'La casa del dragón'

Más dragones, menos sexo y misma violencia

La precuela de ‘Juego de tronos’, que se estrena este lunes en HBO, nos presenta una historia de sucesión dinástica llena de intrigas, violencias y traiciones

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Rhaenyra Targaryen, con su padre al fondo en el primer episodio de ‘La casa del dragón’
Bruno Pardo Porto

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Al final del primer capítulo de ‘ La casa del dragón ’, Viserys, el rey, un Targaryen rubísimo pero viejo, resume con una sola frase su drama personal, que es también el de Poniente y tal vez el de la humanidad misma: «El trono de hierro es el sitio más peligroso de la Tierra». Se lo dice a su hija, Rhaenyra, por supuesto rubísima, que lo escucha y entiende que su padre es un hombre tan poderoso como frágil, y que esa es la condena de toda dinastía: una vida bajo amenaza, una presión en el pecho. No por nada gobiernan desde un asiento hecho de espadas, es decir, de sangre forjada en hierro, un símbolo que recuerda a súbditos y mandatarios que la Historia se escribe con violencia.

La precuela de ‘Juego de tronos’, que se estrena este lunes en HBO, transcurre doscientos años antes de su matriz, aunque en dos siglos el mundo no cambia demasiado: las cosas ya estaban mal en el pasado. El monarca está tocado, y la sombra de la sucesión lo enturbia todo, hasta su herida. Ahí arrancamos. Los hilos comienzan a moverse en palacio, un lugar oscuro donde las miradas son como puñales y los puñales vienen con palabras: las intrigas, los diálogos, tienen algo de teatral, pero es que el palacio, como el Congreso, es un teatro. Ryan Condal, cocreador de la serie, se ha apresurado a explicar que estamos ante un drama familiar shakespeariano, y varios actores le han colgado el adjetivo de maquiavélico: tiene mucho que ver con ‘Succession’, sí, solo que aquí los helicópteros escupen fuego.

Es gracioso volver ahora los inicios de ‘Juego de tronos’, una serie que, según pasaban las temporadas y el público crecía, mostraba menos desnudos. En ‘La casa del dragón’ impera también esa moral extraña según la cual no hay ningún problema en filmar una cabeza humana recién cortada rodando por el suelo, pero sí en mostrar los pechos de una mujer. Así ocurre, al menos, en los dos primeros episodios: nos enseñan a una embarazada a la que le practican una cesárea sin anestesia y contra su voluntad, un salvajismo ante el que es difícil no cerrar los ojos, pero en el prostíbulo el plano se tira con una geometría perfecta para tapar la piel. Y Rigoberta Bandini no fue a Eurovisión...

Dragones hay muchos, muchísimos. Cada uno con su color, con su rugido. De hecho, lo primero que aparece en la pantalla, si obviamos el prólogo, es a Rhaenyra montando un dragón majestuoso, entre amarillo y dorado. La estampa, inevitablemente, invoca a Daenerys, aquella mujer que pasó de mito revolucionario a sanguinaria en una evolución no tan ajena a nuestra especie... «Cuando miras a los dragones, ¿qué ves?», le pregunta Viserys a Rhaenyra. «Supongo que nos veo a nosotros. La gente dice que los Targaryen estamos más cerca de los dioses que de los hombres, pero eso es por los dragones». Él asiente: «La idea de que podemos controlar a los dragones es una ilusión. (...) Cualquier Targaryen tiene que entender esto para ser rey. O reina». Así que en el poder todo es frágil. Menos los dragones, que llevan un incendio dentro.

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