Pesadilla en la cocina

Pablo Carbonell se convierte en el crítico más duro de «El Cantábrico»: «Le llamaría ensaladilla desgraciada»

El actor fue invitado a probar los platos del bufet libre de Cádiz y Chicote no tuvo ni que matizar sus palabras

Alberto Chicote y Pablo Carbonell en «Pesadilla en la cocina» ATRESMEDIA

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Esta semana, «Pesadilla en la cocina» acudió hasta Cádiz para visitar uno de los lugares con más solera de la costa: «El Cantábrico» . El primer bufet libre que abrió en la localidad se encontraba en una situación límite. Sus dueños, Francisco y Mari Luz, hermanos, no conseguían reflotar el local. Tras 70 años a sus espaldas, «El Cantábrico» funcionó como un fabuloso local. Posteriormente, al ser heredado por sus actuales dueños, lo convirtieron en un bufet. «Fue un boom» , explicaron. Sin embargo, con la crisis, llegaron los problemas, que no solo se quedan en lo económico.

Según los dueños, los cocineros no tienen modales, hay que repetirles las cosas varias veces y quieren hacer las cosas a su manera en lugar de escuchar los consejos de los responsables de «El Cantábrico». Los cocineros del establecimiento eran Ramón y Antonio , dos veteranos que no quieren escuchar. De hecho, Ramón alegó que «No somos esclavos».

Pablo Carbonell, un crítico tajante

La llegada de Chicote fue bastante complicada. Y es que, aunque pidió ayuda a los vecinos de la zona, el chef no lograba encontrar el establecimiento. Cuando consiguió encontrarlo, criticó la decoración del establecimiento. «No se si estoy en un bufet libre o en el hotel de "El resplandor"» . Para probar los platos del bufet, Chicote contó con la ayuda de un invitado muy especial: Pablo Carbonell . El actor residía en la zona, por lo que dominaba el tipo de cocina que presumía elaborar el establecimiento.

Lo que sorprendió fue la dureza de los veredictos emitidos por Carbonell. De la zanahoria dijo que «está congelada, le falta ajo». De hecho, sentenció que le pareció «insultante» la elaboración. sobre los pimientos, felicitó al fabricante, y de la ensaladilla sentenció que «es algo contrario a la felicidad . Le llamaría ensaladilla desgraciada». Ya en los calientes, sentenciaron ambos que había demasiado aceite en las elaboraciones y que una de las elaboraciones estrella, las tortillas de camarones, eran horrendas. «Las tortillas industriales están mejor que estas» , dijo Carbonell.

Ya sin el actor, Chicote bajó a las cocinas para conocer su estado. Aunque no encontró demasiada suciedad, se notaba que habían limpiado contrarreloj para llegar a tiempo para la visita de Chicote. Además del estado de las freidoras y de las cámaras, los rincones mostraban roña a mansalva. Los cuchillos no se limpiaban adecuadamente y «Pesadilla en la cocina» encontró algo sorprendente: aunque los cocineros tenían las tablas suficientes para evitar el cruzamiento alimentario, tan solo usaban una. De hecho, ya sin el cocinero, Antonio se sinceró ante las cámaras. «Si hubiera venido dos días antes, nos hubiera puesto como los trapos» .

Ya en el primer servicio, Chicote comprobó los grandes fallos del restaurante. El aceite de la cocina «está más negro que la conciencia de Voldemort», los platos muy grasientos y elaboraciones que se realizaban a la desesperada sin planificación ninguna en caso de que otro plato no saliera. A pesar de que los clientes no dejaban de quejarse, las peticiones entraban por un oído y salían por el otro, tanto de los dueños como de los cocineros. Mientras, en las bambalinas del local, se dedicaban a echarse las culpas los unos a los otros , algo que llevó a Chicote a explotar con ellos al final del servicio. Esta reacción, recordando que la comida que sirven era una «mierda», llevó a Ramón hasta la desesperación. Hasta tal punto llegó, que decidió quitarse el micrófono y marcharse para no volver al local.

A la mañana siguiente, Chicote quiso interesarse por la situación del local. Las deudas eran preocupantes, tanto con proveedores como con familiares que también se habían implicado en el negocio. La situación ya era límite, por lo que «Pesadilla en la cocina» debía de hacer todo lo posible para recuperar el local de su delicada situación financiera. Con un cocinero menos, y con Antonio como único chef a los mandos , Francisco tuvo que implicarse más en cocina de cara a un segundo servicio que se preveía complicado. Para ver la cantidad de errores que cometía cada uno, Chicote puso una pizarra con los nombres de los responsables del local y, cada vez que se detectara un error, le seguiría un indicativo rojo. De nuevo, los errores detectados anteriormente no se subsanaron, obteniendo entonces 14 faltas importantes.

Ya a la desesperada, Chicote necesitaba que Francisco levantara el ánimo para coger las riendas del local y lograran que volvieran a retomar el vuelo. Por ello, el cocinero de «Pesadilla en la cocina» quiso hablar en privado con él. Descubrió que su problema era que estaba «desanimado, me veo abatido» . Algo que provocaba que no tuviera ganas de seguir tirando de un negocio. Sin embargo, su hijo, que apareció por sorpresa, declaró sentirse orgulloso de su padre, unas palabras que le motivaron para una reapertura que se aventuraba muy complicada.

Una reapertura entre aplausos

El equipo del programa, como siempre, se implicó en una renovación completa del restaurante. Por un lado, el salón había sufrido un cambio radical, con una decoración de este siglo , y los platos tenían muchísima menos grasa que la que preparaban habitualmente. Además, el bufet inauguró un servicio de cocina en vivo para elaborar tortillas. Pero el servicio de reapertura contó con una presencia sorpresa: Mario, el hijo de Francisco , que quería añadir ilusión a la apertura.

Nada más abrir, el salmorejo se agotaró y tardaron mucho tiempo en reponerlo. De igual manera, se retrasaba mucho la elaboración en vivo de tortillas, tarea de Gema. A pesar de la falta de reacción, en un primer momento, de Francisco, después consiguió imprimirle la velocidad necesaria para ir cumpliendo con las exigencias de los comensales. De hecho, hasta los clientes terminaron aplaudiendo al dueño del local, demostrando que tenía un prometedor futuro en «El Cantábrico» . Ahora tocaría terminar las tareas y conseguir que las penurias económicas y deudas se queden en cosa del pasado.

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