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Diario de Covid-19 / día 47: «Encuentros en la tercera fase»

Para finales de junio o así, todos nos habremos convertido en extraños de nosotros mismos, deshabitados por dentro como lo empezamos a estar por fuera igual que extraterrestres en busca de gestos humanos como abrazarnos

La magnolia que ha florecido en el árbol del jardín de ABC J M Serrano

Javier Rubio

Los cincuentones recordarán la película de Spielberg que da título a esta página contraviniendo, por otro lado, la más elemental regla de titulación periodística, esa que dicta que no deben usarse nombres de películas porque denotan falta de agudeza intelectual. Pero a estas alturas del confinamiento, tampoco nos vamos a poner exquisitos: hasta las meninges se nos han reblandecido tras escuchar al presidente.

El caso es que del plan para salir del encierro que presentó el Gobierno central solo nos ha quedado clara una cosa: los encuentros personales, sociales y familiares sucederán siempre en la tercera fase . O sea, en junio o por ahí. Más o menos, porque ni ellos mismos lo tienen claro. Así que toda la planificación que había preparado la Junta de Andalucía se ha ido al traste y no sirve de nada. O sí, pero no nos lo dicen. Es frustrante la incapacidad de nuestras autoridades en todos los niveles de la Administración para coordinarse, repartirse competencias y tareas y presentarse con una sola voz ante la ciudadanía.

Fotograma del momento culminante de «Encuentros en la tercera fase» ABC

«Encuentros en la tercera fase» , que creo que vino después de «Tiburón» , habrá envejecido mal, como casi todo el cine de ciencia ficción a excepción de algunos clásicos imperecederos. Si la viéramos hoy, nos parecería un pestiño de cuidado. Probablemente, esa película, que mantiene el interés por conocer cómo será el primer contacto con los extraterrestres durante todo el metraje, ofrece el final más decepcionante de la historia del cine . Lo decía con mucha gracia un profesor mío de Filosofía, fraile dominico, que nos estimulaba a debatir ideas en sus clases con el mismo ardor con que el pronunciaba la palabra guacamayos.

Recuerdo al padre Otero Giampaglia destripando -entonces nadie hablaba de spoiler y si te soltaban el final, te aguantabas y punto- la peli en clase para rememorar que, en el momento culminante de la cinta, cuando el platillo volante se ha posado con los cañones de los militares apuntando y la tensión de ese primer encuentro en la tercera fase en todo lo alto por ver cómo serán esos seres de otro planeta, bajaban por la escalerilla unas «albondiguillas con patas» que era la expresión que usaba mi profesor. No voy a contar más por si alguno quiere rescatar del olvido el film, devaluado al cabo de 43 años desde que se estrenó , pero todo esto de la ruptura del confinamiento por fases y las pautas para volver por donde solíamos me ha recordado la cinta de Spielberg.

Puede que para entonces, finales de junio o así, todos nos hayamos convertido en extraños de nosotros mismos , enfurruñados con las circunstancias que desearíamos fueran distintas, deshabitados por dentro como lo empezamos a estar por fuera. Extraterrestres en busca de gestos humanos como abrazarnos , llorar sobre el hombro del otro, palmearnos la espalda o reír a carcajadas delante de los demás. Todo lo que ha quedado proscrito hasta nueva orden.

Estamos en la séptima semana y los efectos acumulados del cansancio empiezan a hacer mella en todos. Aburridos no de una convivencia estrechísima dentro de las familias sino de que el horizonte social esté limitado al mundo virtual en el que uno despide al padre muerto de una compañera con unas frías palabras de ánimo cuando lo que desearía sería abrazar a Charo y darle dos besos , tomarla de la mano y rezar juntos.

El tiempo pasa. A veces de forma agradable: Marta me contó que su sobrina, también Marta, ginecóloga en Madrid, se incorporó hoy a su hospital después de dar negativo en Covid-19 tras haberse contagiado. A veces de forma cruel: Cristina me rebotó la foto que una red social le había recordado de ocho años atrás, en plena Feria, de Antonio con María, sonrientes y felices. «Qué pena me ha dado» , apuntó escuetamente con ese laconismo que impone la tristeza por el amigo ausente.

El tiempo pasa. La naturaleza se encarga de recordárnoslo. Cuando entramos en esta reclusión, el árbol que está bajo la ventana de mi dormitorio estaba pelado, con las ramas desnudas y enjutas. Hoy da gusto verlo, la copa redondeada de hojas verdes y lustrosas que buscan los rayos de sol . Otro día hablé ya de los paraísos, a los que los chaparrones de abril -aguas mil, todas caben en un barril- han despojado de las menudas florecillas blancas.

Pero es que las jacarandas ya están en flor . Lo descubrí la semana pasada en el paseo de Colón, junto a la Torre del Oro . Y luego, una tras otra, todas las de la ciudad han empezado a azulear, componiendo ese paisaje único con sus campanitas lilas sobresaliendo por encima del verdor de los otros árboles.

Mi último descubrimiento ha sido la primera magnolia de la temporada . Ha sido una flor temprana que entreví en el magnolio más a la izquierda que tenemos plantado en el jardín de ABC en la isla de la Cartuja . Sí, en medio de la lluvia, allí estaba la espléndida flor, carnosa y sugerente, abriendo sus brazos en jarra como una amante despechada. Qué espectáculo. Traté de hacerle una foto , pero la cámara del teléfono no da para más y entonces le pedí a Serrano que me la inmortalizara (con la cámara buena) para que ustedes la puedan ver también.

No sé de dónde me viene esa afición por las magnolias, que me parecen las flores más hermosas de los árboles. Me he ido hasta la librería de la sala -donde están los libritos de pequeño formato- y he buscado por las baldas hasta dar con un ejemplar de «Ocnos» que editó la Fundación Luis Cernuda de la Diputación de Sevilla y del que copio un párrafo delicioso, tanto o más que mi magnolia tempranera: «Entre las hojas brillantes y agudas se posaban en primavera, con ese sutil misterio de lo virgen, los copos nevados de sus flores «.

Que esa magnolia virginalmente blanca haya anidado ya -demasiado pronto porque todavía ni ha entrado mayo- me da idea de todo el tiempo que ha pasado desde que nos mandaron recluirnos, cuando todavía hacía frío. Yo también puedo decir, como el poeta que «aquel magnolio fue siempre para mí algo más que una hermosa realidad: en él se cifraba la imagen de la vida» .

La vida de las flores. El tiempo pasa inexorablemente. Ya mismo estaremos en la tercera fase. Y saldremos a descubrir magnolias en la avenida Rodríguez Caso que conduce de la glorieta de los Marineros hasta la plaza de España : María José lo ha medido y entra dentro de nuestro radio de un kilómetro. Menuda suerte.

Hasta entonces, ya saben lo que les voy a decir: « Tengan cuidado ahí fuera ».

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