Programas míticos

«A la caza de tesoro»: la apoteosis del Indiana Jones español

De la Quadra-Salcedo marcó a los niños de la época con una superproducción televisiva con la que recorrió el mundo ayudando a resolver enigmas

Cabecera del programa «A la caza del tesoro» RTVE

Rubén Ventureira

Muchas lunas antes del helicóptero de «Supervivientes» por nuestras teles en color –compradas para el Mundial 82 – volaron el helicóptero del señor del Tulipán y el de Miguel de la Quadra-Salcedo . Los de la generación posterior al «baby boom» tenemos tatuados en la corteza cerebral a dos señores con bigote que viajaban en helicóptero: uno aterrizaba con un tarrina de margarina en el patio del recreo causando un revuelo que ni un «beatle» y otro sobrevolaba lugares que solo conocíamos porque salían en la bola del mundo. Hay que tener en cuenta que muchos de los que los entonces veíamos la tele con ojos juveniles no es que no hubiésemos montado en un helicóptero, es que no nos habíamos subido a un avión en la vida, pues un vuelo costaba lo que un currante de clase media cobraba al mes, o eso decía entonces mi padre, que era un currante de clase media.

De la Quadra, en el helicóptero, preparado para la aventura RTVE

Entre aquellos dos señores que se movían en un helicóptero de verdad –no como el de los Madelman –, mi favorito era sin duda Miguel de la Quadra-Salcedo. Ya desde su nombre, digno de un conquistador. Con el impacto de la primera de Indiana Jones aún reciente (se estrenó en 1981), ver a aquel tipo decidido, vestido con ropa de aventurero, con cierto aire a Sandokán (otro icono televisivo de aquellos tiempos), fue una revelación: había un Indy español. Por si fuera poco, cuando preguntabas por él, los mayores te contaban historias que hacían crecer aún más el aura de aquel aventurero, como que había batido el récord mundial de jabalina pero se lo habían invalidado. Tiempo después me enteré de que había documentado en exclusiva mundial la muerte del Che Guevara , lo que reforzó mi admiración por aquel tipo, una navaja suiza de la vida (periodista, aventurero, deportista...).

Tres enigmas, tres tesoros

Aunque me había prometido no ver ni una imagen de «A la caza del tesoro» en la Red para conservar virgen el recuerdo adolescente a la hora de abordar esta pieza, finalmente no he resistido y he hecho una búsqueda, por aquello de que –como nos decían en la Facultad de Ciencias de la Información de la Universidad Complutense – el periodista documentado es mejor periodista. Esa pequeña debilidad ha tenido una consecuencia horaria: me he visto un programa entero colgado en el archivo de RTVE. En este episodio en concreto –tiene sentido denominarlo así, pues es pura aventura– Miguel se movía «en el entorno del lago coreano Yong Ji», en Corea del Sur . Como todos, se desarrolla en 1984.

La presentadora, Isabel Tenaille, con dos concursantes RTEVE

Detallemos la mecánica del programa. La presentadora, la muy mítica Isabel Teinalle , acompañaba en el plató a la pareja de concursantes. Siempre eran un hombre y una mujer, pues este programa era paritario –como el «Un, dos, tres» – en tiempos en los que este término ni se manejaba. Se les presentaban tres enigmas que, resueltos, abrían las puertas a otros tantos tesoros. Para hallarlos, disponían de 45 minutos y contaban con la ayuda sobre el terreno de Miguel, que se encontraba en un lugar –siempre exótico– del planeta. Encontrar el primer tesoro equivalía a 100.000 pesetas (601 euros de hoy); el segundo, a 200.000 más; el tercero consistía en una vuelta al mundo, a unir a las 300.000 pesetas anteriores. Para los nostálgicos, reproduzco el primer enigma del programa ambientado en Corea del Sur: «Entre el signo de Carmen y el de Enrique, donde descansa el 38 rey de Silla, buscad el símbolo del Universo». Qué recuerdos.

En plató, los concursantes contaban con libros y mapas, que eran el «Google Maps» de esta época pre-Internet y pre-teléfono móvil. Y portaban unos micrófonos que, vistos hoy, son los nietos de los que después admiramos en los directos de Madonna . Con ellos iban dando las instrucciones a nuestro Indiana, siempre jadeante, sudoroso, hablando o chapurreando idiomas variados («¡pailot!», le grita al piloto) entregado a la causa de la aventura durante 45 minutos vertiginosos, 45 minutos trepidantes como un Madrid-Barça en tiempos de Messi - Cristiano .

Un programa muy caro

A posteriori –o sea, documentándome para esta pieza– me he enterado de que se trataba de un programa carísimo, y ese fue el motivo por el que solo duró cinco meses. De hecho era una producción entre varias televisiones, porque el bolsillo de una sola no habría podido asumirlo. Cada una de esas cadenas tenía, claro, su presentador y sus concursantes. Desde luego, ese presupuesto se veía en pantalla: ya solo las conexiones por satélite tenían que costar una fortuna. Los programas se grababan en directo y se emitían a posteriori.

El programa que he vuelto a ver entero arranca con una sintonía tipo Vuelta Ciclista a España , obra de Azul y Negro , aquel dúo de tecno-pop. Escuchar esa música es como cruzar una de las puertas de «El Ministerio del Tiempo» : de repente, sin previo aviso, estás en los años 80. Después aparece Miguel sobre el terreno, junto a un lugareño y un fuego, ofreciendo todo tipo de detalles culturales y elogiando las propiedades del gingseng ¡en 1984! Un pionero. Una enciclopedia andante de todos los saberes. En ese momento, recordé algo que me contaron muchos años después, cuando tuve la suerte de cubrir la Ruta Quetzal como periodista y convivir durante una semana con Miguel y con sus hijos Iñigo y Rodrigo. Fue este último quien me detalló la educación privilegiada que recibieron de manos de este sabio, que cuando les tocaba estudiar el Renacimiento los llevaba a Florencia y se lo explicaba delante de Santa María del Fiore , y que si el tema era la Guerra Civil pues los montaba en un coche camino de Teruel para que Miguel narrase sobre el terreno aquella batalla de la aciaga temporada 1937/38.

Era una enciclopedia abierta el alma «A la caza del tesoro» . Lo recuerdo en la terraza de un bar de Extremadura, untándose el cuerpo con aceite de oliva, «como hacía Lola Flores ». O aquella mañana en Sevilla en la que nos dio una improvisada «conferencia» sobre enfermedades tropicales. También recuerdo el único día que lo vi de mal humor, y fue porque una asociación de jubilados le había concedido el premio «Mayor en acción», lo que lo indignó mucho, pues él no era mayor aunque estaba más cerca de los 80 que de los 70.

Contemplado hoy, cuando la madurez ha borrado la ingenuidad de la mirada adolescente, uno concluye que algo de guión tendría que haber en aquel concurso, en el sentido de que es de suponer que la aventura estaría bastante teledirigida hacia un final feliz. Pero entonces no veíamos ni la trampa ni el cartón, si es que los había. Veíamos una superproducción millonaria protagonizada por nuestro Indiana Jones particular. Y todos los niños, todos los adolescentes, queríamos ser como él. Como don Miguel de la Quadra-Salcedo .

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