500 aniversario

Primera vuelta al mundo: 109 días de pesadilla

Primera vuelta al mundo es una serie de artículos en la que el marino Ignacio Fernández Vial recrea cada sábado el viaje de Magallanes y Elcano

Ignacio Fernández Vial

En aguas del océano Pacífico, la Trinidad, la Concepción , y la Victoria tardaron en cruzar el océano Pacífico 109 días. Navegaron con buena mar y viento, pero sin embargo pasaron un largo calvario: perdieron la vida 19 hombres, enfermaron la mayoría de ellos y llegaron famélicos y agotados el resto. Para conocer cuáles fueron las causas que hicieron que la inacabable travesía se convirtiera en una pesadilla, nada mejor que leer la transcripción literal de los que nos cuentan los cronistas. Dan tantos detalles de lo que se vivió a bordo de los barcos, que no necesitan comentarios.

Pigafetta . «El miércoles 28 de noviembre desembocamos del Estrecho para entrar en el gran mar, al que enseguida llamamos mar Pacífico, en el cual navegamos durante tres meses y veinte días sin probar ningún alimento fresco. Y si Dios y su Santa Madre no nos hubiesen concedido una feliz navegación, hubiéramos perecido de hambre en tan vasto mar».

«La galleta que comíamos no era ya pan, sino un polvo mezclado con gusanos, que habían devorado toda la sustancia y que tenía un hedor insoportable por estar empapado en orines de rata. El agua que nos veíamos obligado a beber era igualmente pútrida y hedionda. Para no morir de hambre llegamos al terrible trance de comer pedazos del cuero con que se había recubierto el palo mayor para impedir que la madera rozase las cuerdas. Este cuero siempre expuesto al agua, al sol a los vientos, estaba tan duro que había que remojarle en el mar durante cuatro o cinco días para ablandarse un poco, y en seguida, lo cocíamos y lo comíamos. Frecuentemente quedó reducida nuestra alimentación a serrín de madera como única comida, pues hasta las ratas, tan repugnantes al hombre, llegaron a ser un manjar tan caro, que se pagaba cada una a medio ducado».

«Nuestra mayor desdicha era vernos atacados por una enfermedad por la cual las encías se hinchaban hasta el punto de sobrepasar los dientes, tanto de la mandíbula superior como de la inferior, y los atacados de ella no podían tomar ningún alimento. Murieron diecinueve, entre ellos el gigante patagón y un brasileño que iban con nosotros».

Francisco López de Gómara. «Guisaban el arroz con agua de la mar, por lo cual se murieron veinte hombres y otros tantos adolecieron, que causó gran tristeza en ellos».

Pedro Mártir de Anglería. «Por muchos días no tuvieron más que la ración diaria de arroz que cabe en el puño, sin migaja de ningún otro alimento; la penuria de agua potable era tal, que para cocer el arroz se veían precisados a echar la tercera parte de agua salada del mar; y si acaso alguno intentaba beberla pura, tenía que cerrar los ojos por el poso verde y taparse las narices por el hedor».

Pigafetta acaba contándonos que, estando en Guam , «en el momento en que saltamos a tierra para castigar a los isleños, nuestros enfermos nos rogaron que si matábamos a alguno de los habitantes de la isla les llevásemos sus intestinos, pues estaban persuadidos de que les servirían para curar en poco tiempo». La desesperación de los enfermos les induce a caer en el canibalismo, rompiendo así la secular tradición de la cultura occidental, que veía esta práctica como la suprema perversidad del género humano. El autor no nos dice si Magallanes llega a satisfacer a sus compañeros dolientes, pero lógico es pensar que no, pues el capitán general, poseído de un profundo sentido religioso, nunca lo hubiera aprobado.

Todo un cuadro aterrador. Las despensas pronto se les vacían, e inmediatamente aparece a bordo de las tres naos el fantasma del hambre, que ya no les abandona hasta llegar al archipiélago filipino. La deshidratación de estos hombres pudo ser en algunos momentos enorme, carecieron de suficiente agua potable cuando estuvieron sometidos a unas condiciones extremas: temperaturas diurnas que llegaban a alcanzar los 42 grados y con un humedad ambiental del 98%.

Obligados a beber agua pútrida, les trajo como consecuencia otras enfermedades, tal como la gastroenteritis y la disentería. La falta de higiene y la proliferación de ratas, pulgas, piojos y otros parásitos les provocan el tifus. Pudieron ser normales a bordo enfermedades infecciosas como la escarlatina, el sarampión, le neumonía y la tuberculosis. Las heridas se infectaban sin solución , lo que les podía producir la gangrena y la septicemia.

Toda una pesadilla, un cuadro clínico aterrador pero que era habitual a bordo de todas aquellas naves que hacían largas travesías transoceánicas. Ya hemos dicho que carecían de las más elementales medidas de sanidad e higiene, así como de una farmacia mínimamente adecuada. ¿Y que podían oponer estos desdichados tripulantes a estas calamidades? única y exclusivamente, su extraordinaria fortaleza física y su gran capacidad para mantener una persistente lucha contra las adversidades, por muy duras que éstas fueran.

Pero a estas calamidades habría que sumarle una que no era menor: aún esa época había marineros que creían en esas tan populares leyendas, que dibujaban unos océanos repletos de enormes monstruos marinos que hundían barcos y mataban a sus tripulantes.

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