Daniel Craig deja el traje de James Bond lleno de humanidad

El actor británico se despide del agente 007 en 'Sin tiempo para morir'

Daniel Craig y Ana de Armas en 'Sin tiempo para morir'
Oti Rodríguez Marchante

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Aunque esté pervertida por el uso, pues sirve igual para un movimiento artístico que una mandarina o una tendencia de moda, la expresión fin de ciclo es la que corresponde certeramente a este James Bond , el último que tendrá a Daniel Craig de protagonista. Un ciclo que ha cambiado visiblemente al personaje en sustancia y maneras, que comenzó en 2006 con 'Casino Royale', que alcanzó su cima en 2012 con 'Skyfall' y que termina de modo coherente y fiel a las transformaciones que Craig le ha impuesto a la naturaleza y alma del personaje en 'Sin tiempo para morir' . Lo que haya a partir de ahora en el interior del traje de James Bond, sea del sexo que sea y tenga el color que tenga, no puede considerarse de otro modo que un principio de ciclo.

Antes de entrar a los elegantes y espectaculares salones de 'Sin tiempo para morir', nos detenemos en el 'office', donde se preparan los ingredientes que luego se servirán a la mesa. Sabemos por la casi treintena de películas de la serie (que comenzó en 1962 con la insuperable 'Agente 007 contra el Dr. No' y el difícil de superar Sean Connery), que James Bond no solo está al servicio de Su Majestad sino también al de los aires y aromas de su época , y que de sus aventuras rezuma el poso, pensamiento, maneras y moral que ventilan el mundo: de los libérrimos y osados años sesenta, a la 'honesta' y sentenciosa década que vivimos. O por decirlo de otro modo: del canalla frívolo, ingenioso, libertino y molón que interpretó Sean Connery, al tipo serio, frío, romántico y torturado con su origen y memoria que es ahora tras la composición que ha hecho en sus cinco películas Daniel Craig, y que se toma un dry martini por compromiso. Entre ellos dos, los tiempos modelaron otro tipo de James Bond, el flemático y despreocupado Roger Moore que anunciaba el fin de la Guerra Fría y atisbaba el fin de la belicosidad caliente, y el pasmado y atractivo Pierce Brosnan como símbolo del cambio de siglo, de milenio, de mirada golosa, o lo que sea.

Esos cambios sustanciales de la serie no solo se aprecian en su protagonista, sino también en sus antagonistas, los villanos, y en las llamadas 'chicas Bond' (también en la trastienda de los Servicios de Inteligencia y en los 'gadget' y artilugios), pero no es cuestión de ponerse a distinguir, sin ofender, entre Donald Pleasence, Christopher Lee, Brandauer, y los últimos, Christoph Waltz o Rami Malek, y mucho menos entre Ursula Andress o Carole Bouquet y Léa Seydoux y Olga Kurylenko, con nuevos superpoderes y 'gadget' como para quitarle toda la tontería al machirulo caduco que fue Bond .

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Sin tiempo para morir

Sin tiempo para morir

Y así comienza esta última de James Bond, con la reforma de lo que era tradición: nada de una primera escena llena de acción y violencia, generalmente la más espectacular de la película, sino con el panorama tranquilo y romántico de un exagente 007 junto con la inquietante Madeleine Swan, Léa Seudoux, que le da continuidad temporal y sentimental a la entrega anterior, 'Spectre'. Un apunte: 'Sin tiempo para morir' se debía haber estrenado hace un par de años, pero la irrupción de la pandemia lo retrasó hasta hoy, lo cual convierte en (mal) presagio el hecho de que el 'macguffin' de la trama (tramada con anterioridad) consista en la propagación calculada de una enfermedad letal y de manipulación genética en laboratorios clandestinos. Alfalfa para conspiranoicos.

A los ingredientes habituales de las viejas películas de Bond, es decir, a la aventura, la amenaza global, los escenarios exóticos, la acción imparable e inverosímil y la personalidad exuberante y audaz del personaje frente a la ideología contraria y al sexo contrario, esta película le añade, como en las anteriores de Craig, enormes dosis de complejidad interior, de carácter contradictorio, de pasado descompuesto, de pasiones, sensibilidades y delicadezas de un James Bond algo folletinesco, enamorado hasta las cachas de Vesper Lynd (Eva Green) en la primera mitad de su ciclo y de Madeleine Swan (Léa Seydoux) en la segunda y final. Habría que ver la curvatura de ceja de Roger Moore, a mitad de los ochenta, ante la cantidad de alma y emoción que cabía dentro del traje de su Bond.

El director, Cary Joji Fukunaga (para entendernos, el que hizo la primera temporada de 'True detective'), se ha tomado mucho tiempo y espacio para hacer una puesta en escena atiborrada de lujo, espectáculo y acción repartida por el mundo, y además ha jugado con picardía y gracia sobre el futuro del personaje (la actriz negra Lashana Lynch ejerce en la película como nueva 007). Hay grandes sorpresas y giros en la historia, algunos de ellos cruciales e irreproducibles aquí, pero lo mejor de todo es la aparición de Ana de Armas, impresionante y divertida en el tramo (sin duda corto) de la parada en Cuba. También se hace corta la presencia y embalaje de Rami Malek como villano, brillante, repelente y tóxico, y que hubiera dado más juego a aquel lejano Bond con licencia para matar, ahora en época de papeleos y prórroga.

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