First Dates

Las excéntricas aficiones de un comensal de «First Dates»

Fernando, un madrileño de 50 años, dijo emplear su tiempo libre «volando drones, haciendo patinaje artístico y estudiando sectas»

Fernando durante su presentación en «First Dates» CUATRO

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First dates

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Son ya casi 700 las noches que lleva «First Dates» emparejando a los españoles más solitarios y desesperados. Encontrar pareja con media España como testigo parece ser afición muy cara a nuestros compatriotas, que colapsan las líneas telefónicas del programa de Sobera para que su equipo les siente a cenar con el primero que se les ocurra. Sorprende que tras casi dos años sigan llegando al restaurante del amor los personajes más inimaginables que pueblan nuestro país.

La noche empezó entre jóvenes. Llegó el primero Alex, un barcelonés de 22 años, estudiante de derecho que no tuvo inconvenientes en presentarse diciendo «yo sé que soy un chico guapo . No es que me crea el más guapo de la discoteca, pero soy guapo. Aunque, eso sí, no me gusta que me juzgen por mi físico: soy también un chico con carrera , culto, con ganas de viajar...». También apareciaba su físico Anne, una madrileña estudiante de filología que ante todo se considera a sí misma «bien vestida. No soy la más bella, pero un orco tampoco soy ». La primera impresión fue positiva, y ambos se dieron cuenta de cómo se compenetraban sus actitudes hacia la vida. Alex no dudó a la hora de decir que quería una segunda cita y Anne tuvo más recelos, pero finalmente también quiso darle una nueva oportunidad.

Algo más tarde llegó Laura, una estilista de 21 años que presentó como una virtud tener su propia imagen «como una obesión . Estoy continuamente cuidando mi imagen ante los demás, mirándome en los espejos...». Para hacerle compañía llegó David, un camarero zaragozano de 26 de padres árabes y que presumió diciendo que es « capaz de venderle hielo a un esquimal ...Vendo cualquier cosa, y por eso soy un poco jeta». La cita fue agradable y distentida, aunque a la hora de la verdad ella se echó para atrás.

Más adelante llegó Fer, un técnico electrónico madrileño de 50 con un humor y unos gustos de lo más peculiares . «Cuando te enamoras te vuelves un poquito gilipollas», dijo para presentarse en el programa al que la gente va para enamorarse, o lo que es lo mismo, para volverse gilipollas. Las mujeres, dijo, le gustan «pechugonas, porque si son muy huesudas me recuerdan a un pollo ». Respecto a sus aficiones, aseguró emplear su tiempo libre «volando drones, haciendo patinaje artístico y estudiando las sectas».

A su pareja, Isabel, una cocinera de 51 años, no le gustó Fer en un primer momento pues dijo que «va vestido poco serio» . Al poco de sentarse a cenar con él ya se dio cuenta de que no regía demasiado su cabeza. Le habló Fer de los «turbomensajes», una peculiar forma que tenía de comunicarse con su antigua pareja: «Teníamos un lenguaje encriptado y nos dejábamos mensajes escondidos en un tubo en Casa de Campo». Sus extravagancias le pasaron factura, e Isabel no quiso tener una segunda cita con él.

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