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Diario de Covid-19 / día 33: «Pascua muy florida»

Antes podíamos pasarlos por alto, tan veloces como nos movíamos, pero ahora que hemos adoptado otro ritmo de hacer las cosas nos damos cuenta de la importancia de los detalles, de las cosas menudas y de lo que está bien arraigado

Combo fotográfico con algunas de las imágenes de los paseos cotidianos C. V.

Javier Rubio

Este diario es, en cierta medida, una obra coral que van componiendo con sus aportaciones todos los que lo leen y a los que la lectura les va suscitando alguna idea que les sirve para mantener el tipo cuando ya hemos cruzado el Rubicón del aislamiento . Hace dos días, a María José -mi amiga- le valió para fijarse en su propio jardín de Montequinto y descubrir asombrada un nido perfecto entre las plantas. Me mandó foto como quien exhibe una joya escondida que de repente encuentra en el cajón.

Y otra foto de una perfecta gota de agua esférica en el envés de una hoja verde de la que pedí detalles físicos (mojado y tensión superficial) a mi amigo Luis. Ese intercambio sirvió para que me hiciera los honores de presentar «al tipo que más sabe de gotas, un auténtico genio» valorando lo que de verdad importa de su personalidad: «Además, un ser humano especialmente generoso y bondadoso«.

Ha sido pararnos y empezar a observar la naturaleza con la atención que antes le regateábamos. Y, de repente, brotan las flores en los sitios más insospechados y, lo mismo que las plantas, brotan las palabras que algunos me devuelven para compartirlas con todos los que leen estas páginas a vuelapluma. Hay veces que los mensajes son tan hermosos y sentidos, que lo mejor es presentarlos sin más acotaciones y dejar que resuenen en quienes los vayan a leer.

Me escribe Chelo, poeta y amiga, una parrafada como un pie de foto a una sucesión de imágenes espectaculares del campo salpicado de maravillosas florecillas silvestres: «Hoy me acordaba de ti mientras, como cada mañana, sacaba a mi perro Balto. Lo hago alrededor de esta maravillosa vegetación. Y una de mis hermanas, la cual está viviendo este confinamiento sola en su casa de Valladollid, tras ver mis fotos me decía: ' Pero de qué te quejas, Chelo, si vives en el paraíso '. Y yo reflexiono, hablo con Dios y le contesto a mi querida hermana lo siguiente...: ¿tú te imaginas en el paraíso y sin poder compartirlo con los que tu más amas o con el resto de las personas que lo están pasando muy mal... pues así me siento. Yo quiero mi privilegio para todos los humanos... hay que amar a lo grande«.

Qué lección magistral la de querer compartir aquello que se disfruta con los demás porque, de otro modo, acapararlo disminuye el disfrute. Creo que fue Nani la que otro día contó que su madre octogenaria le había preguntado cómo podía ayudar en lo que fuera y le había repuesto que, a su edad, no era necesario.

Pero en vista de que no le convenció la respuesta, le mandó una foto del arriate de su casa para que al ver ese impresionante mazo florecido le alegrara la vista a quien recibiera la imagen. Así se hace.

Cuidar de los detalles. Ahora nos damos cuenta de que hay que cuidar de lo importante . Porque antes podíamos pasarlos por alto, tan veloces como nos movíamos pero ahora que hemos adoptado otro ritmo de hacer las cosas nos damos cuenta de la importancia de los detalles, de las cosas menudas y de lo que está bien arraigado. En mi misma manzana pero detrás de casa, en un alcorque ha brotado un cardo. ¡Ni que estuviéramos en Escocia! Me pasé un buen rato mirándolo el otro día y descubrí la belleza que encierra una planta tan despreciada, como si no valiera nada. Hasta que caí en el regalo que ese humilde cardo borriquero estaba ofrendando, vestido con sus mejores galas. Para eso estamos en Pascua Florida. Muy florida, como si la Resurrección de la Vida se la aplicaran las plantas, las primeras.

Dejemos que sea Chelo otra vez la que retome el hilo de esta página para confeccionar una bella teoría con la aguja de su espíritu: «Javier, cada mañana me encuentro con este olivo y mi pensamiento libre, no taladrado por tanta información televisiva , me lleva a sentir que cuando las raíces son profundas, el árbol vuelve a renacer, aunque lo talen una y otra vez. Al igual pasa con la fe de los cristianos, por más que nos la intenten talar una y otra vez, si realmente son profundas, vuelve a resucitar «.

En efecto, son las raíces las que sostienen el árbol. Pero estábamos tan ensimismados contemplando la copa y su lustre verdor o las flores coloridas que no reparábamos en esa parte tosca, primitiva y exenta de belleza que se hunde en la tierra, amalgamada con el barro y el limo del que toma los nutrientes a base de sacrificar hermosura para ser práctica.

Nuestro día a día también se ve ahora enraizado en la familia, en los valores compartidos por sus miembros, ese nutrientes que nos dan la savia que recorre todas sus ramas partiendo de un tronco común. Las raíces son feas y bastas, se retuercen o se apelotonan , están llenas de tocones como muñones de cuando se cavó el pie y la azada las golpeó sin delicadeza ninguna. Las raíces están hechas para sufrir, no para que se las vea , pero dan el sustento al árbol genealógico.

Aún me mandó Chelo una ultima foto, la más hermosa de cuantas me adjuntó. Y el comentario que la acompañaba no desmerecía de la imagen que había capturado. Decía así: «Me siento como esta bella amapola, que hermosa en todo su esplendor, con mucho que regalar en su existir, nace, crece y se entrega al mundo al margen de los suyos , al margen de una carretera peligrosa para su delicado, tierno y leve existir, sin posibilidad de relacionarse con sus iguales, que a pocos metros de ella están, pero esta amapola tiene el maravilloso privilegio de simplemente existir , en un distinto y extraño lugar... en esa acera, para que yo, simple poeta, pueda escribir sobre ella, sobre qué ocurre en mí cuando me reflejo en su diferente pero hermoso vivir, una sencilla amplia que le toca existir al margen de todos sus iguales... pero con la plena certeza de que Dios tiene un plan perfectamente soñado para ella y para mí . (Ch. C. S. Lunares)«.

Qué hermosura. La amapola, las poppies que los británicos se colocan en la solapa durante todo el mes de noviembre en recuerdo de las víctimas de la Primera Guerra Mundial como dice el poema del cirujano canadiense John McCrae, destinado en el frente de Bélgica en 1915: « En los campos de Flandes / crecen las amapolas . / Fila tras fila / entre las cruces que señalan nuestras tumbas. / Y en el cielo aún vuela y canta la valiente alondra, / escasamente oída por el ruido de los cañones. / Somos los muertos. / Hace pocos días vivíamos, / cantábamos, amábamos y éramos amados. / Ahora yacemos en los campos de Flandes . / Contra el enemigo continuad nuestra lucha, / tomad la antorcha que os arrojan nuestras manos agotadas. / Mantenerla en alto. / Si faltáis a la fe de nosotros muertos, / jamás descansaremos, / aunque florezcan / en los campos de Flandes, / las amapolas».

No estaría mal que a nosotros los españoles también nos uniera alguna flor, como esa humilde amapola que me envió Chelo, renaciendo entre los adoquines de la calle. Y que ese pequeño detalle sirviera de homenaje a los más de 18.000 compatriotas caídos no en los campos de Flandes sino en las camas de nuestros hospitales . Hoy por hoy parece una quimera, desde luego. Pero quién sabe, quizá empecemos a aprender a cuidar de los detalles.

El último aviso ya lo conocen: « Tengan cuidado ahí fuera «.

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