La Concha de Plata como mejor director para Fernando Trueba en la inolvidable edición del pasado Festival de San Sebastián avala 'El artista y la modelo': hermosa película sobre la creación artística en tiempos de guerra, filmada con sutil delicadeza por parte del autor de 'Belle Époque'. Un sentido del humor muy particular informa la función, en la que un viejo escultor (excelente el veterano Jean Rochefort) y una joven modelo (la deliciosa recién llegada Aida Folch) se enzarzan en una contemplativa relación creativa, en sintonía con una escenografía serena y fluida, fotografiada en blanco y negro y a toda pantalla, como corresponde a la filmografía de un cineasta que ve el mundo con mirada estrábica, desde que realizó 'Ópera prima' en 1980.
Porque con 'El artista y la modelo' estamos asimismo ante un filme intimista, conciso como una ecuación, exacto como un teorema, concebido y ejecutado con el celo de un miniaturista. Sus pocos personajes son tan cálidos como los postulados en los que se mueven. El argumento es elegante y esquemático como una apertura de ajedrez entre buenos jugadores y hasta es muy posible que el despojamiento de sus elementos sea la faceta más sobresaliente de este digno esfuerzo creativo, que ahora sale al encuentro de los espectadores.
Hay pues, en esta atractiva película, un intento de estilización llevado al extremo, tan deliberado y pudoroso que llama la atención. Tengamos en cuenta, además, que la historia se enmarca en tiempos de la Segunda Guerra Mundial, en una aldea perdida en la frontera franco-española. Y, mientras las bombas destrozan ciudades y seres humanos, un artista íntegro e intemporal logra plasmar la obra maestra de su vida en la figura esculpida con verdadero mimo de una muchacha bella como el sol. Las piezas del rompecabezas encajan: cuando uno se encuentra con una obra de artesanía tan acabada como 'El artista y la modelo', no es precisamente por casualidad.
