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Cristiano intenta un remate ante la oposición de varios rivales - AFP
Real Madrid-Valencia

Un Madrid desdibujado se despide de la Liga

Los de Ancelotti se sobrepusieron con épica a los dos goles valencianistas (2-2)

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Real Madrid2902Valencia

Salvo que Luis Enrique decida apuntar a su plantilla a un triatlón o que Piqué le pegue un tiro en el pie a Messi, es decir, salvo suicidio culé, pero suicidio del bueno, de los de abrazarse a una Eva Braun, la liga es barcelonista. Pero ampliemos el espectro: 0 de 2 de Ancelotti, tres años sin liga y una en siete años, la de Mourinho, que obligó a cosas que casi cuestan un cisma social.

El Madrid tiene que tomarse en serio una competición que construyó su otra leyenda: la del equipo que, como una misa o un marido ejemplar, no falla los fines de semana.

En el Bernabéu comenzaron a pitar a Casillas. De santo a chivo expiatorio. Casillas no tiene la culpa de perder esta liga.

Dejó de progresar como portero antes de la existencia de la telefonía inteligente, pero eso ya lo desveló Mourinho. Es un hombre aferrado a su contrato, como cualquiera, con guantes o no. Esta polémica ha retirado el foco de lo importante: ¿A qué jugó el Madrid?

El club hace equipos asombrosos a los que siempre les falta algo. Un Ferrari sin limpiaparabrisas o sin rueda de repuesto. Es como si Florentino tuviera de modelo a la Venus de Milo del fútbol. Hace hermosuras magníficas siempre con una tara. Sin brazos, sin una pierna... ¡Don Florentino, que a la Venus de Milo la hicieron completa!

En este caso, los brazos han sido los centrocampistas. El Madrid, con un cansancio europeo casi thatcherista, no se ha sabido sobreponer por segunda vez a la ausencia de Modric y ha vuelto a perder la Liga ante el Valencia. Lleva un mes jugando como si se hubiera dejado los donuts; un mes jugando «a la chicharito».

Ancelotti se acomodó a la BBC con un 4-3-3, que era como un maniquí con el talle agradecido. Pero así no se ganó a casi nadie importante.

Ayer se notó de inicio que lo vivo del Madrid era la conexión, brevísima, entre James y las puntas. Isco queda marginado y se echa de menos su fútbol rumiante y caracolero, porque ante una presión real el Madrid tiene problemas de circulación. Es impaciente, previsible. Con este fútbol directo (en su sentido improvisado) el Madrid tuvo dos palos, pero el que marcó fue Alcácer.

El Madrid tenía reservas de carácter: respuesta inmediata con chilena de Cristiano, pero en el 23’ Kroos se acercó a la banda. Comenzó a palparse el contramuslo. La gente miraba ya buscando al gafe. Pidió el cambio y entró Illarra. Inmediatamente, un saque largo del Valencia lo remató solo, de cabeza y de espaldas (esto es, con el cogote) Javi Fuego. Acogotamiento, y lo otro que suena parecido en Ancelotti, que buscó la sombra del banquillo. Esa sombra en el rostro se parecía a una inculpación.

La pasividad, el pasmo illarraméndico (Illarra aquí como símbolo y resumen) lo rompían los arranques de Cristiano, un zapatazo britón de Bale, o una carrera absurda de Chicharito, que cruzó todo el campo para presionar al portero. El estadio, que estaba pitando irritada y aleatoriamente como en un atasco, aplaudió enloquecido. La jugada, en realidad, era una melancolía: trabajos de presión perdidos, una individualidad desesperada

La defensa parecía una de «Scream» porque recogía dos miedos. El miedo del portero a cualquier cosa que sobrepase el metro y medio y el que llegaba de la media cual borrasca.

Con un juego desestructurado y de puros arranques, el Madrid tuvo otro palo, el tercero, de Chicharito y un penalti que Alves le paró a Cristiano.

Ancelotti sacó a los laterales «largos». La trompeta del 7º o del Apocalipsis la tocaba Chicharito y el Madrid asediaba el área rival. Un ay, un remate mostrenco de Bale, y el gol, un poderoso cabezazo de Pepe tras un córner. Hasta Bale braceaba a la grada. El comodín del público, la apelación épica. El Valencia lo notó y empezó a vacilar, a arañar minutos en cada falta. El partido, con Nadal mirando, tenía pinta de alargarse hasta el último set.

En el campo, cambiando a Illarra por Varane, habría un 3-5-2, un precipicio y un público.

Alves, otra vez Alves, le paró un cabezazo lisboeta a Ramos; el Valencia reencontró algo de organización y Negredo perdonó el tercero. La media blanca era ya solo la cojera congénita de un esforzado Isco. Él empató con un chut violento que mereció, ay, todos los «Isco, Isco».

El Madrid soltaba otra Liga y el público, morboso, aplaudía su agonía.

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