OPINIÓN

Copistas en el Museo del Greco

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«Se sucedían copistas excelentes de los que pueden recordarse a Cecilio Guerrero Malagón, Pedro Quintanilla Otero y Antonio Moragón, a los que sumar varios de la época»

T estigo de cuanto voy a referir observado en el Museo de El Greco en ocasión de estar copiando el Apostolado, junto a alguna información prestada, pongo de manifiesto lo visto en el mes de julio de 1958.

No estaba bien atendido, vigilado ni acondicionado el Museo en horas de visita a él. Menos guardado después de ese tiempo en el que sólo quedaba protegido por puertas, rejas y cerraduras corrientes. El personal adscrito constaba de cuatro celadores y otro superior encargado en conexión infrecuente con el Secretario de las Fundaciones Vega Inclán, Mariano Rodríguez Rivas, que viajaba a Toledo de tarde en tarde ocupado también con el Museo de Escultura de Valladolid y el Museo Romántico de la capital de España, los tres comprendidos en las dichas Fundaciones. El nuestro, el de El Greco, carecía de aire acondicionado para mejor conservación de los cuadros y de iluminación conveniente.

Los celadores, insuficientes en número, se esforzaban en satisfacer el cuidado encomendado, pero les faltaba instrucción para ayudar a los asistentes a la Casa si les solicitaban algún dato; tanto, que a uno de ellos le oí decir una vez: «Este es el San Avangelista» (sic). Y como cuando haciéndose pasar por conocedor del idioma francés a turistas del país vecino, si estos le preguntaban tal que otra cosa, invariable les respondía: «oui, oui», lo que llenaba de estupor y decepción a los interrogadores.

Se podía escuchar a los guías intérpretes profesionales lo que decían sobre las obras expuestas; bastantes de ellos con buena formación, otros, por el contrario, deficientes y rutinarios. Uno, gitano, frente a lo que contemplaban, se limitaba a decir: «Bueno, aquí ustedes los podrán apreciar». De este supuesto mentor extrañaba cómo habría conseguido autorización para el ejercicio del oficio, en el que era necesario reunir los requisitos exigidos en bando del Gobernador civil de la Provincia de fecha 20 de junio de 1903, que estipulaba que para obtener la titulación procedente los aspirantes tenían que examinarse conforme a programa confeccionado, ante tribunal presidido por el indicado Gobernador o persona en quien delegara, más un profesor de lenguas del Instituto General y Técnico (anteriorr a los actuales de Segunda Enseñanza), otro de la Escuela Superior de Artes Industriales (después denominado Escuela de Artes) y un representante de la Comisión de Monumentos artísticos.

En el Museo de El Greco se sucedían copistas excelentes de los que pueden recordarse a Cecilio Guerrero Malagón, Pedro Quintanilla Otero y Antonio Moragón, a los que sumar varios de la época. Investigador alguno, sigiloso comprobaba, asegurándose de que no fuera sorprendido por un vigilante, cómo empezaba El Greco su trabajo; tocaba por detrás el lienzo aplicado al bastidor, descubriendo, que el cretense había dado una ligera capa de almagre sobre la que después montaba veladuras hasta alcanzar los motivos propuestos.

Otro copista, valenciano, de nombre Juan Albert, llegó a Toledo junto a un ayudante, Ramón Alruiz, a fin de realizar copias en el Museo y llevar a Cuba para exponerlas. A ese país sólo le acompañó, y esta vez como montador, el toledano Eugenio Cardeña, hijo de Santiago quien colaboró importantemente en la bajada al suelo y protección adecuada en el verano de 1936 del óleo «El entierro del Señor de Orgaz», de la iglesia de Santo Tomé, por el temor de que cayera en el templo una bomba, esto en plena guerra civil.

Juan Albert y Eugenio Cardeña tomaron destino en barco con su bagaje al país antillano, arribando en La Habana con el propósito de allí colgar las obras en sala elegida. Mas para su sorpresa, de momento no consiguieron permiso; mandaba en la Nación el ya coronel Fulgencio Batista, cuyo Gobierno, por causa del régimen político en España con el que no simpatizaba, recelaba de los españoles que llegaban. Pero el ayudante Eugenio Cardeña, al conocer a un alto cargo en la cultura cubana, recurrió a él para que las copias pudiera ser expuestas y adquiridas. El personaje buscado era el pintor Esteban Domenech, domiciliado en Toledo hasta el estallido de la guerra civil, por lo que marchó huido a su nación de origen debido a sus ideas no acordes con las de los ocupantes de la ciudad en el momento. Domenech era amigo de Santiago Cardeña, padre de Eugenio.

La muestra artística se abrió al público, pero los viajeros en Cuba no vendieron nada y retornaron descorazonados. Gastos perdidos e ilusión rota.

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