Muere Robert Evans, el padrino en la sombra del Nuevo Hollywood

Con 36 años se convirtió en el estandarte de la productora Paramount, desde la que impulsó obras maestras como «Chinatown» (1974) o «El padrino» (1972)

Robert Evans posa con su estrella del paseo de la fama en una imagen de archivo de 2002 Reuters
Fernando Muñoz

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Robert Evans se «jubiló» el pasado mes de julio. Tenía 89 años y, tras casi 45 de carrera como productor en Paramount, se alejó definitivamente de la industria del cine. Apenas tres meses después de su retiro, fallecía entre los recuerdos de sus grandes proyectos. El hombre que en los sesenta y los setenta ayudó a construir el Nuevo Hollywood detrás de los focos, que participó activamente de obras maestras como « Chinatown » (1974), « El padrino » (1972) o « Marathon Man » (1976) se definía así en una entrevista en «The Guardian» de 2012: «Sigo vivo. Hay personas que tienen casas más grandes, barcos más grandes. Pero no me importa eso. Nadie tiene sueños más grandes que yo».

Una forma de ver el mundo que le hizo alcanzar la cima como jefe de producción de Paramount con 36 años. Durante su carrera, cada película que produjo dio beneficios para la compañía, según datos de Variety. Desde lo alto de una de las grandes «majors» de Hollywood ayudó a modelar los cambios de una industria en la que prontó se convirtió en figura indiscutible. Su momento dorado ocurrió en la gala de los Oscar de 1975, donde sus películas acapararon 43 nominaciones. «Chinatown», «El padrino. Parte II» y «La conversación», todas bajo su sello, compitieron en la categoría de Mejor película.

De la cima a la cárcel

Su éxito profesional contrastó con su vida salvaje y frenética . Se casó siete veces, y ninguna pareja le soportó más de cuatro años. Aunque el récord lo tiene la actriz y aristócrata Catherine Oxenberg, que logró anular el matrimonio a los nueve días de celebrarse. Su lista de amantes tiene tantas estrellas como su filmografía. Por ahí desfilaron Ava Gardner, Lana Turner, Grace Kelly, Cheryl Tiegs, Raquel Welch o Margaux Hemingway. Tampoco fue fácil convivir con él dentro de los rodajes. Con su amigo Francis Ford Coppola acabaron a gritos y amenazas en más de una ocasión, siendo el rodaje de «The Cotton Club» (1980) (un infierno que casi les cuesta la carrera y que le costó la vida a Roy Radin, uno de los socios de Evans), la gran alegoría de su relación y de lo que viviría en la época que se inauguraba ante sus ojos.

El arranque de los ochenta abrió la puerta de su etapa más oscura. Las adicciones y la depresión le sumieron en un torbellino que le alejó del celuloide. «Mi vida en los ochenta pasó de estar en la realeza a la infamia» , confesaría años más tarde. Tenía cincuenta años cuando entró en prisión por posesión de cocaína. No dejaba de consumir ni en las reuniones con los ejecutivos de la compañía, donde disimulaba para frotar la sustancia por sus encías.

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Chinatown

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No fue hasta los noventa que volvió a encender los focos de su carrera, aunque ni él ni la industria eran los mismos. Algo que se evidencia en su primera película al regresar a Paramount, « Los dos Jakes » (1990), la secuela de «Chinatown» que dirigió su más íntimo amigo, Jack Nicholson, y que culminó con unas críticas destructivas. Un tanto perdido, pero siempre ligado a la «major», apostó por thrillers eróticos que no pasarán a la historia pero que fueron rentables.

Ya en el siglo XXI volvería por sus fueros con un taquillazo gracias a «Cómo perder a un chico en 10 días», que recaudó más de 170 millones en todo el mundo.

En el nuevo milenio, Robert Evans se dedicó a construir el mito en torno a él que hoy todavía le acompaña. Su autobiografía «The Kid Stays in the Picture» saltó a la gran pantalla en forma de documental con «El chico que conquistó Hollywood». Una cinta en la que todos prestaron su rostro, desde Francis Ford Coppola a Dustin Hoffman, excepto el propio Evans. El título del libro, cuenta «The Guardian», se refiere a una anécdota que revela el carácter de Robert Evans. Antes de ser productor, Evans probó suerte como actor. Aunque carecía del carisma y el talento frente a la cámara que le sobraba en los despachos. Así que en 1957, mientras formaba parte del elenco de la adaptación de «Fiesta», de Ernest Hemingway, la mayoría de sus compañeros, incluyendo el famoso escritor, exigieron al productor, Darryl F Zanuck, despedir a Evans. El productor fue tajante: «El chico se queda». Como respuesta, Evans saldría años después con la nieta del escritor, Margaux Hemingway, a la que en público llamaba «Venganza» Hemingway.

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