25 años de «Toy Story»: El día que la animación dejó de ser un juego de niños

Fue la primera película animada por ordenador y pionera en conquistar a padres e hijos

Julián de Velasco
Lucía M. Cabanelas

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El éxito llegó después de dos fracasos y gracias a unos ordenadores. Steve Jobs y John Lasseter convirtieron la decepción en creatividad, y cambiaron el mundo igual que antes que ellos lo hizo el cine en color o el sonoro. El fundador de Apple puso el dinero y la fe, el animador, el talento y el ingenio. Unieron fuerzas y levantaron un imperio, Pixar , que revolucionó la animación cuando nadie, ni siquiera Disney, apostaba por ellos. Fueron muchas horas de trabajo sin descanso, discusiones propias de titanes y remiendos dignos del juguete más viejo, pero al final todo salió. Acosados por las deudas y tras miles de visionados en «una sala oscura y sin ventanas pero con sillones viejos como recogidos de la calle», nació «Toy Story», el primer largometraje animado por ordenador . El resto ya es historia.

Después del Oscar del cortometraje «Tin Toy» y ante el potencial del nuevo proyecto, todavía en pañales, a la factoría de Mickey Mouse le entraron los remordimientos y tendió la mano. No habían sabido apreciar la genialidad de Lasseter y recularon. Pixar recogió el capote y firmaron en 1991 un acuerdo que ni siquiera les cedía el control creativo durante la producción. Necesitaban el dinero, por eso rubricaron. El error pronto se hizo evidente; estaban más perdidos que un juguete que se cree astronauta. Las primeras versiones del guión, supervisadas por Disney , distaban mucho de lo que sería la película. Querían un musical al estilo de «La sirenita» , pero se negaron, y terminó siendo Randy Newman quien hizo la banda sonora, con canciones eternas como «Hay un amigo en mí». Los protagonistas iban a ser un muñeco de hojalata y un ventrílocuo; Woody sería el villano. «Woody es un imbécil», bramó el entonces mandamás de Disney, Jeffrey Katzenberg. La proyección fue tal despropósito que la llamaron el «viernes negro».

Al final, resolvieron el problema devolviendo el control creativo a Lasseter y su equipo. Tenían dos semanas de margen y Jobs financió los gastos de su propio bolsillo. Se reescribió el guión, Woody se puso la chapa de sheriff y consiguió convertir a Tom Hanks, tan solo con su voz, en vaquero sin pisar el plató de un wéstern . Apareció Buzz Lightyear, que por alguna extraña decisión iba llamarse Lunar Larry o Tempus of Morph antes de que su nombre sirviera de homenaje al astronauta Buzz Aldrin. Casi le da vida Billy Crystal, pero rechazó el proyecto y la voz del héroe astronauta recayó en Tim Allen. Durante mucho tiempo se lamentó el cómico por su escasa visión y se cansó de pedir perdón a los responsables, que terminaron apiadándose del actor y le dejaron poner voz años después a Mike Wazowski en «Monstruos, S.A.».

Las cosas empezaban a encarrilarse. Contrataron a varios guionistas, entre los que se encontraba Joss Whedon («Vengadores»), y se reclutó a un nuevo ejército de plástico, como Rex o la pastora Bo Beep, para presentar batalla a Sid y a quienes osaran atentar contra los juguetes de Andy. Unos juguetes que han conquistado a varias generaciones, de caja en caja, durmiendo en armarios y cambiando de manos. Que se han roto brazos y piernas pero, cuando nadie los ve, un cuarto de siglo después, todavía cobran vida para emprender nuevas aventuras. Incansables de vida en una segunda película, una tercera... e incluso una cuarta, fieles siempre a la misma premisa: «¡Hasta el infinito... y más allá!» .

La película, en la que trabajaron 110 personas frente a las 800 de «El rey león», rompió con la animación tradicional y revolucionó la forma de hacer cine, tanto desde el punto de vista visual como artístico, en una hazaña comparable a la que Walt Disney emprendió 58 años antes con «Blancanieves y los siete enanitos» . «Toy Story» fue el mayor éxito de taquilla de 1995 , recaudando 341 millones de euros en todo el mundo. Superó a «Jungla de cristal: La venganza» e incluso a la gran apuesta de Disney, «Pocahontas», con la que se embolsaron 50 millones menos. Obtuvo, además, tres nominaciones a los Oscar y una estatuilla dorada especial para John Lasseter por sus méritos técnicos. La primera de las 16 que acumulan. «Demostraron que la animación no tenía límites, rompieron barreras contando grandes historias» , explica el productor de animación Manuel Cristóbal. «Supuso un antes y un después en todo el mundo y también en España. Aquí influyó en el equipo de “El bosque animado”, que en 2001 estrenó la primera película de Europa en animación por ordenador», cuenta.

Dos historias en una

«Toy Story» hizo que el mundo, y sobre todo el resto de estudios, dejaran de ver la animación como un género secundario. Su frescura narrativa y su capacidad para emocionar les hizo soñar, como a varias generaciones de niños y a sus padres, que por fin podían disfrutar juntos de un filme que se tomaba en serio al público de todas las edades. «Las buenas películas de Pixar son dos historias en una. Tú las miras a la vez que tus hijos, pero cada uno está viendo una cosa diferente », asegura Antonio Santo, director de Jaleo Media, orgulloso de que por fin un estudio no solo respetase la inteligencia de los niños, sino también sus sentimientos. «Las películas de Pixar les dicen que crecer da miedo y es normal estar triste («Del revés»), que los padres no siempre tenemos razón y a veces hacen bien en plantarse («Brave»), que las personas no somos islas, y los mayores a veces necesitamos que nos salven de nosotros mismos («Up»)... Y, a veces, todo hay que decirlo, son un poco tramposillas y van a clavarte el puñal donde saben que duele. ¡«Coco» es una película fantástica, pero va a mala leche a hacer llorar!», valora Santo.

Él recuerda lo que sintió al salir del cine después de ver las aventuras de estos juguetes animados, su agilidad de movimientos y su expresividad, «salí fascinado», pero también cómo fue la experiencia de verla de nuevo junto a su hija. «¡Casi la estaba mirando más a ella que a la película! Hacía muchísimo tiempo que no volvía a verla y no estaba seguro de que hubiera envejecido bien; pero ha aguantado muy bien el paso del tiempo, incluso técnicamente», cuenta. «Conectó con ella muy rápido. Al fin y al cabo, qué hay más natural con cinco años que personificar a tus juguetes favoritos : era una continuación más de sus propias aventuras», rememora. De las de la niña, pero también de las del padre. «Tienes muchas emociones agitándose: me acordé de cuando la vi, y por supuesto me hizo ilusión que la disfrutara igual que yo; pero también pensé mucho en mi padre, que fue quien me llevó al cine y la vio conmigo».

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