Día 39 de encierro en Sevilla: se acumulan las ofertas de la Feria a domicilio

Decenas de charcuterías y supermercados de Sevilla están mandando opciones para llevar el «pescaíto» a casa, las ofertas circulan por los grupos de Whatsapp como rosquillas. Y todas incluyen un pack de farolillos

La portada de la Feria ya está siendo desmontada J.M. Serrano

R.S.

Los teléfonos sevillanos están desbordados de ofertas para celebrar el Alumbrado en casa. Las charcuterías, pescaderías, freidurías y supermercados se han puesto las pilas para intentar sacarle partido a la necesidad que tenemos todos de celebrar algo, lo que sea, en mitad del aluvión de contagios y muertos. La necesidad de disfrutar no está reñida con el luto , de ahí que en muchas casas estén decidiendo este miércoles qué «pack» van a comprar. Todos ofrecen chocos y adobo, jamón y caña de lomo, manzanilla y farolillos . Los hay de todos los precios, desde 35 euros a 600. Y ya están algunos balcones ataviados con pañoletas. El trigésimo noveno día de encierro huele a Feria en Sevilla. Así lo han visto varios redactores de ABC.

Manu Moguer. A punto de los 40 días de confinamiento -40 años estuvieron los judíos en el desierto, 40 días llovió en el Diluvio Universal, 40 años reinó David... la cifra es Bíblica y redonda- yo lo que echo de menos como los abrazos de mi madre son los piripis de Antonio Romero, crujientes y pringosos. Echo de menos los montaditos de mejillones de Ventura y sentarme con Luis y Alfonso en la esquina de Adriano a ver pasar gente; echo de menos la pringá de Las Columnas y su cerveza fría y esperar a los tunos, que repostan allí entre pase y pase y se arrancan si hay guiris guapas. Echo mucho de menos los mini serranitos del Avelino y su pechuga rellena y que Marta me cuente sus cosas haciendo tiempo para que llegue la hora de que nadie nos mire mal para pedir la primera copa larga. Echo de menos la carrillada de Pepe Hillo y la ensaladilla de Mariscos Emilio, donde siempre se escuchan las conversaciones más divertidas en la mesa de al lado. Y echo de menos las cervezas a palo seco del Vizcaíno los jueves de mercadillo, cuando ves recoger la quincalla a los vendedores y pasear por la zona a la mezcla de gente del barrio de toda la vida, los bohemios que llegaron con la reforma de la Alameda y los turistas que se compran trajes de flamenca de los 80 con las mangas bien abullonadas. Yo echo de menos mi vida de antes, que, según repaso, era casi toda en los bares.

Jaime Parejo. Esta época de confinamiento en casa produce unas sensaciones hasta ahora nunca experimentadas. Es raro sentir como nada va a ocurrir y, a la vez, te preparas para que algo pase. Me explico. En circunstancias normales esta semana estaríamos hablando de si los trajes están limpios tras llevarlos a la tintorería, de planchar camisas y trajes de flamenca y de los avalorios que le quedan a los niños para ir “de sevillanas maneras” al Real de la Feria. Estaríamos cuadrando horarios en el periódico para concretar qué días tienes más factible ‘reliarte’ en una de las fiestas grandes de la ciudad, marcando una agenda que, obviamente, te saltas a la torera según transcurre la semana feriante y tu cuerpo se amolda a los excesos de la misma. También estaríamos muy pendiente del tiempo que pronostican los meteorólogos, para ver si el albero se iba a asentar y los farolillos durar mucho en el cielo del recinto o, por el contrario, si el calor y el polvo iban a poner a prueba hasta al más delicado.

Por contra, ahora sólo pensamos en restar días camino a una meta que nunca llega, aunque el sevillano es ‘hartible’ con lo suyo y no se da fácilmente por vencido. Muchos son los amigos que ya me han dicho que han comprado sus botellas de manzanilla, sus farolillos y han encargado su ‘pescaíto’ para el próximo sábado. También habrá quedada digital para brindar virtualmente por una Feria que no será pero que sí estará. Porque la Feria, como antes la procesión, va por dentro. En cada uno de nosotros está el cómo vivirla.

Juan José Borrero. Siempre he pensado que tener todo cerca de casa era una ventaja. Ahora no lo tengo tan claro. Casi puedo llenar la nevera y la despensa sin salir de casa. La fruta de Faustino; la carne de Almansa; el pescado de La Almadraba y el pan de La Coriana, al lado de la farmacia… El contador de pasos del móvil debe andar desesperado. Tampoco en el caso de que a Sánchez se le ocurriera este sábado permitir la apertura de tintorerías y peluquerías, como quiso en un principio, tendría una excusa para salir de la calle. Este microcosmos de barrio se va a revalorizar muy pronto porque el mundo se nos va a hacer mucho más pequeño. Pero ahora, con el confinamiento, asfixia un poco. Si el Gobierno hubiera persistido en el error y tuviera niños en edad de pasear, lo lamentarían. Como no necesito estanco, el único viaje autorizado más allá del laboral sería al banco, pero ya ni vamos al banco, a no ser para reclamar. Otra de las muchas cosas con las que acabará el “bicho” a medio plazo será el papel moneda.

Con tan poco radio de expansión, los que peor lo llevan en casa son mis hijos ambos veinteañeros, que ahora discuten hasta por sacar la basura. Tienen razón cuando se quejan. Los medios sólo hablamos de los niños, de los mayores, de cómo sufren el confinamiento, de los efectos perniciosos en el ánimo. Nadie se acuerda de los jóvenes, a los que solo citamos por los problemas que tienen para estudiar, peleados todos los días con las débiles plataformas informáticas de las universidades y el libertinaje de cátedra. No paraban en casa. Necesitan la calle, los amigos… y la primavera está llamando a las ventanas. Ellos son también héroes, de la paciencia.

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