Coronavirus

Diario de Covid-19 / día 11: «Ora et labora»

No nos dejemos invadir por la tristeza por muy negro que se vea todo, la alegría del corazón es la oración más sencilla que podemos componer

Mujeres confeccionando mascarillas en un taller de costura de Segovia EFE

Javier Rubio

Puede que este confinamiento hogareño esté limpiando nuestra mirada de muchos prejuicios , de esos velos que desenfocan la realidad cuando la miramos. De repente, se nos ha enriquecido la visión que tenemos de las personas. Y hemos empezado a valorar sus cualidades en lo que valen: quien toca el «Allelujah» de Cohen con la armónica, quien canta arias de ópera y la que ofrece un solo de violonchelo al vecindario , quien recita poesía en un vídeo o quien hace la compra para la anciana del segundo.

No hace tanto que la palabra clave era monetarizar . Cómo convertir en dinero todo lo que hacíamos, sabíamos o podíamos. Había que sacarle jugo a todo, exprimir las capacidades propias y nadie parecía dispuesto a dar nada gratis . La economía colaborativa era algo así como una bonita utopía que nunca veríamos realizada. Hasta que nuestro mundo frenó en seco hace ya once días y todo eso se reveló como una perfecta engañifa. Pura filfa con que nosotros mismos nos habíamos adormecido.

De repente, todos los saberes y las potencialidades las ponemos sin mayor problema al servicio del bien común . Y sin ver un euro. Hemos decidido cooperar y nuestros cinco panes y dos peces -qué bien poca cosa tenemos- se han multiplicado. Cada uno está rebuscando en los bolsillos y va soltando encima de la mesa lo que nunca imaginó que le iba a servir para nada. Pero resulta que a otros les sirve. Y mucho.

Y hay historias increíbles. Antonio celebraba cada año su aniversario de bodas con Mar alrededor de esta fecha con una escapada romántica a algún sitio placentero. Este año, sin embargo, el dinero de la reserva lo han empleado en tela para confeccionar mascarillas de tela. El pone las piezas de tejido y un amigo, el taller de toldos para confeccionarlas. Hoy ha salido un cargamento para hacer dos millares. Puede parecer un número insignificante para atender a un hospital, pero también era una ridiculez pretender alimentar a una multitud de cuatro mil hombres, sin contar mujeres ni niños, con cinco panes y dos peces.

Puede que este sea un país de gente desorganizada, caótica y poco previsora. Seguro que somos gritones y hasta cierto punto, despreocupados. Y que tiene un Gobierno como cada uno quiera calificarlo. Pero a generoso, a dar lo que tiene y lo que no tiene, no hay quien le gane . Empieza a fraguarse una ola de solidaridad de la que todavía no hemos visto ni la cresta, así que c uando se deshaga en la rompiente, va a ser todo un espectáculo . Este pueblo tiene buen corazón, ya lo creo que sí. Y pronto se va a ver.

Tal vez el mayor error de las autoridades que manejan la crisis ha sido mandarnos a casa sin nada que hacer. Será propio de esta era posindustrial profesionalizar la respuesta a todos los desafíos con aportaciones rigurosamente calibradas, pero tiene que haber algo en lo que treinta o cuarenta millones de españoles puedan ocupar su tiempo . Dando lo mejor de sí mismos. Y como el hambre aguza el ingenio, la gente va encontrando vericuetos por los que colar sus ganas de arrimar el hombro, de empujar el camión atascado en el fango que es ahora mismo España. Seguro que encontraremos la fórmula.

En eso, las monjas tienen mucho que enseñarnos . Nadie les ha dicho nada y se han lanzado a coser mascarillas con ese entusiasmo que les es característico. Calladas, ellas a lo suyo: ya sea confeccionar batas o escribir poemas . Saben que el lema benedictino de «ora et labora» es algo más que una frase hecha. Y a ello se han aplicado: a Dios rogando y con el mazo dando. También empiezan a deshacerse muchos prejuicios que teníamos en la mirada hacia la vida contemplativa.

