'Apagón', el colapso pero menos

«En la serie, el apagón es visto como oportunidad, como reencuentro con lo elemental siguiendo el ejemplo de gitanos e inmigrantes»

Capítulo 3 de 'Apagón'
Hughes

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Tras la pandemia y justo antes del invierno de la crisis energética, se estrena ‘Apagón’ (Movistar+) , serie española en cinco episodios (como fases del duelo), por cinco directores distintos, sobre una tormenta solar que nos dejara sin electricidad.

El primer episodio ( Sorogoyen ) analiza la gestión de la crisis desde dentro, la difícil ponderación del riesgo por el técnico, el político y el experto que siempre habla en videollamada.

El segundo ( Raúl Arévalo ) es una visión de la crisis de un hospital regido por mujeres (los cuidados) donde el triaje es pulsión masculina.

En el tercero, de Isa Campo , una comunidad PAU con piscina se convierte en fortín-cárcel asediado por jóvenes un poco terroríficos al estilo Ibáñez Serrador, con alegoría de liberación generacional final.

El cuarto ( Alberto Rodríguez ), el mejor, de belleza extraordinaria, es la historia de un pastor (‘Acorralado’ en la sierra de Madrid) huyendo de los urbanitas que le quieren comer las cabras.

El quinto ( Isaki Lacuesta ) cierra el círculo con una forma de vida comunitaria y autosuficiente donde el rol se invierte y decide ella.

En general, el apagón es visto como oportunidad, como reencuentro con lo elemental siguiendo el ejemplo de gitanos e inmigrantes. La amenaza humana es la del hombre de la ciudad o el español agrario capataz-negrero. El apagón permite, por la vía de la desposesión, una liberación generacional, una nueva armonía con la naturaleza de la España interior y nuevas relaciones personales en las que la sensibilidad y amistad femenina es germen de rehumanización.

Basta comparar la serie con la reciente francesa ‘El colapso’ (Filmin), similar, sobre la catástrofe climática. En la francesa hay una oposición entre la población y una élite que se quiere salvar en islas protegidas; y el hombre es cruel sin excepciones. El colapso devuelve a un estado natural de bestialidad y violencia.

En España el ser humano es bueno en el fondo. Aunque no todos. El urbanita no lo es, es depredador, pero sí puede serlo la mujer y el inmigrante que viene en cayuco , que ya trae una ética y cultura del no tener.

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