Crítica de «Little Joe»: Aspirar a la felicidad

«La trama está plagada de finura psicológica y de elementos de género que animan la intriga, un poco al estilo de invasiones de ultracuerpos»

Escena de Little Joe
Oti Rodríguez Marchante

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Little Joe

Se supone que es un buen momento para ver una fábula moralista sobre la biogenética, la creación de nuevas especies y esa frialdad de cámara industrial de los laboratorios. Y un poco de todo esto es de lo que habla «Little Joe», una película de la austriaca Jessica Hausner («Lourdes»), aunque referida a la creación de una flor cuyas emanaciones deben de producir felicidad. La protagonista es una mujer, madre soltera, que trabaja de científica en la empresa que investiga esa nueva planta y sus propiedades extraordinarias en el ser humano con nariz. El hijo de la protagonista se llama Joe, y ella, saltándose las normas, le regala una de esas plantas mágicas a la que deciden llamar «Little Joe»…

La trama está plagada de finura psicológica y de elementos de género que animan la intriga, un poco al estilo de invasiones de ultracuerpos, pero la directora mantiene su historia en un territorio más metafórico y más dentro de casa por su sofisticada puesta en escena y por su deseo que lo alegórico no trascienda lo familiar y lo laboral. O sea, el terror no es su objetivo ni que tengamos reparos a ponernos una flor en el ojal, sino, quizá, a que se reflexione un poco sobre el concepto felicidad en el tiempo de los antidepresivos o sobre si los guantes de látex sirven para acariciar a un hijo… En fin, que tiene cierto recorrido aunque no llega tan lejos como su clínica directora pretende y recalca .

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