Reloj de arena

Carlos Cano: Demasiado corazón

¿Quién era aquel muchacho que como una amapola entre trigales reventaba en sus labios el nombre de Andalucía?

Carlos Cano ABC

Félix Machuca

¿Quién era aquel chavalillo granaíno, hijo de la emigración, amigo de Salustiano, que se enroscaba para cantar sobre su guitarra, con los pies juntitos y el mundo sobre sus hombros, tímido y tronante a la vez? Lo dejó claro un mes después de fenecida la dictadura en un concierto en el Lope de Vega con Benito Moreno : «De Ronda vengo/lo mío buscando/la flor del pueblo/la flor de mayo». Y la verde, blanca y verde, recién salida del horno morisco de los azulejos de su voz, mal memorizada aún, se estrenaba en el Lope de Vega en un concierto masivo, con el patio de butacas descamisado y el gallinero alborotado pidiendo amnistía y libertad. Aquel concierto lo organizó La Voz del Guadalquivir, con Luis Baquero e Ignacio Martínez , moviendo los muñecos del posibilismo tras la coartada de los cantautores emergentes.

¿Cómo Cataluña iba a tener letras, gallinas y estacas para sus ansias? ¿Cómo lo iba a tener el País Vasco de los altos hornos y se iba a quedar sin su voz la Andalucía de los infiernillos que levantó con sudor y salarios miserables ambas comunidades?

Antonio Burgos interpretó mejor que nadie la declaración de intenciones de aquel muchacho enamorado de Lorca y de Andalucía. Y llamó por teléfono a un Alejandro Rojas Marcos que aún cumplía un destierro que lo alejaba más de setenta kilómetros de Sevilla. Estaba en el chalé de su primer suegro, Ángel Rodríguez de Quesada , en Punta Umbría. Lo llamó y le dijo que se había encontrado dos diamantes puros para la gargantilla rebelde de Andalucía. Carlos y Benito fueron hasta allí. Tocaron delante de Alejandro y el líder andalucista entendió que con aquellas voces el sur más profundo y olvidado tendría voz y voto en la España de los cantautores. De Ronda vengo/lo mío buscando… Y Carlos lo encontró. Se encontró con la Andalucía de los marineros que ni la Virgen del Carmen sabe donde recalan; con la Andalucía que venía de abajo, cansada de tanta cuesta; con la Andalucía de María, de Marcelo, de Manué y de Maroto que hay que sembrar la tierra que no es un coto; con la Andalucía de Diamantino y los jornaleros que nunca amenazaron a una cajera de supermercado; con la Andalucía de la Rota de Alberti sin sus huertos, su melón y su calabaza, pero llena de marines y hamburgueserías como Guantánamo. Se encontró con las biznagas malagueñas, con un pasodoble para Almería, con el veneno del humo fabril y febril de Huelva; con el rey Al Mutamid diciéndole adiós a Sevilla.

Cuando Andalucía se le quedó pequeña porque su voz buscaba y buscaba más respuestas en cancioneros franceses, latinos y portugueses, descubre Cádiz. Y su voz rebelde se enciende gritándole a las sombras que dejan los ladrones que también quisieron robarnos nuestras niñas de fuego y zarzamoras. ¿Canción española? Tequieyyá. Copla y andaluza. Y Carlos Cano la hará varonil con la hombría en la ingle como los toros de Hernández . Por La Viña vendimiará el moscatel y la palomino de las cepas de las esencias. Para descubrir Cádiz sin señoritos sevillanos, sin la malafollá granaína, sin el arrebato fenicio malagueño, sin el estoicismo silente cordobés. Cádiz es salada claridad. La claridad de unas habaneras donde él y Antonio Burgos se emborracharon de gloria, arte y compás. No se puede hacer algo tan hermoso sin que te salga del corazón un óle sincero y una lágrima sublime de admiración. Si en Cádiz hay que mamar, con esta habanera ¿qué quieren que les diga?

Yo tengo un corazón de corcho y me agarro a él y floto, le dijo a Jesús Quintero en entrevista póstuma. El corazón que se le quebró en mil pedazos como un cristal nazarí es el mismo que, antes de llegar al Monte Sinaí de Nueva York, dejó boquiabierto a Ian Gibson en un homenaje que la Unesco le dio a Lorca en París. Entre los intervinientes estaba Gibson, Enrique Morente , Carlos Cano y alguno más. Carlos apenas chamulló. Todo el tiempo con la malafollá granaína en lo alto. Y abrió la boca para cerrar la de tanto boca chancla como por allí había: «los españoles matamos a los poetas para que los franceses hagan libros de ensayo». Brutal. La anécdota me la cuenta Ignacio Martínez , compañero periodista y productor de sus dos primeros discos. Ese corazón de corcho al que se agarraba para flotar se lo arreglaron en Nueva York, hasta el punto de convertir el susto en canción y decir que él nació en Nueva York, provincia de Granada. Dicen que cada 19 de diciembre, María la Portuguesa, le canta fados en Ayamonte. Y que unos ojos verdes le lloran desde La Habana hasta Cádiz con lágrimas de albahaca…

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