, pero ¿acaso fue Catalina la perfecta casada, siempre sumisa, siempre recatada y metida en su hogar?

Amor y cariño

Azorín dice al respecto: «Catalina es una mujer tranquila, reposada y sin inquietudes; y que esta misma tranquilidad de Catalina es como el punto de partida en la inteligencia de uno y otro cónyuge».

Sin duda, esa fue una de las pruebas más duras que el destino impuso a esta mujer para probar su abnegación y fidelidad matrimonial. Un examen que salvó con generosidad y arrogancia cuando hubo de ejercer como madrina en las velaciones de Isabel de Saavedra, la supuesta hija de Cervantes. O como cuando sus responsabilidades familiares la liberaron de su necesaria presencia en Esquivias y consintió en trasladarse a Madrid junto con su esposo, sin reparar en la lamentable y lastimosa situación económica en que hubieron de desenvolverse. Renunciaría de esta manera a un status mucho más ventajoso que en todos los aspectos le ofrecía la vida familiar en Esquivias.

La renuncia a separarse de su esposo llegó a extremo tal que acabó rehusando de su legítimo derecho a una inhumación de privilegio en la iglesia de este lugar, a cambio de tomar sepultura junto a los restos de su esposo. Voluntad que mandó que habría de constar en su segundo testamento, con una simple justificación: «Por el mucho amor y cariño que nos tuvimos».

Doña Catalina de Palacios y Salazar, mujer de fidelidad inquebrantable, hidalga de alta cuna, la compañera sentimental que asistió y protegió hasta su último segundo de vida al mayor genio de las letras hispanas, creador de la novela moderna, ¡autor del Quijote! el maestro de las letras del Siglo de Oro español… fue, sin lugar a dudas, un claro ejemplo de distinción, empaque y grandeza de espíritu.

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