GRAN HERMANO

De experimento a academia, 20 años de Gran Hermano

El programa es algo más que un formato. Cuando se estrenó, uno de sus pocos defensores fue el filósofo Gustavo Bueno. ¿Basura? «Todos somos basura»

Ismael Beiro, ganador de la primera edición de Gran Hermano
Hughes .

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Gran Hermano empezó como un experimento en el que acabamos entrando los demás. Todos mostramos ahora algo de nuestra intimidad, y hasta estamos confinados. Al principio, GH era una conmoción, luego fue como mirar una pecera, y ahora lo que pasa dentro es difícilmente distinguible de lo que pasa fuera.

Televisivamente es un clásico, un programa patriarca, origen de muchos: el Dúo (aunque a veces eran tres y a veces uno), el Vip (que le quitaba a la palabra cualquier rastro posible de elitismo), aquel Hotel Glam de culto que preludió los Vip, Supervivientes (GH con cocos), y hasta el Sálvame, que ha cogido algo de Gran Hermano de mesa camilla con más “vida en directo”.

El reality salió de la casa de Guadalix, donde se realizaba un experimento como de homínidos ( Mercedes Milá haría de Jane Goodall ) entre grandes medidas de seguridad y secretismo, se escapó como una sustancia que se descontrola y acaba invadiéndolo todo. No era un experimento, era el futuro. Por eso el programa es algo más que un formato. Cuando se estrenó, uno de sus pocos defensores fue el filósofo Gustavo Bueno. ¿Basura? “Todos somos basura”.

«Gran Hermano ha dejado su pequeño patrimonio»

GH nos ha adocenado, es indudable, pero porque nos ha entretenido. Seríamos mucho más cultos si todo ese tiempo, veinte años, lo hubiésemos dedicado a ver documentales de La2. Con todo, Gran Hermano ha dejado su pequeño patrimonio. Palabras como nominar, confesionario, edredoning o hacer carpeta.

Frases como el bíblico “quién me pone la pierna encima” , “Aquí todo se magnifica” o “p’a chulo, chulo... mi pirulo”. No es el 27, pero en el acervo quedan. Gran Hermano llevó a la tele lo que éramos y sobre todo lo que seríamos, rompiendo cualquier esquema de ejemplaridad. ¿Vulgar? Gustavo Bueno volvía a responder: como la democracia. Si no nos gusta GH, tenemos un problema, y si es así, no lo genera el programa, en todo caso lo revela.

¿Por qué siempre se acaba hablando de estas cosas con GH?. Desde el principio tuvo que justificarse con una “responsabilidad social” siendo solo un producto televisivo. Como tal cumple, y hasta ha sido cantera de personajes. Desde Kiko Hernández a Chiqui pasando por El Yoyas. Es como el Colaboradors Studio, una Academia. ¿De qué? No se sabe muy bien, quizás de naturalidad. La gran virtud es “ser uno mismo” y el gran defecto, lo imperdonable, es “ser falso” y “hacerse la victima”. La explotación del victimismo se considera el camino más fácil para ganar el concurso , así que al final se produce una competición en la que, como en una recta de salida, todos luchan sibilinamente por ganarse el derecho a esgrimir el más genuino victimismo. ¿No es así la vida ahora? A veces, GH anticipa la realidad, se olisquean allí cosas que luego sorprenden en otros ámbitos.

Un ajedrez humano hecho de putadas. Un parchís de puñaladas traperas

De experimento sociológico pasó a ser un concurso, eso sí, un concurso-río que cruzaba Telecinco desde Ana Rosa hasta las galas. Un ajedrez humano hecho de putadas. Un parchís de puñaladas traperas. Todo se hizo menos fresco y más psicológico. El ojo que todo lo veía se acabó convirtiendo en el oído que todo lo escuchaba, “El Súper”, sometido a las más grandes turras. Pasó de ojo a oreja orwelliana con la apogeo de la queja, el lloriqueo y el “yolovalgo”. El confesionario anticipó las stories de instagram. Casito, súper, casito. Nada de eso nos sorprende ya.

El concurso ha acabado siendo un género muy específico para un público que sabe lo que quiere. Nadie entiende bien qué hace que el espectador simpatice con uno de los concursantes, pero una vez escogido, lo sigue como se sigue al caballo en las carreras. Y ese público fiel defiende la “pureza” del concurso , cada vez más sacrificada en el altar de la cadena y de Sálvame, el otro programa-río que todo lo fagocita (hasta llegó a organizar un GH de fin de semana, minimizando el formato, subordinándolo). Puede extrañar, pero hay auténticos puristas, puristas operísticos del GH, y el programa es una forma extraña de hacer comunidad.

Ahora que todo se parece tanto al Gran Hermano, y que los friquis televisivos no son apariciones que saludamos como delfines, sino la norma, ¿qué puede aportarnos ya? Hartos de telerrealidad, de gente montando el número, estando todo tan visto y con todo el exhibicionismo a nuestro alcance en las redes sociales, ¿qué nos ofrece ya? O dicho con un verbo muy de GH, ¿qué nos aporta? Unas reglas, unas costumbres, incluso una forma de deportividad, como un canódromo que reconocemos: discutir vergonzosamente por la comida, el despelleje fumando el cigarro , nominarse a traición tras el insincero “tú eres una de las personas que más me aportan aquí”... Puede que, como en las series de terror, al final la casa también se haya convertido en personaje. Incluso vacía, si emitiesen una señal en directo, muchos miraríamos absortos esperando que apareciese un soplo de vida , aunque fuera en sus formas más vulgares. Sobre todo si fuera en sus formas más vulgares.

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