CIEN AÑOS

El Rocío 2019: San Jacinto, rociero de Triana

Tribuna del historiador Julio Mayo

La hermandad de Triana en su salida desde el barrio hacia la aldea almonteña R. Doblado

Julio Mayo

Dos siglos se cumplen este año de la llegada de la Hermandad del Rocío de Triana al templo del convento de frailes dominicos de San Jacinto, donde residió desde 1819 hasta 1982 más de siglo y medio. En las crónicas de Félix González de León que se conservan en el Archivo Municipal, se reseña la función religiosa solemnizada, el 31 de julio de 1819, para estrenar el nuevo altar que acogería su Simpecado. Aquel día por la noche, los cofrades de la Hermandad del Rosario de San Jacinto acudieron organizados, en cortejo de gala, hasta una casa de la calle Castilla , de donde la corporación rosariana «sacó el Simpecado de la Virgen del Rocío y lo llevó a su Iglesia para el estreno de un nuevo altar». A diferencia de antiguas hermandades como las de Villamanrique, Sanlúcar de Barrameda y el Puerto de Santa María, la trianera no encargó una réplica de la imagen ni colocó una pintura. Optó por instalar el Simpecado, con el propósito de establecer un vínculo directo con su verdadera imagen titular, venerada lejos de Sevilla, en el santuario almonteño.

El primer hermano mayor y mayordomo don Francisco Antonio Hernández y su esposa doña Carmen Tamayo, conservaban en su vivienda particular la insignia principal de la filial rociera que se había fundado seis años antes. Pero, curiosamente, no llegó a constituirse en la parroquia de Santa Ana como pudiera pensarse, sino en el propio santuario de la Virgen del Rocío de la aldea marismeña, el domingo de Pentecostés 6 de junio de 1813. Varias familias comenzaron a peregrinar a la romería.

Su mayor crecimiento llegó a partir de la entronización del Simpecado en un altar de la iglesia de San Jacinto, donde podía recibir culto público diariamente. Una devoción mariana, que no era de Sevilla, fue acercándose al vecindario al establecerse en la confluencia de la curva de la Cava y el confín de la misma calle que comunicaba a Triana con Sevilla , a través del puente de barcas. Esta singular expresión de religiosidad popular aglutinaba desde la gente modesta de los corrales hasta las familias más pudientes del barrio y parte de la ciudad de Sevilla.

Los primeros en bautizar a sus hijas con el nombre de María del Rocío fueron los gitanos feligreses de Santa Ana. En cambio, quienes movilizaban la filial eran alfareros y fabricantes de loza del barrio. Regentó un tejar su fundador, el señor Hernández, y se incorporaron luego integrantes de las familias Mensaque, Soto, Gutiérrez, Gómez y otros más que mantuvieron un estrecho vínculo con el Rocío y el coto de Doñana, de donde obtenían el recurso energético del carbón para sus hornos, y a través de cuyo mercado también comercializaron piezas de cerámica por el Guadalquivir.

Milagrosa imagen

El Simpecado representaba a la Santísima Virgen del Rocío de Almonte, cuya milagrosa imagen ejercía desde el altar trianero una poderosa intermediación. Así quedó demostrado en una situación tan angustiosa como la de la epidemia del cólera, en 1833, cuando la vecindad se aferró a él para buscar la salvación y lo sacó en procesión. Del auge alcanzado en la primera mitad del siglo XIX, daba fe el diario «El Sevillano», el 23 de mayo de 1839 . Contó que la hermandad realizó el camino con gran boato, y muchos hermanos a caballo que habían ido, con hachas encendidas, delante de la carreta del Simpecado, a la que seguían otras muy bien adornadas.

San Jacinto, histórico escenario de fiesta y devoción, es el pórtico eclesiástico por donde entró el Rocío en Sevilla, que luego triunfó plenamente aquí gracias al buen hacer de la hermandad trianera. Cuántas veces acogió el compás de la iglesia a las romeras y romeros mejores uniformados de Andalucía. Qué estampa tan campera, romántica y costumbrista la de aquellos regresos en procesión desde la marisma de caballistas y carretas entoldadas tiradas por bueyes, con repiques de campanas, mientras los dominicos recibían a los rocieros que, al entrar en el templo, se arrodillaban ante el Simpecado. Un piadoso testimonio de la presencia continua de la Virgen del Rocío en las calles del barrio, lo constituye el retablo cerámico que se colocó en los muros de San Jacinto en 1934, a cuyos pies escribió luego Paco Astolfi el año 1963: «Soy la Virgen del Rocío, Madre de Dios soberana. Aquí nació mi romería, para gloria de Triana».

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