«Madame Curie»: Un mito radiactivo dentro y fuera del laboratorio

Marjane Satrapi, que filmó «Persépolis», retrata las aristas de la doble premio Nobel

Rosamund Pike interpreta a Marie Curie en la película de Marjane Satrapi
Fernando Muñoz

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Marie Curie ya era «pop» cuando lo «pop» ni siquiera existía. En 1904, en ciudades como Chicago o Nueva York se puso de moda un musical, «The radium dance: Piff-paff-pouf», con el atractivo de que los bailarines llevaban trajes que brillaban en la oscuridad. Era, en realidad, un espectáculo inspirado en Marie y Pierre Curie. La cara de asombro que la Nobel de Física pone cuando se entera da para cuadro de Andy Warhol. Todo se cuenta en «Madame Curie» , la película protagonizada por Rosamund Pike que llega este viernes a los cines y que funciona como una radiografía del icono en el que se revela a la Marie más cotidiana, reivindicativa y genial. Porque genio tenía mucho. Genio para descubrir dos nuevos elementos químicos y para enfrentarse a una sociedad que la arrinconaba por mujer e inmigrante.

«Ella no era amable porque era un genio, y como tal no tenía tiempo para perderlo pensando si le cae bien a los demás», resume la directora, Marjane Satrapi, que bebe directamente de la biografía convertida en novela gráfica «Radioactive. Marie And Pierre Curie . A Tale Of Love And Fallout». No en vano, la cineasta se destapó hace ya una década con la cinta de animación «Persépolis». Aunque aquí cede todo el protagonismo a Rosamund Pike, la actriz que da vida a la científica.

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Madame Curie

Madame Curie

«Quería acercarme de una manera diferente a la figura de Marie Curie –apunta la creadora franco-iraní– porque todos conocemos la historia de sus descubrimientos y hemos visto alguna de las películas sobre ella». Y la novedad la encuentra en los puntos más grises detrás del «mito» con el que asegura haberse criado. «Ella demuestra con sus actos que es mejor actuar que hablar. Esa es su gran enseñanza», reflexiona.

Zonas grises

Marjane Satrapi no elude el «affaire» amoroso de Curie con el que fuera su ayudante, ni ignora cómo ella tuvo que tirar de soberbia y malas maneras para enfrentarse a una sociedad que primero quiso negarle su trabajo y que, al final, tras elevarla a símbolo nacional con los dos premios Nobel, comenzó a acosarla por «extranjera» cuando la gente que trabajaba para ella enfermó por culpa del polonio y del radio. En eso se siente un poco identificada. «Mi cerebro es francés y mi corazón iraní», dice la cineasta, que no es especialmente admirada por el régimen de los ayatolás. Por eso quiere «sacar a la luz» la parte más desconocida de Curie.

«Cada vez que se habla de una mujer como ella lo primero que se dice es cómo era como madre. Pues ella no era una buena madre y no pasaba nada . Era una gran científica y la musa de Pierre, igual que Pierre era un gran científico e inspiraba a Marie. Se complementaban, y su relación le define más que sus esfuerzos como madre o que decir que ella, además de una gran científica, también cocinaba galletitas a sus hijos. Porque eso no es verdad», sentencia la directora, la segunda mujer que se acerca desde la gran pantalla a la científica. Antes lo hizo Marie Noëlle con «Marie Curie» (2016). Y antes, cuando ver a una mujer detrás de la cámara era tan difícil como verla en un laboratorio, lo hizo Mervyn LeRoy, que ayudó a construir la leyenda con «Madame Curie» (1943), que tuvo siete nominaciones al Oscar. «Ser mujer u hombre no cambia la perspectiva a la hora de retratar a un referente como Curie», concluye.

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