El Papa en Ur de Caldea: «Dios es misericordioso, y la ofensa más blasfema es profanar su nombre odiando al hermano»

Las tres grandes religiones monoteístas celebra su primer encuentro en la tierra del padre común, Abraham

El Papa Francisco pronuncia su discurso en Ur de Caldea EP
Juan Vicente Boo

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En un discurso que pasará a los libros de historia, el Papa Francisco ha manifestado este sábado en Ur de Caldea el sentimiento común de las tres grandes religiones monoteístas : «Desde este lugar que es fuente de fe, desde la tierra de nuestro padre Abraham, afirmamos que Dios es misericordioso y que la ofensa más blasfema es profanar su nombre odiando al hermano».

Rodeado de líderes espirituales de las tres religiones abrahámicas y otras, el Papa ha sido rotundo: « Hostilidad, extremismo y violencia no nacen de un espíritu religioso ; son traiciones a la religión. Y nosotros creyentes no podemos callar cuando el terrorismo abusa de la religión. Es más, nos corresponde a nosotros resolver con claridad los malentendidos».

Ante el impresionante «retablo» del zigurat de Ur, y con el viento del desierto agitando continuamente su esclavina, el Papa inició su discurso en una línea espiritual y poética: « Aquí, donde vivió nuestro padre Abraham, nos parece que volvemos a casa . Él escuchó aquí la llamada de Dios, desde aquí partió para un viaje que iba a cambiar la historia. Nosotros somos el fruto de esa llamada y de ese viaje».

«Judíos, cristianos y musulmanes, junto con los hermanos y las hermanas de otras religiones, honramos al padre Abraham»

Según Francisco, «Dios le pidió a Abraham que mirara el cielo y contara las estrellas. En esas estrellas vio la promesa de su descendencia, nos vio a nosotros. Y hoy nosotros, judíos, cristianos y musulmanes, junto con los hermanos y las hermanas de otras religiones, honramos al padre Abraham del mismo modo que él: miramos al cielo y caminamos en la tierra».

En un paso gigantesco para la humanidad y la civilización, Juan Pablo II presidió en 1986 en Asís el primer encuentro de todas las grandes religiones para rezar por la paz. Aquel gigante de la historia deseaba repetir el encuentro en Ur en 1999, pero la intransigencia norteamericana primero y la de Saddam Hussein después le impidieron realizar el viaje. Tuvo que contentarse con una visita «virtual» de oración el 23 de febrero de 2000, víspera de su peregrinación al Monte Sinaí.

En la línea de san Juan Pablo II, Francisco ha señalado que «nosotros, descendencia de Abraham y representantes de distintas religiones, sentimos que tenemos sobre todo la función de ayudar a nuestros hermanos y hermanas a elevar la mirada y la oración al Cielo».

Y, al mismo tiempo, mirar a la tierra, pues «la verdadera religiosidad es adorar a Dios y amar al prójimo. En el mundo de hoy, que a menudo olvida al Altísimo y propone una imagen suya distorsionada, los creyentes están llamados a testimoniar su bondad, a mostrar su paternidad mediante la fraternidad».

Resumiendo el sentir de todos, el Papa ha manifestado que «rezamos para que en todas partes se respete la libertad de conciencia y la libertad religiosa ; que son derechos fundamentales, porque hacen al hombre libre de contemplar el Cielo para el que ha sido creado».

«Cristianos y musulmanes restauran juntos mezquitas e iglesias»

Francisco ha recordado la tremenda brutalidad del «Estado Islámico», sobre todo contra los yasidíes, durante sus tres años de control del norte de Irak pero, al mismo tiempo, ha celebrado que hoy «sobre los escombros del odio, los cristianos y musulmanes restauran juntos mezquitas e iglesias».

Resumiendo la tradición común, el Papa ha señalado que «es importante peregrinar hacia los lugares sagrados , es el signo más hermoso de la nostalgia del Cielo en la tierra. Por eso, amar y proteger los lugares sagrados es una necesidad existencial, recordando a nuestro padre Abraham, que en diversos sitios levantó hacia el cielo altares al Señor».

Al mismo tiempo, es importante ayudar a los demás, sobre todo ahora que «la pandemia nos ha hecho comprender que ‘nadie se salva solo’. Aun así, la tentación de distanciarnos de los demás siempre vuelve. Entonces el ‘sálvese quien pueda’ se traducirá rápidamente en un ‘todos contra todos’, y eso será peor que una pandemia ».

Frente al poder económico de las grandes industrias de armamentos y la obsesión paranoica de algunos mandatarios, el Papa ha subrayado que «no nos salvará la carrera para reforzar los armamentos y para construir muros. Al contrario, nos hará cada vez más distantes e irritados».

Aunque hay progreso, el mundo dista de ser una familia pacífica, y Francisco lo ha reconocido citando a Isaías: «Una profecía antigua dice que los pueblos ‘de las espadas forjarán arados, de las lanzas, podaderas’. Esta profecía no se ha cumplido. Al contrario, espadas y lanzas se han convertido en misiles y bombas». Pero, al mismo tiempo, señalaba el rumbo correcto: «¿Dónde puede comenzar el camino de la paz? En la renuncia a tener enemigos».

Una llamada a la responsabilidad

El eje del discurso era una llamada a la responsabilidad, pues «depende de nosotros, creyentes de cada religión, transformar los instrumentos de odio en instrumentos de paz. Nos toca a nosotros exhortar con fuerza a los responsables de las naciones para que la creciente proliferación de armas ceda el paso a la distribución de alimentos para todos».

Al mismo tiempo, «nos corresponde a nosotros proteger la casa común de las intenciones depredadoras» . Pero, sobre todo, «nos toca a nosotros recordarle al mundo que la vida humana vale por lo que es y no por lo que tiene, y que la vida de los niños por nacer, ancianos, migrantes, hombres y mujeres de todo color y nacionalidad siempre son sagradas y cuentan como las de todos los demás».

Francisco ha agradecido los testimonios conmovedores de dos jóvenes de Basora , un musulmán y un cristiano, que son compañeros de clase y, al mismo tiempo, han puesto juntos una tienda de ropa para ayudar a sacar adelante sus familias. O el de una señora mandea que ha relatado como un miembro de su minoría religiosa perdió la vida por salvar a la familia de un vecino musulmán.

El Papa ha concluido su discurso recordando que «fue precisamente a través de la hospitalidad, rasgo distintivo de estas tierras, que Abraham recibió la visita de Dios y el don, que ya no esperaba, de un hijo».

En la memoria del padre común, «nosotros, hermanos y hermanas de distintas religiones, nos hemos encontrado en esta casa. Y desde aquí, juntos, queremos comprometernos para que se realice el sueño de Dios : que la familia humana sea hospitalaria y acogedora con todos sus hijos y que, mirando el mismo cielo, camine en paz en la misma tierra».

Más que fraterno, el clima final era de entusiasmo, hasta el punto de que buena parte de los líderes religiosos se olvidaban de ponerse de nuevo la mascarilla después de saludar al Papa, que tuvo gran dificultad para levantarse del asiento debido a su ciática. Era verdaderamente, el reencuentro de una familia, en la antigua casa natal, al cabo de casi cuatro mil años.

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