Crítica de 'Primavera en Beechwood': Dramas contenidos entre suntuosos continentes

Delicada, sensible y con todos esos ingredientes británicos para el cine de época, grandes casas y grandes dramas, a lo Downton Abbey

Odessa Young y Josh O'Connor en 'Primavera en Beechwood'
Oti Rodríguez Marchante

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Delicada, sensible y con todos esos ingredientes británicos para el cine de época, grandes casas y grandes dramas, a lo Downton Abbey , esta película esconde claves y referencias a Virginia Wolf y a Shakespeare mediante el trágico personaje de Ofelia. Quien narra la historia es una escritora, aunque cuenta de sí misma su pasado como chica de servicio en la mansión de los Niven y su tórrida aventura amorosa con uno de sus vecinos y heredero de una aristocrática familia. Lo sustancial del relato transcurre en un día, el día festivo al que alude el título original, 'Mothering Sunday' (algo así como el Día de la Madre), y en el encuentro entre los dos amantes, solos en la mansión, mientras que las familias lo celebran en una elegante comida campestre.

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La directora, Eva Husson , organiza todos los preparativos del drama con ese habitual gusto y paladeo del cine británico para los decorados, los vestuarios, los detalles nimios pero que van situando a los personajes dentro de su carácter y que permiten entrever los más diversos conflictos y traumas entre esos exteriores de boato, flema y buenas maneras. Odessa Young y Josh O'Connor , los actores que interpretan a la pareja, transmiten comodidad y clase de clase (o sea, cada uno de la suya) en su 'desvestuario', que no todo van a ser elegantes vestidos, en esos largos momentos de su intimidad sexual en los que se entienden los sentimientos y las pulsiones que los empujan al uno hacia el otro. Y en el contraplano de esto, que es lo esencial, actores como Colin Firth o como Olivia Colman ponen las gotas de amargura en esas familias que sobrellevan en silencio y carcasa el dolor de haber perdido a varios de sus hijos en la Gran Guerra.

'Primavera en Beechwood' tiene un envoltorio magnífico y una latente y latiente sensibilidad, aunque esa serenidad fría (lo que llamamos flema) le impida explosionar las amarguras e infelicidades que contiene. Se llora poco, por decirlo de algún modo.

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