Intuyo que también sobre la oración. Ayer, el director pronunció como si tal cosa algo que jamás había oído en más de treinta años en la redacción de un periódico: «Vamos a rezar por él» . Porque no era una frase hecha ni producto de un convencionalismo sino que brotaba verdaderamente del corazón de alguien que siente que no puede ofrecer una respuesta a todos los interrogantes que, de golpe, se nos han abierto.

Estos días, me han llegado intenciones por las que rezar de muchos amigos y conocidos. Marta me encomendó a su hermana y su sobrina, médicos en el frente de Madrid , con tanto cariño que era imposible pasarlo por alto: «Tú que rezas, si puedes, añádelas en tus oraciones». Me salió del alma responderle: «Por supuesto. Pero tú, que las tienes tan presentes, ya estás rezando por ellas con el corazón aunque tus labios no pronuncien palabras ». «Todo el tiempo», fue su réplica. Donde hay amor, hay oración.

Luis se tentaba la ropa como hombre de ciencia que es, pero se atrevió finalmente: «Desde el principio de Incertidumbre, en ese resquicio que nos deja, estoy dispuesto a rezar a Dios para que se recupere» . Ignacio tampoco se anduvo por las ramas a la hora del encargo: «Tú que eres medio cura o así te toman, reza por él. La energía paulocoheliana no funciona, pero a ver si la oración» . A Julio se le salía el corazón por la boca en los mensajes: «Vamos a orar por él y mantenerlo presente en nuestras oraciones» . Manolo resumió la situación: «Por ahora, solo podemos esperar y rezar» .

«Hace tiempo de eso. De orar y de rezar» , me contestó la semana anterior cuando le envié, como cada mes, mi colaboración para el número especial de la revista «Pasión en Sevilla» . En eso estamos, amigo, cumpliendo con el tiempo que se nos ha quedado, poniendo al servicio de todos nuestros minúsculos panecillos y pececitos en forma de plegaria compartida.

El otro día, prometí -e incumplí- que iba a ocuparme de un decálogo de las carmelitas descalzas de Cádiz para sobrellevar el enclaustramiento , en el que ellas nos sacan a todos muchos trienios. El último de esos puntos hablaba precisamente de oración: «Orar es abrirse a ese «Otro» que puede sostenerme cuando yo necesito ayuda; pero también cuando yo estoy bien, orar es sostener a otros que lo necesitan . Es la experiencia más universal del Amor. [...] Ejercita tu fe y tu confianza. Si te dejaste la relación con Dios en el trajecito de marinero de tu primera comunión o en ese bonito vestido blanco, vuelve a intentarlo, ahora hay tiempo y serenidad para conversar con Él. Tal vez no crees porque no has probado ¿Y si lo intentas? …»

Solo me atrevo a sugerir una condición previa que leí una de estas jornadas en una dedicatoria de un libro nada menos que del doctor Marañón : «Un día que me ahogaba la tristeza, me pareció oír a Dios que me decía: primero, ponte alegre y luego reza. La mejor oración es la alegría «. Estoy convencido de ello. No nos dejemos invadir por la tristeza por muy negro que se vea todo. La alegría del corazón es la oración más sencilla que podemos componer para cuidar de nuestros enfermos, para iluminar a nuestros médicos y para acompañar a los que se sienten solos.

Hasta aquí llegó este lunes, qué mejor manera de despedirlo que con una oración. El «Nunc dimittis» de las horas Completas, por ejemplo.

Una última cosa antes de despedirnos por esta noche. El profesor insobornable que llevo dentro no se resiste a corregir a tantos como estos días se exhortan con el infinitivo «Cuidaros». Lo correcto es decir «Cuidaos» . Y lo acostumbrado de este diario, ya lo saben, en imperativo por supuesto: «Tengan cuidado ahí fuera».

Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Reporta un error en esta noticia

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Muchas gracias por tu participación