María Antonia Ricas, poeta
María Antonia Ricas, poeta - abc
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Hasta Piedrabuena

Por donde la dama de Asgard busca a Nicolás del Hierro

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La dama de Asgard, esa antigua señora de mejillas azules y mortal, pero floreciendo incansable cada año, viene del mar del Norte para ansiar la tibieza de estos campos. De pronto, un día la ves resplandecer en las siembras que ruedan desde Layos y Pulgar por ir al sur, verde y luminosa, saludando a las águilas de Ventas, mirando el añil de Los Montes de Toledo.

A todo sonríe: al aire y las abubillas, a la memoria de las raíces pequeñas y a los fresnos, a las carrasquillas, al nerviosismo de las palomas torcaces. Y aquello que se mueve por ciclos responde a su sonrisa con vehemencia.

Baja, se dilata lo justo en Cabañeros -mira cómo jalea a los ciervos, a los buitres negros-, sigue, sigue bajando.

Consuela al Rocigalgo por su altura e inventa nombres de olvidados guerreros o reconquistas. Quiere meter sus manos de agua en volcanes que sólo saben simular colinas favorables. Quiere alcanzar el Bullaque, acariciar el territorio calatravo.

¿Qué desea esta dama si se detiene, por fin, bajo el castillo de Miraflores? Te busco en la razón de una evasiva/ con que sembrar la paz en tu presencia: / savia seré de amor, pero contigo, pronuncia en alto y se deleita. Sale de las ruinas con su luz, que es una luz de palabras, y toma el camino de Arroba mientras los cultivos verdean brillando a su paso. Dice otra vez: Nada puede evitar esta armonía/ que sólo la distancia condiciona/ con el poder de las ausencias. No cesa de hablar consigo misma según sigue la vereda pues, cuanto más recuerda los versos de un poeta, más desatiende al frío, a la dureza, más irrumpe con su liviana esperanza. Ahora cruza el arroyo de la Peralosa, que viene crecido por halagarla. Como barquitos, deja flotando en el agua la luz es hoy un labio que se crece o somos otra vez luz/ palabra que se estrena.

Llega sin cansancio a las primeras casas de la población. Entra con la tarde donde detener el tiempo es posible, con la tarde que posee lo más cierto y querido de la sabiduría.

Observas su gesto dubitativo mirando a un lado y a otro; alguien también la ve, se acerca a ella y le pregunta. Busco a Nicolás del Hierro, responde. E igual que una alegría, se pierde en Piedrabuena encontrando.

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