Crítica de 'El hombre del sótano': Negacionistas, antivacunas, prorrusos
El director francés Philippe Le Guay ha cogido casi todos los ingredientes de la ensalada social y moral de nuestro tiempo y la sirve en una bandeja con bordes de drama y toques de thriller psicológico
El director francés Philippe Le Guay ha cogido casi todos los ingredientes de la ensalada social y moral de nuestro tiempo y la sirve en una bandeja con bordes de drama y toques de thriller psicológico. El mundo en una casa de vecinos, en la que una pareja vende un sótano trastero inhabitable a un tipo peculiar, con apariencia corriente pero con ideas y comportamiento intolerables para los vecinos. El rasgo más definitorio del personaje es que es 'negacionista', es decir que sostiene la inverosimilitud del Holocausto judío, además de algún otro amasijo ideológico que crispa e incomoda a la vecindad, con lo que la pareja vendedora emprende una cruzada personal y judicial para echarlo de la casa.
Ficha completa
La construcción de los personajes, tanto de la pareja y vecinos como del propio inquilino indeseable, le permite a esta historia tratar a la vez la esencia de dos asuntos que chocan, la libertad de pensamiento y la intolerancia, y el 'negacionista' podría ser 'antivacunas' o 'prorruso'. Por un lado, el personaje 'incorrecto', que interpreta con enorme solvencia François Cluzet, no esconde sus ideas pero las defiende con su derecho a cuestionar las verdades oficiales y su personal visión del mundo (el guion y la cámara le otorgan el beneficio del acorralado social), mientras que la pulsión amenazante, intolerante y acosadora la carga la película en la actitud vecinal, con lo que se propician varios niveles de análisis a lo que parecía un único conflicto. Se obliga al espectador a situarse y dilucidar entre lo razonable y la sinrazón, y a formarse un juicio sobre la marcha de algunas cosas, tantas, que la supuesta ideología no resuelve, o dicho de otro modo, a recelar de ese cacareado lugar correcto del mundo.