«La trinchera infinita»: el miedo de los hombres topo en los ojos de Antonio de la Torre

La cinta se sumerge en el dolor de Higinio, un republicano que se empareda en su propia casa para evitar ser fusilado, y en el de su mujer, que sufre una doble condena

Antonio de la Torre en «La trinchera infinita»
Fernando Muñoz

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De San Sebastián a Zahara de la Sierra, en Cádiz, hay 1.011 kilómetros que atraviesan España como una cremallera. Y ahí, en el norte, los directores Jon Garaño, Aitor Arregi, José Mari Goenaga concibieron « La trinchera infinita » para que abajo, en el sur, Antonio de la Torre diera forma al acento y a los modos rurales de Higinio, el «hombre topo» que retrata el filme. Una historia que arranca en la Guerra Civil y que mantiene al protagonista en un encierro casero de 33 años para evitar ser fusilado. Allí, en el interior de la casa de un « Macondo andaluz », en palabras de los cineastas, el matrimonio formado por Higinio y Rosa apuntala como puede unas vidas que el conflicto dejó en ruinas.

El zulo casero en el que Higinio malvive da un nuevo significado al dicho de «pueblo pequeño, infierno grande». También para Rosa, víctima colateral, que cuando sale a la calle, o cuando con los años logra montar un negocio como modista, debe mantener la mentira de que su marido nunca volvió del frente. Viuda de posguerra en la calle y, en casa, mujer con aspiraciones vitales como ser madre, y otras más banales como poder ver el mar por primera vez de mano de su marido. Dolores que se enquistan en el alma pero tan visibles en el rostro de Rosa ( Belén Cuesta ) como en el cuerpo emparedado tras el muro del salón de Higinio ( Antonio de la Torre ).

«No conocía la historia de los hombres topo, pero vi un documental sobre el topo de Mijas y dije: aquí hay una historia para hacer una alegoría sobre el miedo y cómo te puede condicionar la vida», desgrana el director José Mari Goenaga. Porque como insisten cada poco tiempo durante la entrevista, ser víctima no te convierte en héroe, por eso el huido no termina como un combatiente ni como un revolucionario, sino como un hombre temeroso hasta de los rayos del sol.

Un conflicto sin fin

De alegorías como la antes mencionada, de metáforas, de poesía visual… está cargado el cine de los creadores de «Loreak» y «Handia», que ahora dan un salto. La sencilla pero radiante belleza de «Loreak» y la producción cargada de fantasía de «Handia» se condensan en las más de dos horas de «La trinchera infinita». Una poesía que llega hasta el título, con tanta carga como el propio guion. «Hay algo de esa trinchera que sigue siendo infinita hasta nuestros días. Alude también a que los conflictos, no solo en España, no acaban, se transforman. Lo que ocurre en un momento es consecuencia de lo anterior, y al final como que nos empeñamos en que las cosas tienen que acabar, y eso va en contra de la condición humana. El “The end” es para el cine», describe Goenaga.

Menos poético y más pragmático es Antonio de la Torre, que como «hombre topo» vuelve a dejar sus credenciales para una nueva nominación al Goya. Igual que Belén Cuesta, que en su primer papel dramático demuestra que por fin puede levantar un cabezón tras dos nominaciones en las comedias «La llamada» y «Kiki, el amor se hace».

La importancia de la mirada

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La trinchera infinita

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La trinchera infinita

Al final, y sin caer en un «spoiler» que tampoco descubriría ningún giro insospechado, la presencia de nuevas miradas en la casa-trinchera sirve para mostrar cómo la sociedad cambia con el paso de los años: «Nos interesaba alguien que no vivió el conflicto, alguien como nosotros, que entre comillas lo hemos heredado, y ver cómo vive esa situación, una que no comprende. Ese personaje apela a nuestra generación, a la desorientación de ver cómo desciframos ciertas cosas cuando hasta los historiadores tienen mil teorías diferentes», explica el trío de cineastas. «Estuvimos cuidando mucho el tema de intentar que cada personaje tuviera sus razones, no poner a unos como villanos y a otros como héroes. Toda persona tiene sus razones para hacer lo que hace, puedes estar de acuerdo o no con ello, y eso se refleja en la narración», sentencian. Porque al final, como en todos los pueblo pequeños, todo el mundo sabe el infierno que pasan su vecinos.

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