Así se infiltró ABC en el casting de «OT 2020»

Un relato desde dentro de las pruebas del concurso de TVE

Manu Campillo

Ayer el despertador sonó antes de lo normal. Tocaba madrugar para presentarme a los cástings de «Operación Triunfo 2020» que se celebraron en Madrid. Dentro de la bolsa, un par de botellas de agua, una batería portátil y unos cuantos caramelos para la voz. Dentro de mí, ganas e ilusión. A la salida de la estación de Metro de Lago (Madrid), algo me decía que estaba cerca. Grupos de amigos a medias que esperaban al resto o familias intentando buscar el lugar donde tendría lugar la audición. Al llegar a las puertas del recinto, en torno a las 9.20 horas, una fila de más de 1.000 personas nos daba la bienvenida . Los primeros habían pasado la noche allí. Y todo para que Noemí Galera y el resto del equipo les atendiera. Tras 20 infinitos minutos recorriendo la fila en dirección inversa, se atisbaba el final de la misma. Allí me puse, y a esperar.

Avanzabas un poco, y esperabas. Media hora más, y seguías esperando. Detrás de mí, un grupo de jóvenes que bien parecían estar faltando a clase empezaron a cantar. Delante, una madre y su hija que habían llegado por la mañana desde Valencia. La joven no se pudo presentar en su ciudad por apenas 10 días, ya que era menor, y quiso probar suerte en la capital. Un miembro de la organización recorría la fila entregando números a los que nos presentamos . La madre valenciana tenía dudas de si cantar o no. En caso de negarse, debería dejar sola a su retoña en mitad de la fila. En caso contrario, podría acompañarla hasta el micrófono. Al decidirse por interpretar un tema, el miembro de la organización se sorprendió, aparentemente, por la edad de esta nueva candidata. Indignada, mostró su malestar por la falta de respeto del organizador durante lo que le quedaba de día.

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Operación triunfo

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Operación triunfo

Después de tres horas de espera, el frío empezó a hacer mella. Para colmo, comenzaba a llover —y eso que todavía no había cantado—, pero el final de la espera parecía estar cerca. Tras pasar el control de seguridad, creía que se acercaba el momento de cantar. Pero la sorpresa era que continuaba la fila, que avanzaba aun más despacio. Dos horas más, entre hambre, frío y dolores musculares varios, llegó el momento de firmar las autorizaciones y cesiones. Salvo las llaves de mi casa y el alma, todo lo demás pasó a ser propiedad de la productora.

Después de siete horas de esperas, llegó mi turno. La puerta del pabellón satélite de Madrid Arena se abría para dejarme pasar, junto a todo el talento de los que me rodeaban. Cuatro filas llenas de tensión, nervios, ilusiones y sueños que esperaban su turno ante una alfombra morada y dos huellas sobre las que colocarse. Al otro lado, una cámara, y bajo su objetivo, los encargados de decidir el futuro de los artistas nóveles. En mi caso, fue Ismael Agudo, responsable de Producción Musical de Gestmusic, el que valoraría mi voz.

En el suelo, restos de las uñas devoradas por los nervios. La fila avanzaba lenta pero casi ininterrumpidamente. Los jueces, sobre sus sillas, miraban intermitentemente a los candidatos. Con meros «otra» pedían cambios de registro, y con un escueto «gracias» se despedían. Los más afortunados lograban una pegatina negra, lo que les aseguraba poder continuar en la selección. Al resto, la puerta del pabellón.

Poco a poco, me fui agarrotando, y no le encontraba explicación. En comparación con el resto de artistas, no me jugaba nada. Sentía que no estaba preparado, y las ganas de darme la vuelta y huir iban aumentando. Intentaba respirar con tranquilidad, de forma profunda, mientras repetía mentalmente la letra del tema a cantar, intercambiándolo por mantras para relajarme que iban en vano. Las dudas empezaron a asaltarme, la letra se me olvidaba y volvía a mi cabeza a ratos. La fila continuaba sin detenerse y solo quedaba salir con la mejor de las sonrisas e intentar no pifiarla demasiado.

La madre valenciana estaba terminando su actuación, por lo que mi turno era palpable. Dejó el micrófono sobre un taburete, recogió sus pertenencias y se marchó. Agudo me señaló y me acerqué. Recorrí los metros de alfombra morada en pocos segundo. Deposité mis bártulos en el suelo, recogí el micrófono y saludé. Iba mentalizado con que no pasaría el corte , por lo que trataría de ser amable con el jurado para, al menos, resultar simpático. Con un temblor en las piernas que no sabía como lograban mantenerme en pie, escupí la primera nota. No escuchaba lo que hacía. No había altavoz ninguno, la sala estaba bastante insonorizada y, para colmo, otras tres deslumbrantes voces a mis lados se mezclaban en mis oídos. Yo sentí que estaba en un tono que no me correspondía, ni a mi voz ni al tema en cuestión. Agudo estaba sorprendido, no se si por la elección del tema —«Tan guapa», de La Oreja de Van Gogh— o por el horror que tenía que soportar.

Yo suspiraba, cerraba los ojos y deseaba que el bochorno fuera rápido e indoloro. Al ver la cara de circunstancias de Ismael Agudo, le hice un gesto negativo con mi cabeza, en señal de desaprobación. Al menos tuvo la gentileza de dejarme terminar la estrofa antes de, con una enorme sonrisa, darme el «gracias». Devolví el micrófono al taburete, recogí el abrigo y la mochila y, mientras seguía las flechas verdes que me dirigían a la salida, le devolví el agradecimiento por la oportunidad. Pero, a pesar del fracaso, continúo con mi sonrisa . No tengo otra cosa que ofrecer.

La puerta es la única que me recibe al salir del pabellón. No hay celebración, solo las caras largas de la mayoría de los que se han presentado en vano . Eran las 16.30 horas. A mi alrededor, exaspirantes que no habían tenido suerte. Algunos tenían los ojos llenos de lágrimas. Otros, estaban recibiendo el cariño de sus acompañantes. Tampoco habían tenido suerte. ¿Lo intentarán el próximo año? Quizás quieran probar suerte en otro concurso. Lo que tengo claro es que, si deseo presentarme en próximas ediciones, tendré que prepararme más y, sobre todo, no quedarme pequeño sobre el hueco para mis pies.

Ahora toca reposar lo vivido y aprender de ello. Y, sobre todo, admirar a las más de 2.000 personas que se presentaron para luchar por sus sueños a la selección en Madrid, última parada de un cásting que ya ha pasado por Barcelona, Las Palmas de Gran Canaria, Valencia, Palma de Mallorca, Málaga, Sevilla, Bilbao, y Santiago de Compostela.

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